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La Barcelona descalza

La ciudad está a punto de perder otro comercio emblemático: La Casa de les Sabatilles, en el Gòtic

Sobre el local, uno de los pocos que quedan de su género, pesa una orden de desahucio

Los problemas de la tienda empezaron cuando el edificio fue adquirido por un gran tenedor

La casa de les sabatilles, comercio emblemático y uno de los pocos de su género que quedan en Barcelona, está en peligro de cierre a causa de un gran tenedor.

La casa de les sabatilles, comercio emblemático y uno de los pocos de su género que quedan en Barcelona, está en peligro de cierre a causa de un gran tenedor. / Manu Mitru

Natàlia Farré

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Otra tienda histórica en peligro y la Baixada de la Llibreteria un paso más cerca de convertirse en una calle anodina, sin personalidad, franquiciada… una más de esas travesías sin carácter ni esencia que tanto abundan en el Gòtic. Una vía sin rastro del ecosistema comercial del que tanto se pavoneó Barcelona antes de vender su alma al turismo. Vamos, una Cardenal Casañas cualquiera. Pues la artería que bautizó el prelado era una vía con encanto hasta que el encanto fue desapareciendo víctima de la especulación y la globalización. En la Baixada de la Llibreteria –antes de la Presó, nombre que no gustaba a los vecinos y de ahí el cambio- aún no han llegado a la insustancialidad del purpurado paseo. Allí todavía quedan establecimientos que le dan cierto aire de calle barcelonesa: en la pastelería Colmena venden caramelos artesanos desde 1868; y en el Mesón del café sirven la bebida que le da nombre –la mejor de la ciudad, según aseguraba Pasqual Maragall- desde 1909; también ocupa plaza en la calle la cerería Subirà, que poca presentación necesita; y La Casa de les Sabatilles, establecimiento que desde 1950 pone confort a los pies pero cuya supervivencia peligra. No es una cuestión de rentabilidad comercial sino de amenaza de desahucio por codicia desalmada.

En el local -protegido como emblemático, lo que obliga a mantener ciertos elementos del interior y el exterior- es rentable. O lo era en época precovid. Y su dueño, Joan Carles Iglesias, se muestra convencido de que lo seguirá siendo cuando la pandemia y el “acoso y derribo” al que le somete el gran tenedor 640C llegue a ser solo un mal sueño del pasado. En Barcelona, tiendas que se dediquen en exclusiva a la zapatilla, pantufla y alpargata hay pocas. Cuatro siendo muy generosos. Y la del Gòtic tiene fama: “Somos los que tenemos en Catalunya más modelos de la marca más buscada”; y clientela: “En invierno se venden sobre todo zapatillas y el cliente es fundamentalmente catalán, de todo el territorio; y en verano lo que más sale es la alpargata, entonces el principal comprador pasa a ser el turista”, explica Iglesias, propietario del negocio hasta que la ley no diga lo contrario. Estas tiendas funcionan: “El problema son los alquileres, estos negocios son para que viva una familia, covid al margen, pero con alquileres lógicos, no con alquileres de locura”. Aunque el problema de Iglesias no es tanto el precio del arrendamiento como que lo quieren echar. Tiene una orden de desahucio recurrida, y pendiente de resolución,  en la Audiencia de Barcelona . Si el cierre se acaba materializando, lo dicho, la Baixada de la Llibreteria estará un paso más cerca de la nada. “Al final, en el barrio, todo serán tiendas de suvenirs, de camisetas y comida rápida”. Y muchos pies quedarán descalzos. Un pena.

Joan Carles Iglesias, en el interior de La casa de les sabatilles, comercio emblemático en peligro de cierre por una orden de desahucio.

Joan Carles Iglesias, en el interior de La casa de les sabatilles, comercio emblemático en peligro de cierre por una orden de desahucio. / Manu Mitru

Un negocio redondo

La Casa de les Sabatilles lleva en marcha desde 1950, cuando lo regentaba Teresa Duque, dueña tanto del comercio como del inmueble. En 1984, el padre de Iglesias compró el negocio, que no la piedra, haciendo un gran esfuerzo y con un acuerdo. Once millones de pesetas: “No era barato, con ese dinero entonces podías comprarte un piso de 120 metros cuadrados en la calle de París”; un alquiler de 30.000 pesetas de la época, que no era poco, y la obligación de quedarse el género y las dos dependientas. A cambio, el contrato contemplaba dos subrogaciones. “Una manera de asegurar la continuidad familiar durante dos generaciones o un traspaso. Si no hubiera sido por esto, mi padre no habría aceptado las otras condiciones”. Ley Boyer, al margen. El problema surgió cuando el susodicho gran tenedor compró a Duque el inmueble. Lo hizo con el sistema de renta vitalicia, en 2001, una manera de sortear el derecho de tanteo y retracto por parte de la familia Iglesias. “Pagó 60.000 y dos plazos posteriores de 12.000, y una renta inferior para Duque de la que recibía del alquiler de la tienda”. Un negocio redondo, sin duda.

Y empezó el “acoso y derribo” para echar al padre de Iglesias, el entonces titular. La cosa llegó a los tribunales. Los Iglesias pedían derecho de tanteo y retracto. Razón para la familia en primera instancia y para el gran tenedor en segunda. En marzo de 2009 acabó el recorrido de la demanda, que llegó hasta Madrid. El resultado enfermó al padre de Iglesias, literalmente. “Era un hombre que creía en la palabra dada”. Y a esa palabra se acoge ahora Iglesias para poder subrogar el negocio tras la muerte  de su madre, quien hizo lo propio en 2010 con el fallecimiento del padre. La respuesta del tenedor fue un intento de desahucio frenado a la espera de una sentencia firme de la Audiencia. En primera instancia se reconoció la existencia del pacto pero también se afirmó que no se podía demostrar que el actual propietario tuviera conocimiento de él.  “Si compró en 2001 una tienda y un piso por 84.000 euros en el centro de Barcelona es porque sabía que había un inquilino con contrato largo, si no, eso vale mucho más. De hecho, el ayuntamiento le llegó a ofrecer 500.000 euros y no los quiso”, apunta Iglesias, que afirma que el actual propietario posee otros pisos de la misma finca. El comerciante asegura vivir con “miedo” a tener que cerrar en cualquier momento, pero también se muestra irreductible: “La razón y la voluntad de seguir el negocio la tengo toda. Me quedaré aquí hasta que venga el secretario judicial y diga que me tengo que marchar”. Si esto ocurre, Barcelona se quedará un poco más desnuda (y descalza). 

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