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La Rambla, el 'Paralelo 38' de Barcelona

¿Por qué Gòtic y Raval corren suertes tan distintas en este distópico 2020? ¿Conoce usted al Amancio Ortega 'paquis'? Esto y más en este segundo episodio de las crónicas pandémicas de libreta, boli y paseo

La Rambla, vacía

La Rambla, vacía / periodico

Carles Cols

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Crónicas pandémicas. Segundo capítulo. En el anterior episodio fue toda una sorpresa comparar la comatosa calle de Ferran (el paciente, pasado un mes, sigue sin mover ni un músculo) y la de Astúries, viva gracias a su rico ecosistema vecinal. Geógrafos, sociólogos, historiadores tienen cara al futuro un yacimiento de datos a analizar sobre lo ocurrido este año en Barcelona que va mucho más allá del coronavirus. Así que, en un más difícil todavía, esta segunda entrega pretende bosquejar por qué el Raval y el Gòtic, dos barrios solo separados por la Rambla, corren suertes tan distintas en este distópico 2020. He aquí cuatro notas tomadas a pie de calle. Algunas saltan a la vista desde hace días, como que a mediodía se puede transitar la calle del Bisbe prácticamente a solas y que, a esa misma hora, la calle Hospital es el hervidero de siempre. Pero hay notas inesperadas. ¿Quieren una? Por ejemplo, que el Raval tiene su propio Amancio Ortega ‘paquis’. Luego les cuento.

Raval vs. Ciutat Vella: Comparamos la actividad de dos de sus calles

Raval vs. Ciutat Vella: Comparamos la actividad de dos de sus calles / periodico

Primero, un dato curioso. Gòtic y Raval son los barrios más testosterónicos de Barcelona. En una ciudad en que las mujeres son mayoría (en total son 86.000 más que los hombres), Gòtic y Raval son, con diferencia, una llamativa excepción. En eso se parecen. En realidad, en muy poco más. Pero eso ya dibuja un patrón. Salvando las distancias, para una parte de sus residentes son el equivalente terrestre de las plataformas petrolíferas de alta mar, lugares en los que se trabaja en estancias largas lejos de la familia. La añoranza la suplen los ingresos económicos.

Los dos son barrios, salta a la vista, con un importante peso de población extranjera (un 60,9% del total en el Raval y un 67,2% en el Gòtic), pero mientras en el primero la comunidad más numerosa es la filipina, en el segundo es la paquistaní.

No obstante, a pesar de esas similitudes, en realidad los dos barrios se parecen como dos copos de nieve. O sea, nada. El Gòtic es el paradigma de la gentrificación en Barcelona, con una pérdida de 2.000 residentes en 10 años,con más camas turísticas que residenciales, un barrio en el que su almendra central se ha parquetematizado hasta límites inamiginados hace una década. En ausencia de turismo y en tiempos de obligado teletrabajo, el tejido comercial y de restauración de esa parte de la ciudad está sufriendo lo indecible. Es posible transitar la calle del Bisbe y cruzarse solo con 10 personas un martes a mediodía. La visita a la plaza Reial, desierta sin confinamiento, tiene algo de experiencia onírica. Vayan y vean. No hay que ser Thomas Piketty o Rodolphe Christin para diagnosticar lo ocurrido. Al Gòtic le va este año como a Port Aventura.

No hay que ser Rodolphe Christin para diagnosticar lo ocurrido: al Gòtic le va este año como a Port Aventura

El Raval, por el contrario, a solo 30 metros de distancia, anchura media de la Rambla, vive parcialmente ajeno a ese desplome. El concejal de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, ofrece de entrada un dato sorprendente. El Raval no pierde habitantes como el Gòtic, pero cada año se renueva un tercio de su población. Es un caso sin igual. Las razones son muchas. Entre ellas, tal vez, lo dicho antes, que la vida en la plataforma petrolífera siempre es temporal.

Casos reales. Hay un sastre paquistaní en la calle de las Carretes que vive en unos bajos de nueve metros cuadrados de superficie. Su cama es una litera. Alquila el colchón de arriba a otra persona. En realidad, no es un tipo pobre. Tiene otro piso mayor en Barcelona por el que cobra un alquiler y, en su ciudad natal, una casa con huerto. Es además, por cierto, muy buen sastre, eso dicen, con una clientela fiel. Esa es, parece, la clave. Aunque la pandemia ha castigado severamente a las familias del Raval, el comercio a pie de calle resiste gracias al vecindario. Que cada mañana se levanten las persianas es una excelente noticia que no se conoce al otro lado de la Rambla.

Inditex controla una cuarta parte de la superficie comercial de Portal de l'Àngel y, en Sant Antoni Abad, Raval oeste, la familia Awami, va camino de lo mismo

El Raval se ha convertido en un arrecife social tan sorprendente como los de verdad. No hay documental sobre el fondo del mar que no le descubra a uno una especie desconocida o una simbiosis desconcertante. En estos días de paseo por el barrio ha sido una sopresa, por ejemplo, topar con lo que, con osadía, se podría bautizar como el Amancio Ortega paquistaní. El original, es decir, el empresario leonés dueño de un imperio de marcas archiconocidas (Zara, Bershka, Pull&Bear, Stradivarius…), controla (y este es un dato que a veces se pasa por alto) una cuarta parte de la superficie comercial de Portal de l’Àngel, o sea, las tiendas más cotizadas de España, y va camino de conquistar el paseo de Gràcia. A su escala, los hermanos Awami, paquistanís, son propietarios de una red de tiendas en el Raval oeste que ha hecho de ellos una institución.

Desde la esquina de la calle de Sant Antoni Abad con la de Salvador se tienen, a tiro de piedra, como mínimo seis tiendas Awami: la droguería, la de frutos secos, la de verduras, el bar… No lejos hay varias más. No es ninguna crítica. Es solo una constatación, entre otras cosas, de algo que apunta Rabassa, el concejald el distrito, que las grandes operaciones urbanísticas que se llevaron a cabo en los 90 para rescatar el Raval de sus duros años 80 no tuvieron todo el efecto sanador deseado. En equipamientos como el Macba, la Filmoteca y, sobre todo, las facultades universitarias, se pusieron unas esperanzas desmedidas. Su confió en exceso en su poder transformador. Al director de la ‘Filmo’, Esteve Riambau, aún le hace gracia un subtítulo que hace unos años publicó este diario ("La apertura de la flamante Filmoteca, el Barceló Raval y el IEC y el cierre de prostíbulos irregulares en Sant Ramon no han erradicado la prostitución callejera de día y de noche en la Illa Robador"), como si ese fuera el encargo cuando aceptó el cargo.

Se fio la suerte del Raval al Macba, a la Filmoteca y a presencia de la universidad, como si en Bilbao todo el éxito hubiera sido del Museo Guggenheim, y no fue así

El Raval, barrio históricamente impredecible, no es hoy como se previó en los 90. De Bilbao se ensalza a menudo el efecto reparador que tuvo sobre la ciudad el Museo Guggenheim, pero cuando se dice eso se olvida que por cada euro que se invirtió en el centro cultural  se invirtieron cinco más en sanar la ría y su entorno. Si esa estrategia se siguió en Barcelona, el resultado deseado no se logró, pero lo cierto es que llegado un cataclismo como la pandemia, que ha dejado al Gòtic tiritando, el Raval parece preparado para capear el temporal.

Solo la delgada línea de la Rambla separa uno y otro barrio. Es, según se mire, el paralelo 38 de Barcelona. Entre las dos Coreas está el Paralelo 38 más conocido de la geografía mundial, el que pone cara a cara, como boxeadores antes del combate, la concepción del mundo que ampara China (convertida en una eficaz dictadura económica) y la que avala Estados Unidos (que trata de casar la democracia con las recetas ultraliberales de mercado, lo cual tiene su enjundia). En Barcelona, más humildemente, este minúsculo ‘paralelo 38’ ha enfrentado esta última década el barrio del ‘todo por el turismo’ con el carácter indomable que caracteriza el Raval desde hace siglos, desde que nació extramuros y logró sobrevivir.

Solo un par más de apuntes más de las notas tomadas a pie de calle. Que el Raval luzca más vivo que el Gòtic no debe llevar a erróneas conclusiones. Es aún un mar de problemas. En la calle Roig, por ejemplo, hay un ‘hotel colmena’, no de los que tanto se escribió en la prensa, los que pretendían ser legales, sino uno en el que jóvenes marroquís alquilan colchones a 200 euros al mes.

Otro apunte. Casi una obligación. La Boqueria. Territorialmente se levanta sobre el Raval. Hace años, no obstante, vendió su alma al Gòtic. Es una porción del Gòtic en el Raval del mismo modo que la calle de Escudellers ha sido desde años ha una prolongación del barrio chino en el Gòtic sur, como la plaza Reial, hasta que por las propinas de los turistas renunció a serlo.

La buena noticia es que, tras el desdén de muchos comerciantes por abrir el negocio durante las semanas más duras de la pandemia (otros mercados de la ciudad estuvieron siempre a disposición del público y les fue la mar de bien), la Boqueria anda metida ahora en un lento pero esperanzador reencuentro con el público barcelonés. Quedan pocas tiendas cerradas y, las que abren, tienen una oferta espléndida, vamos, poco zumo y tentempiés para ‘guiris’ y sí mucha oferta de la que se echaba en falta. Si pueden, vayan.

Posdata. Hace medio mes y en esta misma sección, Natalia Farré escaneó con alta resolución cómo están los planes urbanísticos para resolver los males que aquejan a la Rambla, nuestro paralelo 38, un lugar desierto de barceloneses cuando estaba lleno de turistas y, ahora, escaso de barceloneses cuando ya no hay turistas. Con todo, es muy difícil discernir si la Rambla es Gòtic o es Raval. Para resolver esa ecuación, Rabassa propone algo muy sugerente. Dice que la Rambla no es una calle. Es un barrio. Es una interesante idea para otra ocasión.

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