Barceloneando

La pandemia contada por tres porteros de finca regia

Los conserjes de los números 288, 290 y 292 de la calle de Provença relatan su día a día en el Eixample durante el castigo del coronavirus

Destacan la tristeza en que se ha sumergido Barcelona, pese a desdeñar los tiempos en que se sentían invadidos por miles de turistas que visitaban La Pedrera

De izquierda a derecha, los porteros Fernando Segovia, César Mena e Idefons Diana, cumpliendo con el rito de tomar el café matituno frente a sus porterías.

De izquierda a derecha, los porteros Fernando Segovia, César Mena e Idefons Diana, cumpliendo con el rito de tomar el café matituno frente a sus porterías. / MAITE CRUZ

Elisenda Colell

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César Mena, Fernando Segovia e Ildefons Diana son los porteros de tres fincas regias, y contiguas, de la calle de Provença, entre el paseo de Gràcia y Rambla de Catalunya. A dos minutos de La Pedrera y a 10 de la plaza de Catalunya. Desde esta primera línea del meollo de la ciudad, han asistido al azote del covid-19. El trío añora aquella época en que ser portero era casi un privilegio en una Barcelona de fin de siglo que irradiaba felicidad, generosa con las propinas. Hoy ahuyentan la tristeza y la irritabilidad sembrada por el virus mientras esquivan paquetes 'online' y consuelan la angustia de algunos vecinos.

Para ellos el ritual de las once de la mañana es sagrado. Es el momento en que los conserjes de los números 288, 290 y 292 se juntan para tomar un café. Lo hacen en plena calle y usando la cafetera de Fernando Segovia, el del número 290. "Ahora Barcelona está más triste, la gente va a lo suyo, hay mucho miedo", coinciden. Añoran esa Barcelona de los 90, en la que los bares no eran solo para turistas.

El café de las once es una religión arraigada del siglo anterior. De cuando el padre de César Mena, el portero del 288, era quien se escondía tras la vidriera del rellano. "Antes nos lo tomábamos en el bar de la esquina, cuando pedías unas bravas y no sentías que te estaban atracando. Entonces los vecinos te daban buenas propinas y por Navidades venías en coche por la cantidad de lotes que te daban", cuenta hoy el heredero de la portería. Desde hace unos años prefieren juntarse en la calle y no ir a un bar de la zona.

Fernando Segovia, limpiando la escalera del majestuoso rellano del número 290 de la calle de Provença.

Fernando Segovia, limpia la escalera del majestuoso rellano del número 290 de la calle de Provença. / MAITE CRUZ

No echan de menos la Barcelona de los tumultos turísticos. "Me sabe mal por los comerciantes y restauradores que vivían del turista. Pero aquí hace años que los locales pasan de franquicia en franquicia", añade Mena. Segovia recuerda a los turistas que salían en tropel de La Pedrera y se le colaban en la finca donde trabaja. "Se metían y venga a hacer fotos. Pasaba el día entero peleándome", recuerda. casi un año después no queda nada de aquello. Solo los ciclistas que siguen circulando por la acera aún habiendo un doble carril y los 'moteros' que aparcan estrechando el paso de los peatones.

Mena, Segovia y Diana, como tantos, han vivido el confinamiento más estricto. "En abril, Barcelona parecía mi pueblo de Extremadura", dice Mena, vecino de Santa Coloma de Gramenet. Lo de Extremadura lo dice por el cielo. "Era más puro, más azul que nunca". Desde el centro de la ciudad "oía cantar los pajarillos". Pero si bajaba la mirada, comenta, quedaba una Barcelona "de mierda". Él le pidió al propietario del edificio si podía volver a trabajar en pleno abril. "En casa me estaba volviendo loco".

Ildefons Diana, revisando el correo de la portería del número 292 de la calle de Provença.

Ildefons Diana, revisando el correo de la portería del número 292 de la calle de Provença. / MAITE CRUZ

Ildefons Diana, conserje del número 292, nunca se fue del inmueble. Pactó con los carteros los días de envío del correo, para poder entregárselo a los vecinos. Barcelonés del barrio del Clot, entró a trabajar en la finca en 2018, cuando le despidieron de su anterior y único empleo en un taller mecánico. "Esto no es mi pasión, solo espero la jubilación. Pero distraído lo estoy", sonríe. En el inmueble apenas quedan vecinos. La mayoría son oficinas. "Algunas han cerrado, y creo que las otras lo harán próximamente. A los empleados tampoco se les ve mucho por aquí. Todos teletrabajan", cuenta. Los pocos que siguen al pie del teclado piden la comida 'online'. Los porteros conviven con repartidores a domicilio y mensajeros de paquetería. Los tres cuentan cómo estas Navidades los portales estaban repletos de cajas traídas de la nube. "La portería parecía un almacén, no sabíamos ni dónde meternos".

Los vecinos del 290 siguen allí. "La gente que vive aquí, en general, no tienen problemas económicos", cuenta Segovia. Este residente de Roquetes (Nou Barris) lleva más de una década trabajando en la portería. "Yo lo que veo es que la gente se irrita y se enfada a la mínima. Que no se puede hablar con nadie. Suerte que nos tenemos a los tres", se sincera. "Lo peor es ver cómo la gente se aleja de la portería por miedo", añade Mena.

Cesar Mena, portero del número 288 de la calle de Provença, frente a la puerta del edificio.

Cesar Mena, portero del número 288 de la calle de Provença, frente a la puerta del edificio. / MAITE CRUZ

El conocido don de gentes de Mena ha animado a los vecinos del 288. le llaman simpáticamente 'el alcalde de Provença'. "No sé si soy portero o psicólogo", dice entre carcajadas. Y algo cotilla como buen portero de finca regia. Una vecina está a punto de dejar al novio con el que vive. "No puedo más, te juro que le dejo", le cuenta cada dos por tres. Él le dice que haga lo que le dicte el corazón, que consejos puede dar pocos. También recurre a él un vecino del ático. Llegó de Irak hace un año siendo mujer. Hoy se considera un hombre. "Siente que la gente le mira mal, que no encaja, está muy sola... y yo le digo que está estupenda. Que la vida son dos días y hay que ser feliz". También saluda efusivamente a los clientes del 'meublé' que hay en la finca. "Me los conozco a todos. Aquí no estamos para juzgar, que la vida ya es demasiado complicada, y más ahora. Solo me queda vivir, y sonreír!".

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