El frente vacacional

Extranjeros pobres atienden a extranjeros ricos en la playa de Barcelona

Paquistanís, bangladesís y subsaharianos venden bebidas, pareos y masajes a franceses, alemanes e ingleses en la Barceloneta 

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Barcelona 22/07/2021 Barcelona. Crónica playera en la Barceloneta. AUTOR: MANU MITRU.

Barcelona 22/07/2021 Barcelona. Crónica playera en la Barceloneta. AUTOR: MANU MITRU. / Manu Mitru

Toni Sust

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Pasa un avión por encima del Hotel Vela y en el chiringuito de la playa de Sant Miquel, junto a la de la Barceloneta, se pueden encontrar mesas vacías. Es la una y cuarto de la tarde de este jueves, falta un buen rato para los botellones nocturnos que indignan a los vecinos, y en la entrada del establecimiento playero un cartel advierte de que la mascarilla es obligatoria, pero solo los camareros la llevan. No es ilegal sacársela para tomar algo y a unos metros, como en todas las zonas exteriores, no es obligatorio llevarla. Pero como en la ciudad mucha gente la conserva, quizá asustada por el repunte de los contagios, sorprende un poco comprobar que en la playa no se ve ninguna.

En una mesa del chiringuito, dos alemanes toman sangría, y en la de al lado, una francesa que habla por teléfono pide un poco de distancia a los tres búlgaros que tocan 'Bella Ciao', porque no escucha bien a su interlocutor. Tosko, Dani y Antonio, los tres búlgaros, tocan, respectivamente, la trompeta, el acordeón y un instrumento de percusión. Cuenta Tosko que ya son 20 años en Barcelona. Antes estaba en un grupo. Ahora, los tres músicos, que como colectivo no tienen nombre, se mueven por esta zona de la Barceloneta y van de chiringuito en chiringuito, de restaurante en restaurante, de una a tres de la tarde y de seis a diez de la noche.

Un hombre ofrece rosas a las clientas de un chiringuito. Detrás, otro vendedor muesta un pareo.

Un hombre ofrece rosas a las clientas de un chiringuito. Detrás, otro vendedor muesta un pareo. / Manu Mitru

Quizá el covid ha frenado su llegada masiva, pero la playa está prácticamente ocupada por turistas. Los tres búlgaros tienen una queja sobre la edad de los extranjeros que han venido de vacaciones: “Son jóvenes. Los que dan más dinero son los mayores, los de 50 y 60 años”, cuenta Tosko, que dice que la pandemia ha dañado mucho su negocio.

Aire sahariano

Las autoridades han advertido de que el calor arreciará en las próximas horas. Una intrusión de aire sahariano amenaza con elevar la temperatura hasta los 42 grados. Eso no es óbice para que las playa de Sant Miquel y la contigua, dirección sur, la de la Barceloneta, presenten un aforo considerable. No es un llenazo: queda espacio donde dejar la toalla, pero la distancia entre bañistas es reducida.

Lo que sí hay es muchos altavoces portátiles, cuyo inventor merecería pasar un buen rato sufriendo la pugna que mantienen tres grupos en un espacio total de 40 metros cuadrados: cada uno escucha su música a todo volumen. El multiconcierto no acalla las voces de los vendedores de “aguaaaa, cervezaaaaa”, ni la de los que ofrecen mojitos ya hechos que pasean bajo el sol horneante: imposible no recordar que en mojitos como esos se han encontrado bacterias fecales.

Entre la gente casi desnuda camina casi sin dejar un centímetro cuadrado de piel al sol una señora china que hace masajes: 10 euros, 15 minutos. Junto al chiringuito, Alí, paquistaní, ofrece sombrillas: 10 euros, todo el día. Unos metros más allá, ya en la playa de la Barceloneta, una mujer de Mali hace una trenza a una joven nórdica: una trenza, tres euros. ¿Va bien el negocio? La maliense dice que prefiere que no le hagan preguntas.

Una masajista asiática sondea a una posible clienta. Su precio: 10 euros por 15 minutos.

Una masajista asiática sondea a una posible clienta. Su precio: 10 euros por 15 minutos. / Manu Mitru

Turistas e inmigrantes

Barcelona, como tantas localidades turísticas, pone la infraestructura, en este caso la playa, para que extranjeros ricos vengan de visita, mientras extranjeros pobres, que han venido a ganarse la vida, los atienden. Franceses, ingleses, alemanes. Paquistanís, subsaharianos, bangladesís.

Si el trompetista búlgaro dice que los turistas jóvenes dan menos dinero, el bangladesí Mohamed Osmem afirma lo mismo de los franceses. “Han venido pocos alemanes e ingleses, que son los que dan dinero. Los franceses no tienen”. Mohamed pone precio al pareo que sostiene su colega paquistaní Saifullah. Piden 35 euros. Cuando Mohamed ve que no los logrará, reclama cinco euros por la foto que le hace el artista Manu Mitru. Mohamed ha conocido otras playas y habla algo de griego: Grecia fue, como el de tantos paquistanís y bengalís, su primer destino como emigrante antes de llegar al corazón de Europa.

La bicitaxi de Said

Entre la playa y el restaurante más cercano, dos agentes de la Guardia Urbana vestidos de verano han parado a Said, paquistaní, que conduce un bicitaxi con el que lleva a los turistas. El ayuntamiento ha advertido de que este verano vigilará de cerca estos vehículos, que en principio no pueden entrar en Ciutat Vella, solo bordear el distrito, y que generan muchas quejas. Said intenta argumentar con la pareja, que retiene el vehículo. Cuenta uno de los agentes que como el conductor está en situación irregular, tiene que pagar en el momento los 100 euros de multa. Y como no los tiene, viene la grúa municipal a llevarse el vehículo.

La grúa se lleva el bicitaxi del paquistaní Said, junto a la playa de Sant Miquel.

La grúa se lleva el bicitaxi del paquistaní Said, junto a la playa de Sant Miquel. / El Periódico

Said implora juntando las manos como si rezara y hace un último intento de resistencia pacífica: se sienta en el bicitaxi y trata de hacerse fuerte en él. Los agentes le obligan a salir. “Tengo que ir a buscarlo a la calle de Tarragona”, explica. Es la segunda vez que le pasa. Agentes de paisano reciben un aviso: se ha visto a un hombre con un perro negro suelto que merodea junto a bolsos de la playa. Said se va cabreado, mascullando insultos. Al rato, los bicitaxis vuelven a poblar la calle.

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