ÉRASE UNA VEZ EN EL BARRIO... (56)

Las arbequinas del Guinardó

Nueve olivos centenarios del pasado rural de esta zona de ‘masos’ regresan a casa tras una bonita lucha vecinal

Fueron trasladados al Baix Penedès en el año 1953 para dejar paso a la construcción de los bloques

La semana pasada volvieron al barrio para no desaparecer con la mecanización de los campos que las acogieron

Olivos centenarios del Guinardó

Olivos centenarios del Guinardó / Ferran Nadeu

Helena López

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Cuentan que el viaje de ida se hizo en el único camión que había entonces en Banyeres del Penedés, destino de aquel singular exilio. Corría el año 1953 y la escena marcó a Magí Badia, entonces un crío de 7 años. Las máquinas arrancaron uno a uno los nueve olivos centenarios de los terrenos de su abuelo Pau junto al paseo de Maragall y un camión se los llevó hasta el pueblito del Baix Penedès en el que su familia tenía el ‘tros’ para que vivieran allí, junto a las viñas. Los árboles no podían seguir en aquellos terrenos del Guinardó porque los bloques iban ganándole todo el sitio a lo que en otro tiempo fueron campos (estaban en la actual gasolinera en la rambla Volart) y su propietario decidió salvarlos llevándoselos al pueblo, donde han pasado casi 60 años, produciendo 400 kilos de aceitunas anuales.  

Pero, más de medio siglo más tarde, los olivos volvían a molestar en su 'nuevo' hogar. El payés que cuida de las viñas de los Badia en Banyeres debía automatizar el proceso de recogida y los nueve olivos centenarios plantados en el margen del terreno no podían seguir allí. El historiador barcelonés Enric H. March conocía la historia -como tantas otras de la ciudad- y la compartió con El POU-Grup d’estudis de la Vall d’Horta i la Muntanya Pelada, cuyos miembros sienten tanta pasión por la historia de sus barrios como March. Y el colectivo de activistas por la memoria de los barrios de Horta-Guinardó reaccionó rápido. Si los olivos ya no podían estar en Banyeres… ¿por qué no volvían al Guinardó? “¿Qué mejor manera de recordar el pasado rural de la zona que replantando sus olivos centenarios?”, pensaron. 

Lo lograron, por supuesto -cuando se proponen algo son insistentes- pero no fue tan sencillo. En el éxito de la operación -los nueve olivos fueron replantados frente al Hospital de Sant Pau el 25 de febrero- tiene muchísimo que ver la tenacidad del historiador Juanjo Fernández, activo miembro del El Pou-Grup d’estudis de la Vall d’Horta i la Muntanya Pelada, a quien se le metió entre ceja y ceja que aquellos olivos no podían desaparecer y no paró de llamar a todas las puertas imaginables hasta lograrlo.

Juanjo Fernández frente a los olivos.

Juanjo Fernández frente a los olivos. / Ferran Nadeu

Lo primero que hizo fue plantarse en Banyeres con un nombre, el de Magí Badia, quien sabía que era propietario de los olivos. Fue al ayuntamiento del pueblo a preguntar donde vivía pero le dijeron que era un dato confidencial que no podían ofrecerle. Lejos de rendirse, se dirigió al bar más antiguo del pueblo, espacios donde la protección de datos suele ser algo más laxa. Le dijeron dónde vivía, se acercó, pero encontró la casa cerrada y ningún vecino sabía nada. Volvió hasta cuatro veces hasta que finalmente dio con el payés que cuidaba del 'tros' que se mostró muy dispuesto a ayudar, igual que todos los protagonistas de esta historia. Magí Badia cedió los árboles a la ciudad -unos árboles que tienen un valor, también, económico- y el payés se ofreció a ayudar en todo el proceso (había que podar los olivos para el traslado). Quedaba encontrar un nuevo lugar en el barrio para plantarlos (el lugar original hace décadas que está construido) y pagar el traslado, algo que corrió a cuenta del distrito que, al conocer la historia, se puso a disposición de El Pou para ayudar.

En tierra calma

Finalmente la tierra calma para replantar los olivos la encontraron en el parterre frente al Hospital de Sant Pau, en la Ronda del Guinardó, el único espacio en el que podían estar los nueve juntos y ser disfrutados por el barrio. El próximo paso será colocar un plafón en el que se explicará la historia de estos árboles y su vinculación al pasado rural del territorio.

Pese a que los olivos llevan más de una semana en su nuevo hogar, la historia todavía no ha terminado. El payés de Banyeres escribe a diario a Juanjo para preguntarle si los han regado. Diciéndole que no quiere ser pesado, pero que es importante regarlos cada día ahora que están recién plantados. Saben que es muy difícil que vuelvan a ser productivos, por el estrés del nuevo traslado y por la transitada nueva ubicación, pero el objetivo no es que sean productivos, sino que estén sanos (de ahí el interés del payés y de los miembros del Pou, que hacen guardia para comprobar que los riegan).

Saben que en 1953 estaban aquí y que entonces ya eran árboles con historia, pero ¿cuánta? «Los 200 años los tienen seguro, por como tienen el tronco de retorcido. Seguro», señala al ver las fotografías del Guinardó Antonio Vallejo, nacido hace 96 años en Lopera, pueblo de la campiña de Jaén donde si saben de algo, y mucho, es de olivos. «Mi padre decía ‘eres más viejo que los olivos de El Setal’», recuerda este forestal jubilado para insistir en la longevidad del árbol del que habla con auténtica devoción. "Tenía los olivos tan bien cuidados que parecían macetas de albahaca", presume.

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