EL URBANISMO QUE VIENE

En el nombre de Cerdà

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Carlos Márquez Daniel

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Ildefons Cerdà dibujó en 1855 el plano topográfico del llano de Barcelona. La nueva situación política y la reivindicación social ("¡abajo las murallas!", se decía) permitían relajar la inquietante presión demográfica dentro de las paredes de piedra de la vieja ciudad. Y en esa extensa tierra entre lo que hoy es Ciutat Vella y los pueblos cercanos, donde todo eran campos, rieras y vías de conexión, empezó a imaginarse un nuevo mundo. Esa tela de araña entre lo añejo y los límites físicos que marcaban la montaña y los ríos quedó en manos del propio Cerdà, que no ganó el concurso público pero sí tuvo el favor de Madrid al no comulgar el gobierno con el plan ganador de Antoni Rovira i Trias. Si recuerdan la ceremonia de los Oscar del 2017, cuando <strong>Faye Dunaway y Warren Beatty</strong>, leyeron el sobre equivocado de la mejor película del año, a Rovira i Trias le pasó lo mismo con el agravante de que, efectivamente, la estatuilla era suya y cuando estaba ante el micro para dar las gracias, se la quitaron. Ese, sin embargo, es un tema para otro día, así que nos centraremos en el Eixample de Cerdà, en el gozo de partir de cero. Y en el gozo contemporáneo de interpretarlo según convenga

Han pasado 160 años desde que la reina Isabel II -no la británica, sino la hija de Fernando VII y María Cristina de Borbón- inaugurara el Eixample. Era el 4 de octubre de 1860 y aquello debió ser todo un acontecimiento. Aunque poco o nada se parecía a lo que es hoy, como es lógico. Empujado por su origen (el Mas Cerdà de Centelles), el genial ingeniero se volcó en la idea de llevar el mundo rural a Barcelona. O como él mismo lo definía, "rurizar la ciudad". De ahí que proyectara manzanas, en un principio con solo dos fachadas abiertas, de manera que dentro quedara un enorme jardín con salida directa el exterior. Es decir, dos paredes de cuatro posibles, sin contar los chaflanes. Eso permitiría amortiguar la ausencia de verde en la simetría urbanística característica del Eixample, que sin querer, ha alterado la percepción de los puntos cardinales, com si las calles verticales señalaran el norte o el sur, y las horizontales, el este o el oeste. Y no, ni una cosa ni la otra.

Ildefons, el justiciero

Una de las virtudes de Cerdà ha sido legar a la ciudad un esquema versátil, capaz de adaptarse a los tiempos. Quizás sea consecuencia de esa sistema repetitivo de manzanas octogonales que, según explicó Manuel Angelón, amigo de Cerdà, tenía un objetivo muy claro: "Era demasiado justiciero y demasiado amigo de la humanidad para distribuir la ciudad en barrios de condiciones desiguales, cual si la trazara para una población sujeta a la división por castas". En esa tabula rasa se han ido imprimiendo el sentido de los tiempos. Hasta nuestros días, cuando, de alguna manera, y tras más de medio siglo de dictadura del automóvil que derivó en un reparto muy desigual del espacio público, Barcelona intenta recuperar algo de la esencia del proyecto original, que jamás quiso tanto gris y tan poco verde. 

Las supermanzanas. Pero también los carriles bici, la supresión de plazas de aparcamiento en calzada, la peatonalización de calles, las zonas 30... Barcelona lleva décadas reinventando el Eixample. Pero sí, las supermanzanas son quizás la culminación, el elemento que lo aglutina todo. Empezaron a desplegarse a principios de los 90 en lugares obvios. En Gràcia o el Born. Pero no fue hasta el 2016 que la ciudad se atrevió con las manzanas de Cerdà, aunque fuera en el despoblado Sant Martí. Le siguió el entorno del mercado de Sant Antoni y la idea, se anunciará el detalle este miércoles, es seguir adelante en la consecución de un Eixample más humanizado. Decía Angelón que Cerdà "pensó como un sabio, demostró como un matemático y sintió como un niño". La sabiduría la marcará la capacidad de no olvidarse de nadie, incluido el derecho a la movilidad privada. Las matemáticas vendrán con los datos, sobre todo lo que tiene que ver con los desplazamientos desde fuera de Barcelona, con todo lo que implica de carencia en infraestructuras y transporte. Lo de sentir como un niño es una cuestión de ilusión. Falta, sin embargo, que sea un deseo compartido por todos. 

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