ÉRASE UNA VEZ EN... LA MARINA DE PORT (42)

Can Clos hace piña para defender su oasis escolar, icono de la diversidad

Can Clos se reivindica y no renuncia a su colegio

Can Clos cierra filas para defender su colegio. / periodico

Helena López

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Las sábanas con mensajes que cuelgan de muchos de los balcones anuncian que la pequeña barriada de Can Clos, en la ladera oeste de Montjuïc, está en pie de guerra. Son las cuatro de la tarde de un jueves de noviembre y la plaza del Mig, la gran explanada entre los bloques bajo el Estadi Olímpic, está desierta. En la puerta del colegio empiezan a concentrase las primeras madres, armadas también con cartones pintados con consignas en la misma línea que las que asoman de las ventanas a su espalda. El lema más repetido, "l'escola no es tanca". Desde que el distrito y el consorcio de educación les anunciaron que habían tomado la decisión de cerrar el centro para fusionarlo con la escuela Enric Granados, en el paseo de la Zona Franca, las familias de la pequeña escuela están haciendo todo el ruido que pueden, donde pueden, para intentar que la administración cambie de opinión y mantenga abierto el centro; "la alegría del barrio", según describen sus vecinas. Un barrio que no va precisamente sobrado de alegrías.

Una de las primeras en llegar a la puerta de la escuela es Noemí Castaño, hija y nieta del barrio, exalumna y ahora madre del colegio. La mujer recuerda que son "un barrio de luchadores" y advierte que no se van a rendir. "Estos bloques los levantaron en 25 días para el Congreso Eucarístico, en 1952, cuando de un día para el otro derribaron las barracas de la Diagonal, y los vecinos llegaron aquí que no había nada y tuvieron que pelear por todo. Mi abuela siempre me explicaba cuando salieron a la calle para que quitaran el vertedero", relata mientras sostiene en una mano uno de los cartones que bajarán en un rato al 'consell de barri' en el que se lee "La educación es la respuesta para el futuro. Lucharemos". Mientras cuenta que ella había sido alumna de la escuela, baja por la calle de la Pedrera del Mussol, la de la escuela, un hombre mayor con sombrero, americana y corbata, con un pasador con el escudo del ayuntamiento. "Mira, este es el señor Luis, era el conserje cuando yo venía al colegio. Le recuerdo siempre con un peine en el bolsillo", le presenta Noemí. "Todavía lo llevo", responde él mientras se saca un peine no de viaje, grande, de los de baño, de color rosa del bolsillo del pantalón. "Yo he bregado aquí con 300 niños", se presenta el orgulloso funcionario municipal jubilado.

Pero la época en la que eran 300 alumnos queda lejos. Hoy, la escuela, de un línea, tiene una matrícula baja, uno de los motivos que esgrime el consorcio para defender el cierre. "Los proyectos actuales tanto de Can Clos como de Enric Granados no consiguen atraer a las familias de la zona, que solo escolarizan en el territorio entre un 60 y un 70%, de ahí la necesidad de disponer de un proyecto educativo de transformación que sea atractivo para las familias del barrio", señalan desde el consorcio, que, tras las protestas de las familias, han decidido posponer la puesta en marcha de la medida, que ya habían anunciado para el curso próximo, "hasta que la situación sanitaria permita realizar un proceso participativo con las dos comunidades educativas implicadas para avanzar juntas en este propósito".

Un referente en la inclusión

Laura Martínez, portavoz del ampa del Can Clos, le hierve la sangre cuando escucha que el proyecto de la escuela no atrae a las familias. "Formamos parte de la Xarxa d'Escoles pel Canvi y de Barcelona Escoles Més Sostenibles. Somos una escuela por proyectos, una escuela inclusiva. Deberíamos ser un referente en la ciudad y nos quieren cerrar. Sentimos que estamos solos ante una potente maquinaria con dos cabezas (el consorcio y el ayuntamiento) que ya ha tomado la decisión de cerrarnos", expone Laura.

Le duele también que justifiquen el cierre como medida contra la segregación. "El problema no es la segregación escolar; el problema es que la segregación escolar es fruto de la segregación social, de la segregación económica y de la segregación laboral que sufre históricamente este territorio. Es ahí dónde tendrían que actuar, con políticas, con inversión; no cerrando una escuela que tiene baja matrícula, es cierto, pero también un proyecto educativo que funciona y en el que todas las familias de los alumnos creemos", prosigue esta combativa madre, quien subraya que la diversidad del alumno es vivida por estos como una riqueza. "En un barrio con realidades complejas como este, la escuela es un lugar en el que todos los niños aprenden de todos, un ejemplo vivo de qué es una escuela inclusiva, una escuela que lucha", reivindica emocionada. 

"El problema no es la segregación escolar; el problema es que esta es fruto de la segregación social, la económica y la laboral que sufre el barrio"

Laura Martínez

— Ampa escuela Can Clos

Las familias del centro crítican también lo que consideran una cuestión de imagen. "En Enric Granados han hecho una gran obra con el plan de barrios, que está muy  bien y nos alegramos mucho por ellos, de verdad. Pero el consorcio y el ayuntamiento nos quieren juntar a todos allí, dos escuelas de alta complejidad, porque quieren potenciar esa zona de La Marina, a los pies de la Fira, al lado del registro... En la foto queda muy bien, pero no se trata de eso. Nuestro problema no es tener que desplazarnos 800 metros hasta allí, nuestro problema es que lo que nos plantean es un cambio radical en el entorno escolar. Aquí estamos en el bosque y nos quieren llevar al paseo de la Zona Franca, con la diferencia de contaminación acústica y ambiental que hay", añade Laura, destacando también que dejar Can Clos sin escuela es dejarlo "prácticamente sin vida".

"Somos felices en nuestra escuela"

"El colegio es el corazón del barrio. Se escuchan los niños jugar en el patio, las entradas y salidas. En Can Clos no hay nada más. Nada. Un bar y un pequeño colmado, si nos dejan sin el colegio nos condenan a ser un barrio dormitorio; un barrio con muchos problemas sociales y económicos; muchos", concluyen las madres mientras van saliendo sus hijos de clase -son ya las cuatro y media- cargados también con cartones con el lema definitivo: "Somos felices en nuestra escuela".

Mientras los niños y sus familias se alejan en manifestación montaña abajo, la plaza del Mig vuelve a quedar completamente vacía, como el inmenso y silvestre patio del colegio, o su espectacular huerto. Rompe el silencio algún pájaro y varios operarios. Unos, arreglando una fachada; otros <strong>instalando la estructura de hierro de un ascensor exterior.</strong>

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