BARCELONEANDO
El Ateneu rompe costuras
La institución acondiciona un espacio levantado por el arquitecto Elies Rogent para almacenar la parte más preciada de su histórica biblioteca
La intervención supuso desmontar el jardín romántico y enviar momentáneamente las palmeras al Maresme y los peces del estanque al Montseny
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
Entre la Rambla y la plaza de la Vila de Madrid hay un túnel secreto. Un pasadizo subterráneo que conecta el Palau Savassona, actualmente sede del Ateneu Barcelonès, con el Café Moka, antaño local histórico de la ciudad y hasta la irrupción del covid, local frecuentado por turistas. Su construcción y su uso no están nada claros pero ahí está la rumorología para explicar la historia. Una de las leyendas apuesta por ser vía de encuentro clandestino entre las monjas carmelitas del convento, que hasta que fue destruido en 1936 ocupaba lo que hoy es la plaza de la Vila de Madrid, con los curas de la iglesia de Betlem, templo también pasado por la pira durante la Guerra Civil pero aún en pie en la Rambla y con uno de los pocos, si no el único, ejemplo de fachada barroca que no llega a ser punta de diamante, pero casi, de Catalunya.
La otra leyenda es la que explica la placa que hay frente a la boca del túnel. Según esta, el pasadizo sirvió para abastecer de comida y toda clase de material a los guardias de asalto que durante los ‘Fets de maig’ de 1937 se atrincheraron en el Café Moka apuntando al edificio de enfrente, la Reial Acadèmia de Ciències i les Arts (actual Teatre Poliorama), defendido por el POUM. Cosa que explicaría porqué los primeros aguantaron sin problemas de abastecimiento y los segundos, como cuenta George Orwell en ‘Homenaje a Catalunya’, pasaron días sin nada que llevarse a la boca, ni comida ni tabaco. Fuera como fuera el pasadizo sigue en su sitio, pero tapiado desde 2019, y la placa es de reciente aparición.
Cuelga de una de las paredes del Espai Rogent, zona del Palau Savassona ahora recuperada y acondicionada para preservar 40.000 de los 300.000 volúmenes que atesora la biblioteca del Ateneu Barcelonès, una de las mejores de España en manos privadas, con un 30% de su colección que no se encuentran en ninguna otro centro y con “un fondo patrimonial en el cual hay libros desde el siglo XV hasta principios del XIX, con un foco muy importante en el siglo XVIII”, según Jordi Casassas, presidente de la entidad. Legado patrimonial que a partir de ya descansará en el Espai Rogent con todas las garantías de humedad, temperatura y luz que requiere su conservación.
La sala, un semisótano con ventilación natural, ocupa 280 metros cuadrados cubiertos con bóvedas de cañón rebajadas y con la firma de uno de los grandes arquitectos de la Barcelona del XIX: Elies Rogent (1821-1897). De ahí el bautizo del espacio. Se construyó años después de la edificación del palacio por el barón de Savassona, en 1864, cuando los propietarios del momento, los hermanos Serra Farreras, decidieron ampliar la finca añadiendo un edificio vecino. Y de ello se encargó el citado arquitecto. No se sabe qué uso original tuvo, posiblemente comercial ya que sus habitantes mercadeaban con América, pero sí se sabe que su última función fue la de almacén del Café Moka, hasta 2019. Y se sabe, también, que es uno de los pocos espacios por donde el Ateneu podía crecer para solucionar sus problemas de biblioteca constreñida.
Palmeras voladoras
Y a ello se puso el año pasado, en plena pandemia, el arquitecto Mateu Barba. El reto más grande fue la impermeabilización del espacio, no en vano el Espai Rogent se asienta debajo del archiconocido jardín romántico del Ateneu. O sea que lo suyo fue retirar cuatro inmensas palmeras ‘livistona chinensis’ y no una menos pesada palmera canaria, y vaciar de peces el estanque antes de proceder. Las plantas salieron camino de un invernadero del Maresme con grúa por encima del tejado y sorteando seis pisos de altura. La marcha de los peces fue más discreta y su destino, un vivero del Montseny. En octubre acabaron los trabajos arquitectónicos y todo volvió a su sitio de la misma manera que había salido. De manera que el jardín sigue siendo romántico, y su subsuelo ha ganado un espacio patrimonial. ¿El coste? 800.000 euros salidos de la Generalitat y la Fundación La Caixa.
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