EL PASADO DE UN CLÁSICO DE LA CIUDAD
Los tres sustos del Museo de Cera de Barcelona
Un grupo falangista se coló tras el golpe de Tejero y empezó a mancillar la estatua del rey Juan Carlos
Un visitante se escondió y tras el cierre empezó a cortar cabezas con la espada de Jaume I
Un turista robó la pierna de Charles Manson y fue cazado por la seguridad en la salida
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
El Museo de Cera de Barcelona ha vuelto a abrir las puertas en la Rambla de Barcelona de la mano de un nuevo operador privado que alquila las instalaciones a la familia Alarcón, propietaria del edificio desde que el escenógrafo Enrique Alarcón lo adquiriera en 1973 para instalar tan peculiar exposición. El aire renovado, sin embargo, no evitará que se produzcan situaciones delirantes. Como muestra de lo que puede suceder de ahora en adelante en este edificio de estilo neoclásico de 1867, ahí van tres sustos de la anterior etapa.
Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Los militares liderados por el teniente coronel Antonio Tejero entran en el Congreso de los Diputados. “Se sienten, ¡coño!” y toda esa sucesión de acontecimientos que no repetiremos pero que, en resumidas cuentas, terminó con el asalto frustrado. Un año después, el Museo de Cera de Barcelona abre con normalidad. Todo bien, las estatuas en su sitio, los visitantes por los pasillos. Hasta que tres nostálgicos del franquismo aprovechan la efeméride y entran en el edificio lanzando proclamas de claro tinte fascista. Pero la cosa no queda ahí, van cargados con gasolina, se dirigen a la figura del rey Juan Carlos, la tiran al suelo la rocían de combustible y le prenden fuego. El monarca de cera sucumbió a las llamas. Se pudo salvar buena parte de su cuerpo, pero fue necesario cambiarle la cara y las manos. Al tiempo que la figura ardía, lanzaron octavillas en las que podía leerse 'muerte al Rey, muerte a la democracia, viva Tejero'.
Tres meses después, El Gobierno Civil informaba de la detención de 16 jóvenes miembros del Frente de la Juventud, acusados de mancillar al monarca, del lanzamiento de un cóctel molotov a la sede de Convergència Democràtica de Catalunya de la calle de Astúries y de insultos y agresiones a varios alumnos del Instituto Italiano de Cultura. En noviembre de ese año, la Audiencia Nacional condenó a algunos de ellos a un año de prisión y multas varias por delitos de estrago e incendio. Juan Carlos, una vez restaurado, volvió a su sala de jefes de Estado, donde compartía estancia con la reina Sofía y con Francisco Franco, y no muy lejos de Hitler, Arafat y de los 'presidents' Pujol y Tarradellas. Peculiar mezcla.
Sobresalto nocturno
Un año antes del ataque a la figura del Borbón, un joven aprovechó el trajín del cierre del museo para esconderse en una de las habitaciones. Entrada la noche, el vigilante oyó ruidos. De por sí, custodiar un museo de cera ya debe dar algo de mal rollo. De hecho, la que fue directora durante muchos años, Carmina Vall Petipierre, tenía un despacho en el interior del edificio, pero acabó por trasladarlo porque sentía malas vibraciones. El caso es que el encargado de seguridad, linterna y porra en mano (ese hombre tendría hoy una magnífica entrevista), se adentró en el museo para detectar el origen de tanto alboroto. Pónganse en situación: medianoche, oscuridad, un golpeteo misterioso, andar junto a las estatuas de Frankenstein, el hombre lobo o Dalí, que en su versión de cera tenía ojos como bolas de Navidad. Al llegar al salón Gótico se encontró el desaguisado. Cabezas por los suelos. Un joven turista (se dice que con problemas con las drogas y no queda claro si era holandés o alemán) que le había robado la capa y la espada a Jaume I se vino arriba y empezó a decapitar figuras como si no hubiera un mañana. Fue una masacre. Entre las víctimas, Cristóbal Colón y Ramon Llull. Esta habitación, por cierto, con un magistral juego de espejos, es una de las que mejor demuestra el buen hacer de Alarcón en materia escenográfica. Trabajó en más de 200 películas y recibió todos los premios posibles de la industria del cine nacional. Por algo sería.
El tercer sobresalto tiene que ver con Charles Manson, un asesino que a pesar de su maldad ha dejado un reguero de fanáticos por todo el planeta, el poso que queda de su secta. Uno de ellos se vino a Barcelona. O ya vivía aquí, no queda claro... El hecho es que el susodicho quiso llevarse un recuerdo del malvado y le arrancó una pierna. Cuando iba a abandonar el edificio, uno de los vigilantes se dio cuenta de que debajo del abrigo destacaba una protuberancia fuera de lo común. Acertó. Tras llamarle la atención, el hombre sacó la extremidad y Manson pudo andar de nuevo.
Ha habido anécdotas menores, como la manía que tenían los visitantes de subirle la falda a Marco Antonio para ver si calzaba bien o los fieles que aprovechaban al Juan Pablo II de cera para ponerse de rodillas. Ahora el museo inicia una nueva vida con Rosalía, Greta Thunberg, Copito de Nieve, Barack Obama o Pau Gasol. Material de sobra para que empiecen a llover las anécdotas.
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