A raíz de la pandemia

El covid congela definitivamente el Skating de Barcelona tras 47 años de historia

La pista de hielo del Eixample cierra sus puertas y el espacio será ocupado por un supermercado

Cierra el Skating tras 47 años abierto

Cierra el Skating tras 47 años abierto / JOAN CORTADELLAS

Toni Sust

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Por fin es viernes y la semana escolar llega a su fin. Poco después de las cinco de la tarde, Clàudia y sus amigos, un grupo de siete u ocho adolescentes, se acercan al Skating Club, en Roger de Flor, 168, como cada semana durante dos años. Estamos en 1984. Tienen 13 años y vienen de una escuela cercana, en el mismo Eixample. La liturgia resulta fantástica. Hacer cola, pagar la entrada y a ponerse las botas: azules, más bien feas, bastante desgastadas y tremendamente incómodas. Pero hay edades en las que la incomodidad no existe. Los que tienen botas propias, otro mundo. Son la envidia: resulta visible, patinan mejor solo por llevarlas. Esos frenazos.

Ya nadie podrá volver a hacer lo que Clàudia y los suyos. Tras 47 años de historia, la crisis sanitaria del coronavirus ha supuesto el fin de fiesta definitivo de la pista de hielo, como avanzó el diario 'Ara'. Varias generaciones acudieron a la instalación a deslizarse de forma elegante, pero también a darse porrazos y a agarrarse desesperadamente al muro que rodeaba la pista para intentar mantenerse de pie con la mayor dignidad posible.

Cerrado por pandemia

El Skating, como el planeta, cerró sus puertas por la pandemia, y en su cuenta de Twitter pueden encontrarse mensajes de su etapa final. Los últimos vestigios de lo que fue un imperio sobre hielo. El 26 de febrero del 2020, la cuenta exhibía fotos del festival celebrado la Navidad anterior. El 10 de marzo, invitaba a acudir al Skating para adquirir alguno de los productos de cristal: foto de un vaso con una patinadora como gancho.

El 13 de marzo, un día antes de que se declarara el estado de alarma, un tuit anunció que las clases de la escuela de patinaje quedaban clausuradas hasta el 26 de marzo. El 25 de marzo, otro tuit informaba de que, “siguiendo las indicaciones del Govern y de las autoridades sanitarias”, el Skating Club permanecería cerrado hasta nueva orden. “Todos juntos superaremos esta crisis”, añade el mensaje. Pues la verdad es que el Skating no lo ha logrado.

Donde patinaban los niños se podrán encontrar ahora a clientes que cuando busquen el frío lo harán para comprar congelados en el supermercado que Carrefour instalará próximamente en el espacio. Porque en Barcelona cierran las gasolineras y las agencias bancarias, pero a la que se junten unos metros cuadrados vacíos aparece un supermercado. Hay quien no se resigna: algún entusiasta recoge firmas para salvar el Skating.

Pausa, entra la máquina

Clàudia y sus amigos no fallan un viernes a la pista de patinaje, que es un mundo algo extraño en medio de un barrio con no tantas sorpresas. Entrar en el recinto es asomarse al frío, a un aire de montaña, a una especie de gran nevera. Y allí, cada viernes por la tarde, el grupo, niños sin internet, da vueltas y vueltas a la pista de hielo. Patinarán allí durante dos años, son mediados de los 80. Las noches de esos viernes, TVE emite 'Uno, dos, tres… responda otra vez', presentado por Mayra Gómez Kemp. Sí, a Clàudia le ponen este miércoles la segunda dosis de Pfizer.

A media tarde, los patinadores deben abandonar la pista: entra la máquina a repasar el hielo, herido por tanto transeúnte. Junto al cachivache, un par de patinadores, muy buenos y bastante chulillos, exhiben su pericia portando una pala con la que también arreglan desperfectos. Buen momento para subir los peldaños negros, de una especie de goma, que llevan al bar, desde el que se contempla perfectamente la pista. Subir escalones con patines, un tema peculiar, también.

“Fuimos al Skating los viernes de séptimo y octavo de EGB. Fueron nuestras primeras salidas como adolescentes. Tengo un recuerdo fantástico: la compañía de mis amigos, la merienda en el bar: aún huelo ese Cacaolat. Allí conocí a mi primer novio”, rememora Clàudia, abogada. Como la música resonaba constantemente, para los niños fue una forma, muy relativa, de empezar a ir a un lugar que también tenía algo de discoteca.

Clàudia no lo dice, pero uno de los grandes momentos de aquellas tardes llegaba cuando todo acababa, te sacabas los patines y volvías a ponerte las bambas. Después de horas de  torcer tobillo de forma constante, era un placer fantástico volver a caminar con toda la planta en el suelo. En cualquier caso, sensaciones que ya no se volverán a vivir, o por lo menos no en Roger de Flor, 168.

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