BARCELONEANDO
La Barcelona felina
Las primeras colonias se instalaron a principios de siglo tras varias invasiones gatunas en cementerios
La ley dice que su cuidado recae en los consistorios, pero da potestad para derivarlo en otras entidades
Las empresas, que hacían de todo para librarse de ellos, ya se han dado cuenta de que es mejor convivir
Entidades animalistas tienen a su cargo 700 colonias de gatos, criaturas que hacen del descanso un arte, y del comer, una liturgia
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Carlos Márquez Daniel
En el año 2000, un grupo de gatos se hicieron fuertes en el cementerio de Les Corts. Hijos y nietos de los mininos abandonados por los barceloneses durante décadas convirtieron el camposanto en un fortín. Aquel levantamiento felino obligó al ayuntamiento a reaccionar. La teniente de alcalde Imma Mayol se hizo cargo del asunto como responsable de la cartera de Sostenibilidad y Ecología Urbana. Personas que vivieron aquellos tiempos aseguran, sin embargo, que la edila de ICV no lo puso fácil, que no quería destinar dinero público a la misión. Pero finalmente cedió y se instalaron las tres primeras colonias de gatos: en los cementerio de Les Corts y Montjuïc y en el parque de la Pegaso, al ladito de la Meridiana. La idea era capturarlos, esterilizarlos, devolverlos a la calle y darles de comer. Esa tarea está hoy completamente en manos de entidades animalistas que reciben 140.000 euros anuales (serán 166.000 a partir de ahora) del presupuesto municipal. Y no, no son las locas de los gatos, ni mucho menos; son las Señoras que aman a los gatos.
La cita es en el muelle de Llevant. Para que se sitúen, imaginen que van al Hotel W y que en la última rotonda, cuando tienen el edificio en forma de vela a la izquierda, siguen recto, muy cerca del lugar en el que los impulsores del Hermitage quieren y no pueden instalar el museo franquicia con sede en San Petersburgo. Reciben Magda, Patricia y Carolina, de la asociación Barcelona Gat i Gos, además de una quincena de gatos que llevan un buen rato esperando que se abran las latas de comida. A pocos metros, trabajadores de empresas de reparación y restauración de embarcaciones. Curioso que, a pesar de los avances tecnológicos, muchos de los barcos que trajinan se sostengan con troncos.
Expulsiones forzadas
En la zona portuaria, explica Magda, llegaron a hacerse barbaridades. Como meter comida en la bodega abierto de un barco amarrado con destino a Suráfrica y cerrarla cuando los gatos estaban dentro. Y buen viaje. O, directamente, matarlos de maneras que no vale la pena detallar. Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho. "Estamos muy contentas con el puerto, se han portado de maravilla y se han dado cuenta que las colonias son la mejor manera de controlar el tema", expone Carolina. Aquí, en el muelle de Llevant, con unas vistas espectaculares de Barcelona y Montjuïc, los gatos disponen de un rompeolas lleno de huecos en los que descansar. La entidad tiene una pequeña caseta en la que guarda la comida, medicinas, mantas... Hay también una pequeña jaula exterior para aislar a gatos que requieren de un cuidado especial.
Patricia es la encargada del alimento. "A pesar de ser callejeros, ya nos conocen y nos han cogido confianza. Se acercan, comen y se van a tomar el sol o a descansar otra vez". Son territoriales y gandules a partes iguales. Mientras engullen, a unos 20 metros, debajo de un yate, esperan tres o cuatro forasteros que han saltado la valla del muelle. No se atreven a acercarse porque están en casa ajena. Si lo hicieran, la reacción de los lugareños no sería de concordia y bienvenida. En las colonias solo hay ejemplares adultos. Al formarla, se saca de la calle a los gatos pequeños, que se dan en adopción. A los mayores se les esteriliza, se les cura y se les devuelve a la comunidad.
Litio, la excepción felina
Quizás recuerden la historia de Litio, el lince ibérico que viajó desde Portugal hasta Catalunya atravesando media España. Un aventurero, el Indiana Jones de los felinos. Un auténtico 'rara avis', puesto que esta especie es más bien casera, poco amante de lo desconocido. De ahí el éxito de las colonias: cuando están bien en un sitio, ahí se quedan. Barcelona Gat y Gos gestiona también barrios gatunos en la Zona Franca. La relación con el consorcio, como sucede con el puerto, es fantástica. Todo facilidades, a excepción de alguna empresa en la que todavía cuesta que entiendan que es mejor convivir que intentar combatir. Ese trabajo, el de convencer y obligar a cuidar a los gatos porque así lo dicta la ley de protección de los animales aprobada por el Parlament en 2008, debería recaer en el ayuntamiento. Pero no, las cerca de 700 colonias las gestionan entidades sin ánimo de lucro. Con subvención municipal, cierto. Pero ellas quieren mayor reconocimiento.
No hay concurso público para un servicio regulado por ley. La normativa establece que el consistorio "debe hacerse cargo de los animales abandonados o perdidos hasta que sean recuperados, cedidos, o si se da el caos, sacrificados". Podría pensarse que la captura sí recae en manos privadas. Tampoco. Artículo 19 de la misma ley: corresponde a los ayuntamiento la captura de perros, gatos o hurones salvajes por método de inmovilización a distancia". Más adelante, es cierto, estipula que estas tareas pueden derivarse en terceras personas, como es el caso. "Lo que nos molesta -sostiene Magda- es que parezca que nos están haciendo un favor, cuando es todo lo contrario". Se han planteado más de una vez dejar de gestionar las colonias para que se descontrolen y que el ayuntamiento mueva ficha. Pero lo descartan porque los platos rotos los pagarían los gatos. "Me hace mucha gracia lo de 'Barcelona, ciudad amiga de los animales'. Lo es, sí, pero por delegación...".
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