Morir en la orilla inmobiliaria

La tragedia de Gorg es, aunque suene crudo decirlo, algo muy propio de aquellos entornos metropolitanos en plena y brutal metamorfosis urbanística

Badalona   10 12 2020  Sociedad  Algunos de los habitantes de la nave que se incendio ayer en Badalona y que ha supuesto la muerte de al menos dos personas  una de ellas podria estar todavia en el interior del edificio  Fotografia de Jordi Cotrina

Badalona 10 12 2020 Sociedad Algunos de los habitantes de la nave que se incendio ayer en Badalona y que ha supuesto la muerte de al menos dos personas una de ellas podria estar todavia en el interior del edificio Fotografia de Jordi Cotrina / JORDI COTRINA

Carles Cols

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En los 13 años o más que la nave industrial trágicamente incendiada la noche del miércoles ha sido el refugio de decenas de inmigrantes subsaharianos, Badalona ha tenido cinco alcaldes de distinto pelaje político, seis si se tiene en cuenta que Xavier García Albiol ha repetido en el cargo. Desde las ventanas de la nave industrial, no obstante, lo visible no ha sido esa carrera de relevos en que el bastón de mando consistorial ha ido de mano en mano, sino algo más relevante para contextualizar lo sucedido, unas inmejorables vistas sobre lo que por estas latitudes europeas se considera el progreso económico, es decir, el tocho.

Cinco alcaldes ha tenido Badalona desde que la nave ha estado ocupada. Como al lotería de Navidad, la culpa está muy repartida

Merece la pena primero describir el lugar. Es (o era hasta hace bien poco) el último yacimiento inmobiliario virgen de la costa barcelonesa, una rareza a todas luces, porque en un país en el que primero se levantaban los barrios y, luego, mal y tarde, se emprendía la construcción de las infraestructuras esenciales, esta porción del barrio de Gorg es diametralmente la historia contraria. Está situada entre dos líneas de metro, una de tranvía, varias de bus, a los pies del centro comercial Màgic de Badalona y a dos pasos de un puerto deportivo. Todo eso y más en un radio de cinco minutos a pie. A lo mejor los sueños húmedos de todo promotor inmobiliario no van mucho más allá de esta fantasía.

La crisis de 2008 (se supone que los subsaharianos ya habían hecho suya la nave industrial) cogió a Badalona con un mayúsculo proyecto entre las manos para ese lugar. El plan original pretendía abrir un canal navegable desde el puerto deportivo hasta la estación de Gorg. Las embarcaciones podrían amarrar a las puertas de los locales de ocio y a uno y otro lado del canal se levantarían estupendas fincas de no menos de 10 pisos de altura. La crisis y, un poco también el sentido común, truncaron la versión más faraónica del proyecto. El Sareb era dueño de varios solares. Otros bancos y empresas eran propietarios de parcelas en las que solo crecía la mala hierba. Parecía que aquella esquina del término municipal de Badalona, casi frontera con Sant Adrià del Besòs, iba a entrar en una vía muerta, pero ocurrió algo tan inesperado como sorprendente.

Los subsaharianos veían por las ventanas del noreste pisos que no podían comprar y por las del suroeste, empleos a los que no podían acceder

Justo al lado del puerto deportivo y en lo más profundo de la crisis terminaron las obras de una gigante promoción de pisos con vistas al mar. Se vendieron como rosquillas. Fue el pistoletazo de salida de la reformulación del canal. Desde las ventanas que dan al noreste, los subsaharianos han visto durante estos años cómo un enjambre de grúas levantaban unas blancas y luminosas viviendas, en cierto modo, lo que les encorajó un día cruzar el mar en patera o en escondidos en las tripas de un camión, un hogar.

Las vistas desde las ventanas que miran al suroeste son bien distintas. Lo primero, lo más cercano, es la calle de Tortosa, un lugar insólito, una vía estrecha en la que hace 100 años echaron raíces inmigrantes del sur de España, como la bisabuela de Eli, que esta mañana, tras el incendio, paseaba por ahí. Su familia vivía en Villa Juana, una casita de una única planta. Era esta una calle en la que las puertas no se cerraban con llave y en la que los niños juagaban en la calzada. De eso hace mucho, porque en ese paréntesis en que en Badalona no se decidía qué hacer con su frontera sur, las calles más allá de Tortosa, hasta entrar de lleno en Sant Adrià, se convirtieron en la retaguardia logística de todos los ‘chinatown’ de Catalunya. Los subsaharianos, lo que son las cosas, veían a un lado pisos inaccesible y, al otro, empleo al que no podían acceder por falta de papeles.

Gorg debería ser visita obligada para todo estudiante de arquitectura o de cualquier disciplina asociada al urbanismo: cada calle, un mundo

A veces, dentro del continuo urbano del área metropolitana de Barcelona hay, por decirlo de algún modo, acantilados sociales, fallas en el terreno urbanístico que deberían ser de obligada visita y estudio por parte de los alumnos de arquitectura y otras ciencias sociales. La más conocida, claro, es la de la Mina, cuya zona más degradada está a solo una travesía de distancia de fincas con piscina comunitaria. La de Gorg es otra, menos conocida, más rica en matices aún si cabe. En la calle de Ponent se alzan las promociones que algún día tendrán un canal navegable a sus pies. En la siguiente, Antoni Bori, se ofertan solares edificables. Luego está Tortosa, con su aire casi rural. Y después, en la adyacente, Sant Lluc, el paisaje cambia abruptamente, con sus grandes carteles de colores con ideogramas chinos y donde el concepto aparcar en doble fila adquiere dimensiones distintas porque lo que abundan son los camiones con tráiler. Curioso barrio. Cada calle, un mundo.

Lo ocurrido la pasada noche del miércoles y madrugada del jueves en Gorg no es (disculpen por la crudeza) nada nuevo bajo el sol. Las grandes transformaciones urbanísticas suelen ir acompañadas de interludios luctuosos o, como mínimo, dramáticos. Con el tiempo nadie se acordará de ello, pero la apertura de la Diagonal, entre Glòries y el mar, llenó a menudo la crónica de sucesos en la prensa. Mientras la metamorfosis no es completa, todo (y entiéndase por todo, lo peor) siempre es susceptible de acontecer.

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