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Campañà, el fotógrafo del Cretácico automovilístico

Barcelona llegó a tener 41 fábricas de coches, la Guerra Civil extinguió aquella magnífica producción, llegó la autarquía, luego la Seat y la cámara de Antoni Campañà siempre estuvo ahí presente

GRAN REPORTAJE   CASA SEAT muestra cómo el coche cambió el siglo XX con una exposición del fotógrafo Antoni Campañà

GRAN REPORTAJE CASA SEAT muestra cómo el coche cambió el siglo XX con una exposición del fotógrafo Antoni Campañà / Antoni Campañà

Carles Cols

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Al coche le fue en España a lo largo del siglo XX como a los dinosaurios en el Cretácico, salvando las distancias, claro, porque hablamos de tamaños de chasis muy distintos, y hubo alguien que comprendió y retrató como nadie aquel cataclísmico proceso: Antoni Campañà (Arbúcies, 1906 – Sant Cugat del Vallès, 1989). Es el fotógrafo en boga desde que el MNAC ha decidido organizar una exposición, ‘La guerra infinita’, a partir de los negativos sobre la Guerra Civil que durante toda su vida ocultó, incluso a su familia. Merece la pena visitarla. Pero Campañà tenía mucha más obra, entre ella, lo que casi parece una fijación, los coches, camiones también. Se enamoró de ellos como Helmut Newton de unas buenas piernas. Los convirtió en protagonistas de los miles de de fotografías que tomó entre 1925 y 1975. Fue testigo, así, del Cretácico automovilístico. Casa Seat acaba de inaugurar una exposición con partes de ese estupendo archivo de celuloide.

Un vehículo ametrallado en las calles de Barcelona, en 1936.

Un vehículo ametrallado en las calles de Barcelona, en 1936. / Antoni Campañà

‘Campañà, la estética de la modernidad mecánica’. Así han bautizado la muestra. La han comisariado el historiador Arnau González, el periodista Plàcid Garcia-Planas y el nieto de Campañà, Toni Monné, que es quien resume con gran acierto la accidentada vida del coche en España a lo largo del siglo XX.

Hubo una edad de oro del coche español. Entre 1902 y 1936, solo en Barcelona había hasta 41 fábricas distintas de automóviles. De algunas salían piezas de orfebre de fama internacional. No es raro, pues, que Campañà sintiera curiosidad por ese ingenio recién llegado a las calles. Sucedió así en todo el mundo, cierto, pero la historia española es la que es. La misma Barcelona que fue una suerte de Detroit del Mediterráneo fue en 1936 y, sobre todo, en 1937, una retaguardia incluso ludista con parte del parque móvil. Se requisaron vehículos que fueron tratados como si fueran fascistas con ruedas. Otros fueron colectivizados por las fuerzas anarquistas y comunistas de la ciudad, pero el mimo que recibieron no fue el de sus antiguos chóferes, sino el de carne de cañón. Tras la guerra, terminaron muchos de este modo como hierros inservibles. También eso lo fotografió Campañà.

Cuando hace 65 millones de años un meteorito sacudió la Tierra (volvemos al Cretácico), se extinguieron los dinosaurios, las grandes carrocerías del reino animal. Sobrevivieron a aquella gran extinción pequeños mamíferos, una etapa equivalente, en términos del siglo XX español, a la autarquía de los primeros años del franquismo. Hasta que llegó el desarrollo, en que emergió la rechoncha silueta del Seat 600, orondo como un roedor. La primera unidad salió de fábrica el 27 de junio de 1957. Aquel vehículo no solo motorizó un país, sino que, incluso, parecía sacado del manual de instrucciones del Monopoly. Los compradores pagaban por adelantado el coche. Entraban así en una lista de espera que llegó a ser de un año. Ni siquiera podían elegir el color. Con aquel dinero, Seat fabricaba el vehículo, pero no pagaba a los proveedores hasta que la unidad llevaba tres meses en la carretera. Ni Milton Friedman, ideólogo económico de cabecera de Reagan y Thatcher, fue capaz de llegar tan lejos. Campañà también estuvo ahí, en el alumbramiento de aquella nueva especie automovilística y de la remotorización de un país.

Línea de pintura de la cadena de producción del Seat 600, una fotografía de Campañà con una magnética carga futurista.

Línea de pintura de la cadena de producción del Seat 600, una fotografía de Campañà con una magnética carga futurista. / Antoni Campañà

La historia, en este caso, tiene su componente romántico. Campañà fue durante la Guerra Civil chófer de camiones en las fuerzas aéreas del bando republicano. Antes de que España se fuera al traste, conoció a otro personaje bien singular, José Ortiz Echagüe, un hombre polifacético, mayúsculo fotógrafo pero, además, hombre de empresa. Terminaría por ser el presidente de Seat. Políticamente estaba al otro lado de la trinchera, de modo que, cuando terminó la contienda, le dijo a Campañà que no temiera, que no le pasaría nada. Al parecer, idéntica promesa le hizo a otras muchas personas y así sucedió.

El presidente de Seat, Ortiz Echagüe, sujeta el flash a Campañà para que tome una fotografía en la fábrica de la Zona Franca.

El presidente de Seat, Ortiz Echagüe, sujeta el flash a Campañà para que tome una fotografía en la fábrica de la Zona Franca. / Antoni Campañà

Merece por eso la pena reparar en una de las fotografías más singulares de la exposición de Casa Seat. Desde lo alto de una escalera, Campañà retrata a un grupo de operarios de la cadena de producción. A su lado le sostiene el flash el mismísimo Ortiz Echagüe. Más que una foto, aquello es la radiografía de una amistad.

La visita merece la pena por muchas de las fotos que allí se exhiben, las de los dinosaurios de metal y las de los primeros mamíferos. También por algunos autorretratos estupendos, como una foto de Campañà y su pareja, María Capella, en la que ambos se asoman por las puertas de un coche de época con un cierto aire de Bonnie Parker y Clyde Barrow. Es una maravilla. Se ve en sus caras que supieron vivir. En diciembre de 1933, su viaje de bodas consistió en conducir de Barcelona a Baviera porque él quería asistir a un curso de fotografía en tierras alemanas. En sus bodas de plata, en 1958, Campañà recogió un 600 recién salido de fábrica y junto a Capella recorrieron varios países de Europa occidental, un periplo del que regresó con una infinita colección de fotografías en las que, de nuevo, el coche era a menudo el protagonista principal de la escena.

El Orfeó Sarrianenc, a bordo de una camioneta, en una de las primeras fotos de la colección de Campañà, fechada en 1925.

El Orfeó Sarrianenc, a bordo de una camioneta, en una de las primeras fotos de la colección de Campañà, fechada en 1925. / Antoni Campañà

Esa parte de la colección se puede disputar en un mapa interactivo de la primera planta de Casa Seat, pero allí, lo que cautiva es, sobre todo, un modelo perfectamente restaurado del ‘ombligo’, el sobrenombre con el que en los años 60 se conocía en Barcelona al 600, porque todo el mundo tenía uno. Ese ejemplar, además, es del modelo original, en el que las puertas se abrían de adelante hacia atrás, lo que le valió otro sobrenombre más soez, el ‘bragas’, porque era lo que los más pillos querían ver cuando una mujer con falda descendía del vehículo.

Un vehículo destrozado en la plaza de Catalunya, en julio de 1936.

Un vehículo destrozado en la plaza de Catalunya, en julio de 1936. / Antoni Campañà

‘Campañà, la estética de la modernidad mecánica’ estará abierta al público hasta el próximo 15 de junio.