ANIVERSARIO EN SANTS-MONTJUÏC

Una década construyendo otro mundo posible desde Can Batlló

El 11 de junio del 2011, el vecindario organizado entraba en el inmenso recinto fabril en el barrio de La Bordeta

En estos años han construido de forma autogestionada una biblioteca, viviendas, una imprenta y hasta dos bares

Can Batlló

Can Batlló / Jordi Otix

Helena López

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Hay un piano de cola junto a la barra del bar social, al lado de la puerta que conecta con la biblioteca. La única condición que puso quien lo cedió (una parte muy importante de la cantidad de tesoros que aquí se custodian y, sobre todo, comparten, son donaciones desinteresadas) fue que lo colocaran aquí, en el bar; para que lo pudiera tocar, dar vida, cualquiera. Este viernes, 11 de junio, se cumplen 10 años de aquella mañana de sábado de 2011 en la que los vecinos de Sants tomaron aquello que llevaban décadas reivindicando. Una entrada alegre, festiva y finalmente consensuada -a nadie se le escapaba que lo iban a hacer de todos modos- a un recinto fabril en aquel momento decadente, que, dos lustros después es un referente de la autogestión popular en y de la ciudad.

Un tetris donde cada palmo, cada nave, se aprovecha, pese a ser conscientes muchas veces de que su uso será provisional porque ese o aquel espacio tienen un destino final ya asignado. Pero si aquí hay algo crucial es la gestión del mientras tanto. No tienen miedo ni al trabajo duro ni a la provisionalidad. El cuidado huerto, por ejemplo, uno de los primeros proyectos que entró en marcha en un barrio con una necesidad acuciante de zonas verdes, ha cambiado ya de ubicación en dos ocasiones, y saben que lo tendrán que hacer una tercera. Primero los situaron a la entrada, frente al Bloc 11, la primera nave conquistada, donde ahora descansa el piano. Después en ese espacio se construyó una promoción de vivienda pública –necesaria y que celebraron- con lo que se movieron a otro espacio del que más tarde se tuvieron que volver a mover.

Can Batlló

Jóvenes jugando a baloncesto bajo un sol de justicia en la pista de Can Batlló. / Jordi Otix

Pese al covid que todo lo paralizó, en Can Batlló no solo siguen vivos decenas de proyectos e iniciativas culturales y sociales, sino que en los últimos meses se han sumado nuevos retos, como la gestión de la vieja cantina del reciento fabril, reformada y reabierta convertida en cooperativa, cómo no. Como cooperativa es la 'escoleta' comunitaria L’Arcàdia y autogestionada la biblioteca Josep Pons, que conecta con el bar social del Bloc 11 y uno de los proyectos con más trayectoria de Can Batlló, espacio que ha inspirado incluso una novela, ‘La fàbrica’, escrita por Jordi Soler, otro de los históricos del lugar, editada por Descontrol, editorial nacida y consolidada también en el espacio.

Transformación social y física

Además de la transformación social, la física (a la espera del gran parque, que en principio está previsto que sea una realidad el primer trimestre del 2023), es también evidente. Las naves del frontal de la calle de Constitució han sido demolidas, dejando el esqueleto de una fachada y de algunas de las paredes interiores como testimonio de lo que un día fueron. “Todo esto será una zona de barbacoas”, explica Joan Costa, veterano activista del barrio y uno de los miembros fundadores del Can Batlló autogestionado. Tras la nueva zona de recreo se levantará otro bloque de viviendas cooperativo, con la gente que quedó fuera de La Borda, el primero y pionero. Sotrac, como lo han bautizado, tendrá seis plantas y 38 viviendas y será obra, igual que La Borda, de la cooperativa de arquitectos LaCol, muy vinculada a Can Batlló desde el primer día.

Pasear con Joan por las calles del recinto supone pararse cada dos pasos y certificar que, efectivamente, esto es algo comunitario. Todos -y son proyectos muy distintos- tienen algo que compartir, algo que les conecta. Conexión, además, que va más allá del propio recinto (y barrio). “En el Ateneu Popular Nou Barris cambiaron las gradas y nos dieron las antiguas para el circo”, apunta Joan señalando a las buganvillas fucsia intenso que cubren una de las naves, donde por el momento está el circo (aunque también de forma provisional).

Can Batlló

Asamblea del equipo de La Cantina, el resucitado bar del viejo recinto fabril. / Jordi Otix

Ver a Joan charlando con uno y con otro capta la esencia de este lugar por muchas cosas. Más allá de lo práctico –“te tengo que traer unas sillas” o “¿tienes el folleto actualizado con la lista de proyectos?”- la alegría por verle (por verse) de nuevo tras unos meses difíciles es evidente. Y define tanto o más que cualquier actividad o debate que aquí se realice ese mundo nuevo -donde los cuidados no pueden seguir siendo algo secundario, molesto o tabú-, que aquí se empeñaron desde el primer día -este viernes hará una década- en construir, y al que se augura una larga vida (en marzo del 2019 firmaron un convenio de cesión con el consistorio por 50 años vista: 30 más 10 más 10).

Esperadas mudanzas

Uno de los espacios que está naciendo estos días de celebración del aniversario es la nueva sede de la Fundació Salvador Seguí, en una de las naves ya llena de cajas y cajas de libros y diarios, que ahora tocará desempaquetar. El que está ahora en la puerta y que cuatro hombres descargan es ya el último camión.   

Y es también Can Batlló, un gran museo al aire libre, por la cantidad y espectacularidad de grafitis en sus fachadas, muchas también arropadas por verde, y el lugar que acoge Coòpolis, el vivero de cooperativas que pretende diseminar este espíritu comunitario por el mundo (a cuya inauguración, en mayo del 2017, participó la antes ‘consellera’ de Treball, Dolors Bassa, pocos meses antes de ser encarcelada).   

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