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¡Saturnal en Badalona!

El imprescindible museo de lo que un día fue Baetulo celebra 10 años de su hercúlea refundación con una colección de recientes tesoros que se incorporan a sus vitrinas

Badalona     16 12 2020     Barcelona    Ultimas incorporaciones a la coleccion de restos romanos  que se exhiben en el Museo de Badalona cuando se cumplen 10 anos de su inauguracion  Fotografia de Jordi Cotrina

Badalona 16 12 2020 Barcelona Ultimas incorporaciones a la coleccion de restos romanos que se exhiben en el Museo de Badalona cuando se cumplen 10 anos de su inauguracion Fotografia de Jordi Cotrina / JORDI COTRINA

Carles Cols

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Hace un año y medio (qué tiempos aquellos sin pandemia, ‘o tempora, o mores’), el Museu de Badalona sirvió en bandeja la oportunidad y el placer de encabezar una crónica de ‘barceloneando’ con un sicalíptico pero inapelable título, ‘¡Bacanal en Badalona!’. No había engaño alguno. Esther Gurri había comisariado una exposición en la que, por primera vez, se reunían bajo un mismo techo casi todas las representaciones de Baco y su caterva silenos, sátiros, faunos y ninfas encontrados en misiones arqueológicas llevadas a cabo en Catalunya. Pues nada, que con idéntico rigor toca ahora celebrar que en Badalona acaba de comenzar una gran saturnal.

La Saturnalia, aunque la Real Academia de la Lengua (RAE) la defina en una de sus acepciones como “una orgía desenfrenada”, era en verdad simplemente la Navidad antes de Cristo, es decir, la celebración que los romanos realizaban justo ahora en estas fechas, en palabras del enamoradizo Catulo, “el mejor de los días”. Durante la Saturnalia los amigos se intercambiaban regalos, o sea, nada distinto bajo el Sol desde entonces, pero se iba más allá que ahora y durante unos días los amos servían el vino a sus esclavos, que para la ocasión se sentaban todos juntos en la mesa. Vamos, con una mirada amplia, como en ‘Plácido’, pero sin cortapisas.

La cuestión es que la Saturnalia comenzaba el 17 de diciembre y esa es la fecha, gran casualidad, en la que el Museu de Badalona acaba de celebrar los 10 años de su gran refundación, la que en el 2010 le convirtió en uno de los centros culturales más emocionantes de la Hispania Citerior, Ulterior y hasta de la Galia entera. Fue hace 10 años que el museo pasó de exhibir en su subsuelo unos modestos 600 metros cuadrados de su antigua ciudad romana a los actuales más de 3.000, a los que hay que añadir además la superficie de varias fincas cercanas tan estupendamente conservadas que acreditan, por sus lujos, que en Baetulo vivían familias notablemente adineradas. Es un acto de justicia subrayar, antes de proseguir, que aquella refundación museística fue la herencia que dejó el que entonces era el director, Joan Mayné, un tipo al que los trabajos de Hércules no le intimidarían. Puede que no fuera capaz de robar las manzanas doradas de las Hespérides o de limpiar los cochinos establos de Augías, pero logró domar a no pocos políticos de su época para que invirtieran en el crecimiento geométrico de la ciudad romana visitable, un trabajo hercúleo, sin lugar a dudas.

Y para soplar las velas de este décimo aniversario, la dirección del Museu de Badalona ha decidido renovar su rica colección con una docena larga de nuevas piezas, desconocidas su mayoría por el público, y que son fruto de las labores arqueológicas llevadas a cabo en la ciudad estos últimos años, esos tesoros que, sorpresivamente casi siempre, han asomado la nariz en las noticias de vez en cuando. He aquí, telegráficamente, algunas de las novedades y, entre ellas, al final, por mantener el suspense, la de la joven ciudadana romana de la foto principal de esta crónica que, desnuda hasta los huesos, se exhibe en una vitrina tal cual como fue despedida de este mundo.

LITERALMENTE, LAS JOYAS DE LA COLECCIÓN

Comenzamos con lo más pequeño. En diciembre del 2019 se anunció que en las obras de una gran promoción inmobiliaria de la calle de Coll i Pujol, esquina con Sant Ramon, había aparecido una interesante porción de la Via Augusta, un taller metalúrgico, un horno crematorio funerario, varios restos humanos y, lo más minúsculo de todo, un anillo sin su piedra preciosa original, probablemente de ónix, y un pendiente. El conjunto fue fechado en el siglo IV, o sea, con Baetulo ya de capa caída, pero a la vista de lo hallado, aún con un exquisito gusto por la estética.

CRISTO ANTES DE CRISTO

Una de las sorpresas arqueológica del 2017 fue que durante unas obras en los laterales de la autovía C-31 vio de nuevo la luz del Sol una villa romana, en este caso, la finca principal de una explotación vitivinícola, pero lo inesperado era el lugar, muy lejos de lo que hasta entonces se consideraba que alcanzaba la mancha urbana de Baetulo. El yacimiento obligaba a reconsiderar el mapa de la Badalona romana, mucho más extensa de lo imaginado. El hermoso mosaico de la casa ya indicaba de forma inequívoca que aquello no era una finca agrícola de tres al cuarto, pero el súmmum fue descubrir ahí una testa de un Baco tallado en piedra de las prestigiosas canteras tunecinas de Chemtou. Estaba rebozado en barro, qué menos tras una resaca de 2.000 años, pero era un lujo tenerlo de nuevo entre unas manos humanas.

La pieza es muy vistosa. Cierto. El público general suele quedarse en eso y en que representa un dios simpaticote, el perfecto anfitrión de toda buena juerga. Pero para no pocos arqueólogos, latinistas e historiadores del mundo clásico es mucho más que eso. Es nada menos que la bisagra de un momento crucial de la historia. Esther Gurri se cuenta entre ellos. “Cada vez tengo más claro que Cristo es un Baco reciclado”, dice. Igual que el cristianismo hizo un corta y pega con la Saturnalia, la historia de Baco tiene demasiados ecos para no sonar familiar. Por resumir, muere, resucita y en las celebraciones en su honor se comparte vino.

MÁXIMO DÉCIMO MERIDIO O SU SOSÍAS

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Una lámpara casi sin igual, con la figura moldeada de un gladiador. / MUSEU DE BADALONA

El año 2019 fue generoso en regalos arqueológicos. Del yacimiento de la rambla de Sant Joan fue rescatada una lámpara insólita por su rareza. Reproduce la figura fortachona de un gladiador. Solo se conoce otra parecida, hallada en este caso en Marruecos. Se producían probablemente en serie con un molde, pero los detalles se trabajan después a mano, lámpara a lámpara, hasta que resaltara la figura imponente de un Russell Crowe en el papel de Máximo Décimo Meridio. Nunca fue usada. Nada de "a mi señal, ira y fuego". Nunca en ella prendió una llama. Se supone por eso que era un objeto muy apreciado por su dueño, de esos con los que se presume ante las visitas.

EL ANCLA DE UN PUERTO AÚN DESCONOCIDO

Es a costa de pedigrí que el Museu de Badalona ha logrado que Salvador Guerra, conocido coleccionista gerundense, haya cedido para su exhibición un ancla rescatada del fondo de la bahía de Roses. El motivo de interés de esta pieza incorporada a la colección es que luce grabadas, en alfabeto ibero, el nombre romano de Badalona, lo cual indica que el puerto en que fue botada la embarcación que la transportaba era el de Baetulo. La cuestión es que la ciudad tuvo puerto. El problema es que se desconoce dónde estaba.

UN TAZÓN MUY POÉTICO

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Copia de los fragmentos de un tazón en que Marc Mayer logró descifrar la mano literaria de Ovidio. / MUSEU DE BADALONA

Aunque muy dañada, merece la pena reparar entre las piezas de la exposición en una copa que durante un tiempo fue una incógnita hasta que Marc Mayer, latinista de referencia para el Museu de Badalona, resolvió el enigma. En ella se podían leer solo unos fragmentos inconexos y el trazo unas siluetas animales. ¿Con qué versos se tomaba el vino tan ilustrado vecino de la primera Badalona? Mayer (responsable, por cierto, de una muy recordada conferencia sobre el uso del sexo como herramienta de poder en tiempos de Roma) llamó un día a Gurri sobreexcitado con su ‘¡eureka! particular. Había identificado los versos. Son de Ovidio, pero nada de su poemario del ‘Ars amadi’, que era la suposición inicial, sino un fragmento de ‘Tristia’, una obra con la que se supone que el autor pretendía obtener el perdón del emperador (le había desterrado a la ingrata Tomis, actualmente en Rumanía), así que se presentaba a sí mismo como el pobre Acteón, personaje mitológico que en un descuido vio desnuda a la virginal diosa Diana y esta, menuda ella, le convirtió primero en un ciervo, que ya es condena, y lanzó luego contra él una manada de lobos para que le despedazaran. En copas así se servía el vino hace 2.000 años en Badalona. Poca broma. Dice mucho del nivel cultural de aquella época.

EL VINO TABERNARIO DE SIEMPRE, EN UN NUEVO ENVASE

Baetulo fue una de las retaguardias vitivinícolas de Roma, que hizo rico a más de un productor, como Marcus Porcius (15 aC – 25 dC), a costa de saciar la sed (es un decir) de las cohortes que ampliaban las fronteras del imperio. Entre las curiosidades que se han incorporado a la colección del museo destaca por su gordura una ánfora muy distinta de las demás. Al parecer fue un intento de romper moldes en el mercado con un nuevo diseño y asociar los vinos de Baetulo a un tipo distinto de ánfora. No funcionó

¡ESTÁN LOCOS, ESTOS ROMANOS!

Qué gran ocasión son las saturnales para hablar del saturnismo. Vamos a ello. La cuestión es que en su empeño en narrar hasta los más mínimos detalles de la cotidianidad de aquellos tiempos, el Museu de Badalona dedica una de sus vitrinas a la lampistería romana, en concreto, al modo en que canalizaban el agua corriente doméstica. Lo habitual era emplear tuberías cocidas con barro, de las que se muestran varios ejemplos, pero este material era inoperante para salvar esquinas y recodos. Entonces, quien podía permitírselo, clases altas, sobre todo, echaba mano del muy maleable plomo. No era ningún secreto ya entonces su toxicidad. Se asumía el riesgo. Es más, al vino se le añadían limaduras de plomo para endulzar su sabor. El conjunto de síntomas que desata ese envenenamiento, entre ellos una cierta dosis de locura, se le conoce como saturnismo en honor a Saturno, dios perturbado como pocos, al que pintó estupendamente devorando a sus hijos una famosa  víctima de esta enfermedad, Francisco de Goya. Se intoxicó con el plomo que contenían sus pinturas.

ACTA EST FABULA, PLAUDITE

Con estas palabras se despidió el divino Augusto de la vida. Eso dicen. La función ha terminado, aplaudid. A lo mejor es cierto, que fue ese su adiós a este mundo. El caso, lo habrán deducido, es que toca volver a la vitrina prometida al principio, la funeraria, cargada de simbolismos.

En el suelo yacen los restos de una romana rescatada durante las obras del metro de la estación de Pompeu Fabra. Tenía unos 25 años cuando murió. Fue sepultada con gran amor. A sus pies tiene unas pequeñas ampollas, varios ‘lacrimorium’ en el que habían sido recogidas las lágrimas de quienes la lloraron. Al otro lado de los pies hay el cráneo de un niño. ¿Tal vez un hijo fallecido con anterioridad?

La cabeza reposa sobre una teja. Hace las veces de almohada. La muerte parece más plácida si la nuca no se apoya directamente sobre el suelo.

Bajo la almohada se escondían las costillas de un hombre adulto. Puede que de algún familiar enterrado antes en esa misma necrópolis. Sobre la cabeza y a la vista, un clavo. Su función era proteger a la difunta. Dentro de la boca, los arqueólogos que la descubrieron encontraron dos monedas para pagar a Caronte. Una de ellas era un as de Adriano. Así es fácil fechar la muerte. Primer tercio del siglo II.

Conviene, antes de alejarse de esta vitrina, mirar al fondo. Hay ahí el esqueleto completo de una mula. Es tan grande que puede pasar desapercibido la minúscula osamenta que hay a sus pies, de un bebé de unos dos meses de edad. Mula y niño fueron encontrados en otra sepultura mucho más sencilla, en un viejo pozo en desuso. ¿Qué hacían ahí ambos juntos? La muerte de un hijo no solo era un momento de un profundo dolor, sino también de gran preocupación por cómo haría el viaje al otro mundo. Por eso era una práctica común sacrificar un animal para que le hiciera compañía en ese oscuro recorrido. En este caso, e toco a la vieja mula de la familia.

Ahora sí. ‘acta est fabula’. Feliz Saturnalia.

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