BARCELONEANDO

Huir de la plaza de Catalunya

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Carlos Márquez Daniel

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Es fácil que si te detienes en los detalles, si paras y observas un buen rato, llegues a la conclusión de que la plaza de Catalunya es un auténtico desastre. Porque está rodeada de calles con un evidente exceso de carriles. Porque la ancha acera de lado mar drena mal el agua de la lluvia, tiene baches por todas partes, un par de cabinas de teléfono que parecen ‘transformers’ de resaca, una incómoda parada de bus y la entrada a un aparcamiento subterráneo con el mismo aspecto que en los años 70. Porque la parte central es un volquete de palomas que se ponen locas con cualquiera que se lleve la mano al bolsillo. Porque alguien pensó que el núcleo moral de la ciudad era un buen lugar para albergar la parada de origen y final del Aerobús. Porque no queda rastro alguno de los locales que en una determinada época le dieron algo de gracia, como el Bar Lemans, el Café Ribas, el Salón Rigat o el Restaurante la Cala. Vale, sí, queda el Zurich, más para quedar que para tomar algo. En definitiva, este es un lugar históricamente mal resuelto. Pero tiene, dentro de tanta desdicha, un paso de peatones que podría considerarse de los más míticos de Barcelona: el que conduce a Portal de l’Àngel, el primer eje comercial que expulsó al coche de sus entrañas. Es la entrada a Ciutat Vella, pero también el tubo desde el que resulta difícil no volver a cruzar el manto rayado con una bolsa en las manos. Quizás todo sea un montaje: huye de la plaza, ¡compra!

La secuencia es la siguiente: 50 segundos para los coches, 44 para los viandantes. Solo eso daría para un 'barceloneando' sobre quién manda de verdad en la ciudad. Podría escribirse también sobre el nuevo perfil de usuarios. Han desaparecido las maletas y aquel 'tracatrá' de las ruedas sobre el 'panot' Barcelona que se había convertido en la banda sonora de los barrios turísticos. Con la mascarilla es complicado distinguir al nativo del forastero, pero la mirada algo perdida, el caminar más pausado y el atrezo bastan para cazar al visitante. Y no, todavía no han vuelto. Abunda la juventud que ha quedado para ir de compras, los grupos de mujeres de entre 55 y 65 años que los fines de semana quedan para andar deprisa y que hoy han bajado al centro, o las parejas que vienen porque a él le falta un pijama y a ella, ropa interior. También hay gente de paso, arquitectos camino de su colegio, periodistas con destino Sant Jaume. O vecinos que vuelven a casa, porque sí, todavía quedan vecinos aunque en el Gòtic haya más camas para visitantes que para residentes. 

El terómetro, en obras

Podría hablarse del urbanismo táctico de la entrada norte, con 15 macetas gigantes en las que crecen banianos, peladeras, ailantos y guayabos, amén de los bancos cuadrados de cemento que hielan el trasero. Hay otra cabina destrozada, que tiene guasa la cosa porque a menos de 50 metros alumbra una tienda modernísima de la misma empresa que gestiona este teléfono, que exhibe más grafitis que llamadas habrá realizado en un año. También daría qué hablar el termómetro de 22 metros de altura, uno más del paisanaje. Instalado por la empresa Cottet en febrero de 1956 en la fachada del número 40 de la avenida (así es, Portal de l'Àngel es una avenida), está cubierto por una lona que abraza toda la finca. El inmueble, construido en 1948 y básicamente de oficinas hasta que se permita lo contrario, parece experimentar una reforma integral de la que solo se salva el comercio de los bajos. 

Hay cierto lío de colas para entrar a comprar. Se cruzan la de Pull&Bear con la de Movistar. Alguien podría ir por pantalones y salir con una tarifa plana nueva

Los que han cruzado por el paso de peatones, al que llegan en embudo a través de los meandros humanos que se forman en función del origen (el metro, la Renfe, paseo de Gràcia o la rambla de Catalunya), se encuentran en Portal de l'Àngel con una sucesión de colas. Primero para acceder al Banco de España, donde por cierto asoma,en la parte más hacia el mar, la estatua que explica el nombre del lugar, un ángel que reproduce al custodio del siglo XV que estaba instalado en una capilla que pereció con la caída de las murallas de la Barcelona anterior a Cerdà. 

Luego están las hileras para comprar. La línea del Pull&Bear va hacia arriba. Y la del Movistar Center, hacia abajo. Se juntan sin remedio, pero sin conflicto. Aunque puede pasar que alguien fuera a por pantalones y haya salido con una nueva tarifa plana para el móvil. En el H&M, sito en el edificio ecléctico de Josep Domènech i Estapà que fue sede de Catalana de Gas y Electricidad y ahora es eso, una tienda de ropa, la cola se va hacia el centro de la avenida, lo que genera no pocos 'driblings' de cuantos quieren atravesarla. Al otro lado, la banda Los Boozan Dukes deslumbra con su música: Nueva Orleans a las puertas de El Corte Inglés; el pequeñín, porque el Enterprise sigue aparcado en la plaza de Catalunya. 

Jardín sobre el asfalto

Qué distinto sería todo esto si en 1973 no se hubiera iniciado la pacificación de la arteria. Los coches subían por aquí tras atravesar las entrañas del Gòtic y llegar al Portal de l'Àngel a través de las calles de Cucurulla y Arcs. Sucedía un 13 de diciembre y se hablaba de jardín que nacía "de improviso sobre el asfalto". Eran unas macetas gigantes de madera para romper el aspecto de autopista en plena ciudad. Urbanismo táctico casi medio siglo antes de que aquí se empezara a hablar de urbanismo táctico. De cómo el asueto ciudadano dio paso a la gentrificación del comercio de toda la vida, es otro de los temas del entorno. Queda Planelles Donat, que lleva aquí desde 1929. Venden turrones y dulces artesanales. Algunas de las bolsas que cruzan de vuelta a la ciudad por el paso de peatones llevan su sello. Ya es casi Navidad. Y la plaza de Catalunya es un desastre. 

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