Efectos de la crisis

La pandemia se lleva por delante las paellas de Cal Pinxo en la Barcelona

El establecimiento de la calle de Baluard, antigua Casa Costa, desaparece tras 60 años de historia por el peso de las restricciones y el declive gastronómico de la Barceloneta

Terraza de Cal Pinxo, junto a la playa, en una imagen de archivo.

Terraza de Cal Pinxo, junto a la playa, en una imagen de archivo.

Patricia Castán

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¿Cuántas cocinas resistirán la embestida de la pandemia en Barcelona? La pregunta flota en el sector hace meses, ante las crecientes dudas de que muchas persianas ya no puedan volver a levantarse. La última necrológica gastronómica se escribe en primerísima línea de mar, donde Cal Pinxo de la calle de Baluard (antes Casa Costa) dice adiós a 60 años de historia y miles de paellas que llenaron de sabor la memoria de varias generaciones de barceloneses. Sus manteles permanecían en un cajón desde octubre, como tantos otros casos, a la espera de los acontecimientos. Pero el desenlace ya es definitivo, y el histórico restaurante marinero se despide con un concurso de acreedores y sentido duelo entre clientes y vecinos, solo unos pocos días después del cierre de otro icono local, el Senyor Parellada, en el Born.

Este diario daba voz en el 2015 a esa resistencia de la Barceloneta, que abanderaba la cocina marinera y local frente al bombardeo de inversores que a golpe de talonario iban adueñándose de los restaurantes de siempre adoptando burdamente el nombre y la carta previos, o bien entregándose al 'fast food'. En una de las trincheras, Uge Ribera, al timón del Cal Pinxo de la playa, relataba su tenacidad con los arroces o la bullabesa "de siempre", marca de la casa y de la memoria colectiva. Casi seis años después, la hostelera asume la rendición. Llevaban tiempo sufriendo, porque la zona ha perdido turismo de calidad, ha perdido el favor de muchos barceloneses y ha sufrido los efectos de la delincuencia. Pero la pandemia ha sido la guinda, narra a El Periódico.

Interior de Cal Pinxo, en la calle del Baluard, en una imagen de archivo.

Interior de Cal Pinxo, en la calle de Baluard, en una imagen de archivo. / Ricard Cugat

"Desde que empezó el coronavirus, cada cierre y reapertura ha sido a base de préstamos, con mucho esfuerzo", lamenta. Hasta que el último parón se ha convertido en definitivo. "Los inviernos siempre eran flojos pero con el buen tiempo remontábamos", explica. Pero el último verano con pandemia esa curva se torció. "No podemos hacer frente a tantos gastos (alquiler incluido) y menos con un horario sin cenas", dice con pesar y la mente puesta en su equipo de 16 personas.

Clientela popular y también ilustre

Los otros dos establecimientos del mismo nombre, en Palau de Mar y Sitges (comandados por otras ramas de la familia) seguirán adelante, pero el histórico de Baluard desaparece junto con la colección de fotos en sus paredes que daban cuenta de todos los nombres ilustres, políticos y farándula incluida, que animaron sus mesas.

El establecimiento nació con el nombre de Casa Costa en este local en tierra firme que debía ser la alternativa segura ante la demolición de los antiguos chiringuitos (entre ellos el original Can Costa). La gran familia hostelera se fue ramificando en diversos negocios y hace unos 25 años, rememora, pasó a denominarse Cal Pinxo antiga Casa Costa sin cambiar de manos. Durante décadas, sus fogones han alimentado y alegrado a barceloneses con apetito marinero, celebraciones familiares y viajeros en busca de arroces y pescados con vistas. En las últimas semanas, su privilegiada terraza sin uso se había convertido en hogar de muchos sintecho.

Del luto dan testimonio las entidades vecinales en las redes sociales y también el Gremi de Restauració de Barcelona, que ha lanzado este domingo un mensaje a la alcaldesa Colau pidiendo ayuda: "Se nos acaba el oxígeno". "Barcelona y su restauración se desangran y parece que a ningún político le importe. No podemos seguir así", dicen, culpando a la gestión del Govern y sus fuertes restricciones con la restauración de la crítica situación de muchos negocios.

Manel Martínez, vicepresidente de la asociación de vecinos de la Barceloneta, critica que las administraciones "no entiendan que es necesario apoyar y salvar los establecimientos emblemáticos que suponen la esencia del barrio" y la añaden valor, además de los puestos de trabajo que implican. Temen que el relevo implique pérdida de calidad e identidad para la castigada zona.

Hace apenas una semana trascendía el cierre del Senyor Parellada, tras 38 años de singladura, mientras otros muchos establecimientos siguen en jaque.

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