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Los auténticos crímenes del Museo de Cera

La vieja troupe del museo recala en los Encants a costa de dolorosas separaciones: C3PO añora los chirridos de R2D2 y Marco Antonio pena en casa de un coleccionista sin su amada Cleopatra

Cabeza de cera

Cabeza de cera

Carles Cols

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A las subastas matinales de los Encants, templo en el que se obra el milagro de la reencarnación de los objetos, están llegando desde hace una semana lotes capaces de romper, si es que alguna vez la hay, la monotonía del lugar. Son los descartes del Museu de Cera de Barcelona. El nuevo propietario de esa atracción a pie de Ramblas ha decidido que era hora de renovarse o morir, así que se ha hecho con réplicas, recién salidas del horno, de Messi, Rosalía, Greta Thunberg, entre otros personajes con tirón, y hasta de Tokio, Nairobi y el resto del clan que asalta La Casa de Papel, con lo cual ha jubilado a la vieja guardia, incluso se podría decir que a la pretoriana, porque hasta el pobre Marco Antonio se ha ido del museo sin poder ni decir adiós a Cleopatra. Por lo que dicen, el nuevo museo es ahora el paraíso del ‘selfie’, vamos, las antípodas de la morbosa fascinación que causaba antes aquel lugar y que bebía directamente, al menos para algunos ya talluditos, de Vincent Price y ‘Los crímenes del Museo de Cera’. No tiene razón el refrán. Hay más cera que la que arde y a por ella va esta nueva aventurilla de ‘barceloneando’.

La cita es con Víctor Gómez. A la mayoría, su nombre no les dirá gran cosa o incluso nada, pero en los Encants es un cazatesoros a la altura de Allan Qautermain. Una leyenda viva, créanme. No es él esta vez quien lleva los lotes a la plaza central de los Encants, como este miércoles, en que se ha subastado a un famélico Superman y a un maltrecho Neil Armstrong con aire de Tony Leblanc en ‘El astronauta. Esta semana Víctor es quien se ha hecho con algunas piezas formidables, las que cree que en este cada vez más fractal mundo de las antigüedades le proporcionarán mayores alegrías.

Víctor Gómez carga en brazo un muy logrado Joselito, ante la indiferente mirada de Chewbacca y C3PO.

Víctor Gómez carga en brazo un muy logrado Joselito, ante la indiferente mirada de Chewbacca y C3PO. / Ferran Nadeu

Se ha llevado a su almacén (un lugar que, si se abriera con un ‘Ábrete, sésamo’ ya sería la repera) un muy acertadísimo Harpo, por ejemplo, aunque, sin que se sepa el motivo, viene con un ojo a la virulé. Así se exhibía el más procaz de los Hermanos Marx en el Museu de Cera.

Tiene también medio cuerpo del torero Joselito, para entendernos, el Manolete o Paquirri de 1920. Era el protagonista central de una de las escenas mejor recreadas del antiguo Museu de Cera, una obra, probablemente, nacida de la mano artesana de Enrique Alarcón, palabras mayores, sin duda, pues fue nada menos que el decorador de cabecera de Luis Buñuel, con el que trabajo en ‘Ese obscuro objeto del deseo’ y ‘Tristana’. Al antiguo museo se iba sin ponderar suficientemente que ahí había más oficio del que a simple vista aparentaba, y la muerte de Joselito era una demostración clara y diáfana. Menuda escena. Aquel torero murió el día en que con un par de turmas y la imprudencia que concede tener solo 25 años se atrevió con ‘Bailador’, un toro corto de astas pero que quitaba el hipo. Acababa de matar a los cinco caballos con los que salieron a rejonearle. Joselito no se arrugó. Murió casi en el acto y es así, con los ojos cerrados en un plácido sueño eterno, que Víctor lo tiene ahora al lado de, lo que son las cosas, Chewbacca.

Harpo Marx, reconocible más allá de la peluca, pero con un incomprensible ojo a la virulé.

Harpo Marx, reconocible más allá de la peluca, pero con un incomprensible ojo a la virulé. / Víctor Gómez

De la saga galáctica se ha llevado este anticuario al peludo colega de Han Solo y un par de versiones de C3PO. Algún ‘jedi’ de la ciudad, porque de todo hay en Barcelona, se dejaría arrastrar al lado oscuro de la fuerza por ellos, fijo, pero la cuestión es, por si no han reparado ya, cuáles son los verdaderos crímenes del Museo de Cera de Barcelona, que no son pocos.

Se ha vendido al flaco C3PO sin su gordete R2D2. A Marco Antonio lo han llevado a los Encants sin Cleopatra. El propio Víctor tiene en su haber lo que tal vez sea (disculpen la imprecisión antropológica) un Neandertal que se mostraba en el museo en compañía de su hijo, que se ha quedado desamparado, aunque, vistas fotografías de archivo de cómo era aquel mozalbete paleolítico, mejor así, a no ser, claro está, que se leyera aquella escena como un preludio de la aconsejable extinción de esa especie.

El hombre lobo del antiguo Museu de Cera, al que. visto a la la luz, se deduce que la oscuridad le sentaba muy bien.

El hombre lobo del antiguo Museu de Cera, al que. visto a la la luz, se deduce que la oscuridad le sentaba muy bien. / Víctor Gómez

Hay que reafirmar aquí lo dicho antes. Hay más cera que la que arde. En 2014 (disculpen el salto en el tiempo, pero merece la pena) salieron del bazar de Víctor y con destino a la reputada casa de subastas Balclis un conjunto bastante completo de las llamadas ‘venus anatómicas’, o sea, las figuras que antaño se fabricaban en cera para que los estudiantes de medicina supieran cómo era una mujer sin necesidad de ver desnuda a una mujer. La cosa viene al caso porque, como muy bien contó hace un mes en este diario el siempre recomendable Rafael Tapounet, fue gracias a ese oficio de proporcionar saberes anatómicos a los estudiantes que nació, como disciplina artística, la exhibición de figuras de cera.

Madame Tussaud pasó parte de su infancia bajo el techo de un rarete médico suizo, Philippe Curtius, que tenía tan buena mano en la técnica de obtener copias en cera del porciones del cuerpo humano que muy pronto vio en aquello una fuente extraordinaria de ingresos si lo exhibía en ferias. Lo hizo, pero no con la gracia de la joven Tussaud, que comprendió la importancia simbólica de la cabeza, y más aún cuando la Revolución Francesa le proporcionó material de primera calidad, por no decir caliente, cada vez que caía la hoja de la guillotina. La de Maria Antonieta fue groseramente colocada dentro del ataúd entre las piernas de la que fuera esposa de Luis XVI, pero no sin antes pasar por manos de la señora Tussaud para que ampliara su colección.

Así fue. Esta ‘bizarra’ disciplina artística nació como el mismísimo Frankenstein, en Suiza y con un cierto aliento macabro. ‘Los crímenes del Museo Cera’ no hacían más que beber de esos orígenes, con Vincent Price en el papel de una suerte de reencarnación de Madame Tussaud y, por cierto, con Charles Bronson como ayudante en el taller. En los Encants se ha escrito un nuevo episodio. Adiós y hasta la próxima aventura.

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