Barceloneando

Del 'Patufet' a la teoría queer

La evolución de los quioscos de prensa refleja los cambios sociales, políticos e incluso lingüísticos de los últimos 150 años

Lectura de diarios y revistas en un quiosco de las Ramblas hace un siglo.

Lectura de diarios y revistas en un quiosco de las Ramblas hace un siglo. / Archivo Zerkowit

Gemma Tramullas

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Ojear las noticias del día sin pagar (hay cosas que no cambian), leer sobre las ventajas del naturismo y el nudismo para la salud, comprar por 20 céntimos un ensayo comunista o feminista, y participar en una tertulia anarquista. Todo esto y más era posible en los quioscos de La Rambla en la Barcelona de las décadas de 1920 y 1930. Un siglo después, además de periódicos y revistas, estos icónicos establecimientos extendidos por toda la ciudad venden suvenires, tarjetas de transporte, lotería, café para llevar y lo que pueden.

Por su versatilidad y su emplazamiento a pie de calle, estas construcciones de apenas seis metros cuadrados resultan un excelente observatorio de los cambios sociales. Incluso dieron nombre a un género literario, la novela revolucionaria de quiosco, ediciones económicas dirigidas a la clase trabajadora con textos de autores como Tolstoi, Salvador Seguí o Frederica Montseny.

La reciente apertura del Odd Kiosk en el Eixample, que ofrece publicaciones y obras artísticas inspiradas en la teoría queer y el debate sobre el género, la identidad y la orientación sexual, es la enésima adaptación del quiosco al signo de los tiempos.

Los propietarios del Odd Kiosk, en la calle de València con Enric Granados.  

Los propietarios del Odd Kiosk, en la calle de València con Enric Granados.   / RICARD CUGAT

Los primeros quioscos datan de mediados del siglo XIX y vendían sobre todo bebidas. Uno de los primeros proyectos de un Gaudí recién salido de la Escuela de Arquitectura fue precisamente un quiosco-urinario, que finalmente no llegó a ver la luz. En 1888, el diario vespertino 'El Noticiero Universal' instaló en La Rambla los primeros quioscos de prensa tal como los conocemos.

Aquel nuevo elemento del mobiliario urbano enseguida captó la atención de las autoridades por su potencial propagandístico. La Generalitat republicana los promovió para difundir material político y el régimen franquista los vació de toda la tinta que oliese a rojo y catalanista. Tras la guerra civil, el bullicio intelectual que los caracterizaba fue sustituido por los títulos de la Biblioteca de Autores Cristianos, que a su vez dio paso a las revistas eróticas de los años 80.

Rosa Maria Díaz Vila pertenece a la cuarta generación de una familia de quiosqueros que actualmente regentan los quioscos Bambú, uno en el barrio de Sants y otro en la plaza Francesc Macià. Su abuela le contaba historias tan increíbles que decidió reunirlas en  ‘La història de quatre fustes’, un libro autoeditado que arranca cuando su bisabuelo se apostó el quiosco familiar en una partida de cartas. Y perdió.

Sin embargo, el nuevo propietario se apiadó de él y le cedió otro en la calle Creu Coberta. Con el hermano de Rosa, Josep, al frente, este quiosco ofrece actualmente más de 300 publicaciones y es uno de los pocos donde aún se pueden ver colas de clientes, la mayoría vecinos mayores.

El libro de Rosa Maria cuenta que, antes de la guerra, la gente prefería ir caminando al trabajo y con lo que se ahorraban del billete de tranvía compraban diarios o cómics, tal era la afición. Además de las cabeceras informativas de la época, "el rey indiscutible en cómics era ‘En Patufet’". Dos días después de la entrada de las tropas franquistas, “nos quemaron en medio de la calle todas las publicaciones que según ellos eran revolucionarias y nos dejaron el quiosco vacío”.

El relato llega hasta los Juegos Olímpicos de 1992: "El alcalde se esforzó para que la ciudad estuviera perfecta. Uno de los muchos cambios que quería hacer era quitar todos los quioscos diferentes y poner unos nuevos. Quería que todos fueran iguales (…). Pese a sus buenas intenciones, no llegaron a tiempo de cambiarlos todos. Cuando nos colocaron el nuestro, ya hacía más de dos y tres años que había pasado el gran acontecimiento".

En 1972, Josep Alemany y Enric Poblet habían diseñado el modelo de quiosco de La Rambla, que ganó el premio FAD de Arquitectura. El modelo al que se refiere la abuela de Rosa María se conoce como Condal y es posterior. Lo diseñaron en 1988 los arquitectos Moisés Gallego y Franc Fernández.

Era de acero y cristal y muy tecnológico, pero el gremio presionó para hacer unas modificaciones que llevaron a Fernández a distanciarse del proyecto. La empresa Cemusa instaló 340 quioscos Condal en la ciudad y en 2008 se inspiró en este mismo modelo para renovar los antiguos ‘newsstand’ de Nueva York.

"El quiosco pertenece a otra época -opina Fernández-. A principios de siglo tenían sentido porque facilitaban que la información llegara a más gente, pero ahora casi todo el mundo tiene una pantalla. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que el espacio urbano tiene que estar lo más limpio y bien hecho posible. Al fin y al cabo, los quioscos son una tienda más y no sé por qué deberían tener un trato especial".

¿Hay que renovar los quioscos o sacarlos del espacio público? "Es una pregunta que no tiene fácil respuesta -continúa-. Yo soy muy partidario de aprovechar y renovar edificios, pero en este caso creo que los sacaría. Estaría bien que los especialistas reflexionasen sobre qué hacer con los quioscos. Quizá lo mejor sería eliminar la mitad y el resto renovarlos. Hay que pensar bien las cosas”.

De momento y aunque durante el estado de alarma se han considerado un servicio esencial, prima la indefinición tanto por lo que respecta al modelo de negocio como a la estética. La Associació de Venedors Professionals de Premsa ha hecho varias propuestas al ayuntamiento para evitar la sangría de cierres provocada por el bajón de la lectura de prensa en papel, pero las respuestas son complejas y lentas y solo ha cuajado la reapertura de cinco quioscos gestionados por personas con diversidad funcional.

Mientras tanto, una nueva generación ha tomado la iniciativa renovando quioscos cerrados con nombres como News & Coffee, GoodNews y Odd Kiosk, que apelan a nuevos públicos. Un modelo inspirado en el quiosco barcelonés colonizó Manhattan y ahora el inglés se apodera de una imagen icónica de Barcelona. La globalización era esto.

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