Sant Antoni

Macarrones en la supermanzana

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Toni Sust

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Álvaro propuso a sus amigos quedar para comer. Y como no hay restaurantes ni bares abiertos, se fueron a almorzar a una de las mesas que hay en la supermanzana de Sant Antoni, en la placeta peatonal en la que se ha convertido el cruce de Comte Borrell con Parlament, tras una reforma completada en el 2019. Son vigilantes de seguridad en la misma empresa. Álvaro, Antonio, Francisco e Isa, todos andaluces, comen al sol. Es la primera vez que lo hacen en una de estas mesas.

La plaza estaba llena de gente este miércoles, poco después de que el Ayuntamiento de Barcelona anunciara que quiere replicar la idea en varios puntos del Eixample. Es casi un comedor. Sí, está prohibido alimentarse en la vía pública, pero en estos tiempos revueltos cuesta imaginar a un policía multando a la gente que se ha traído los macarrones. Los colegios todavía no han cerrado y por lo tanto aún no hay niños, que constituyen, todos los preguntados lo afirman, el grupo que parece disfrutar más de la supermanzana.

Ratas y botellón

Subiendo por Borrell, cuatro amigas toman algo, almorzarán en sus casas. Suelen hacerlo dos veces por semana en una terraza, pero ahora están cerradas. “Ahora quedamos aquí”, cuenta Esmeralda, vecina del Paral·lel, que aplaude la supermanzana pero no su conservación: “Está sucia”. Completan la mesa Lluïsa, que tiene en la falda a Nina, una perra que pronto cumplirá 11 años, María y Pilar, todas vecinas de la zona. Confiesan que cuando el bar está abierto apenas pasean por aquí. 

Los comerciantes son los más descontentos. Merche es dependienta de una frutería en la esquina de Parlament con Borrell. Frunce el ceño al hablar de la supermanzana: “Va bien para hacer botellón. Y es bonito para los críos. También ha fastidiado al comercio. La carga y descarga se ha complicado y ahora tenemos que aparcar el camión en Montjuïc. Por la mañana, está lleno de ratas. Antes no había”. 

En la calle de Parlament, Mercè atiende en una tienda de ropa y ve “bastantes inconvenientes” en la planificación. “Es bueno para los críos y las familias pero la gente que venía a la tienda en coche lo tiene muy complicado ahora. Además, creí que todo quedaría más mono. Pero no está muy cuidado”.

La comerciante más enfadada

En la esquina de Borrell con Manso, Gina Monllau tiene una tienda de residuo cero de comida, droguería, cosméticos. Poso sospechosa de no respetar el medio ambiente, es, en cambio, una detractora feroz de la supermanzana: “Soy la comerciante más enfadada con este tema”. Tanto, que se fue de Parlament con Borrell para subir a Borrell con Manso. “Lo notamos mucho, tuvimos una caída brutal”. Cree que lo que hay que hacer es que los coches puedan salir día sí, día no, según la matrícula.

En su tienda entra un matrimonio que vive en la calle de Parlament, Olga y Ricard. Ellos sí ven con buenos ojos la supermanzana, pero con matices relevantes: “Nos gusta que haya menos coches, el fin de semana está lleno de niños. Pero está muy descuidado. Y es de baratijo”, dice ella. Él denuncia que está mucho mejor resuelto el cruce de Tamarit con Borrell que el de Borrell con Parlament, que se acabó el dinero para hacerlo mejor. 

“Hemos ganado con que no pasen coches y autobuses, pero el tema del mobiliario y de la pintura en el suelo no lo han arreglado. Escribí al ayuntamiento y me dijeron que lo arreglarán”, relata Olga, que sostiene que algún comerciante sí está muy contento. En concreto, un bar que tiene una terraza en una esquina en Parlament. Pero es imposible comprobarlo porque la restauración está cerrada, lo que empuja a la gente a comer macarrones en la supermanzana.

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