EN EL RAVAL

Colau lleva a un fondo inversor a visitar su narcofinca de Barcelona

Visita a la narcofinca más conflictiva del Raval

Visita a la última narcosala del Raval. / periodico

Helena López / Guillem Sànchez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los bajos están tapiados, las paredes pintadas, los cristales de la mayoría de ventanas, rotos, y la puerta principal de la finca, reventada. Pese a la toalla de Mickey Mouse que asoma desde uno de los balcones de esta señorial finca en el 14 de la calle del Príncep de Viana, la hostilidad del lugar resulta evidente. Es solo la parte visible de la última narcofinca del Raval, un edificio gobernado por traficantes que llevan tres años amedrentando a los vecinos de la calle y degradando la convivencia.

Una narcosala clandestina en la que se han producido homicidios, abusos sexuales y sobredosis; burbuja de miseria a dos pasos del mercado de Sant Antoni que ha sobrevivido a varias operaciones policiales para desesperación del barrio. Este viernes, el ayuntamiento ha intentado algo nuevo para intentar resolver la situación: presentar al dueño del bloque, el fondo de inversión norteamericano Cerberus, lo que ocurre en el interior de lo que para él es solo un 'activo inmobiliario', con el objetivo de que se responsabilice del daño causado y se preste a repararlo, cediendo al menos parte de las viviendas a la bolsa municipal de alquiler social. Dos concejales, la de Vivienda, Lucía Martín, y el de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, han acompañado a un representante de la propiedad -uno de los fondos más grandes del mundo-, en el viaje a la última gran narcofinca del Raval. 

Al entrar, la delegación (de la que también forman parte varios operarios de Cerberus para confirmar las condiciones arquitectónicas del edificio) se encuentra con un vestíbulo totalmente a oscuras con el suelo mojado, hedor a orín y rincones que acumulan basura. La escalera es estrecha y los escalones tienen relieve. Al iluminarlos con la linterna del móvil -la única luz posible- se comprueba que se debe a una capa de mugre que se pega en los zapatos. La comitiva llega al primer rellano y comienzan los problemas. Asoma uno de los supuestos traficantes. Reacciona como una avispa que ve atacada su colmena: "¡Marchaos, no podéis entrar aquí!", grita a los agentes de la Guardia Urbana que protegen al equipo. "Tranquilo, estamos en la escalera, no vamos a entrar en tu piso", le responde un policía. El hombre protesta e insiste en que no tienen permiso para entrar. Sus gritos atraen a la escalera comunitaria a otras personas, que guardan silencio. Algunas visiblemente asustadas. Por detrás del hombre enfadado se percibe la realidad de un narcopiso, un espacio al que acuden a comprar y consumir heroína las personas en una situación más extrema y los lugares en los que es más peligroso hacerlo (las piedras lanzadas desde las ventanas impidieron en una ocasión que entrará los sanitarios a salvar a un hombre de una sobredosis).  

Operaciones policiales ineficaces

Las puertas del ascensor -un modelo de diseño- están bloqueadas y el elevador, inutilizado y sucio, como cada rincón de la oscura escalera. Hay pisos con la puerta tapiada, el rastro de las diversas intervenciones policiales que han intentado sin éxito acabar con el tráfico de droga en el bloque. Durante los últimos años, la decena de viviendas del inmueble han funcionado de forma intermitente como narcopisos. Detrás de cada operación policial había una nueva distribución de los pisos, para horror de un vecindario atemorizado. Vecindario de la calle y los pisos colindantes, dentro de la finca ya no quedan familias.   

La denuncia vecinal, organizada en combativas plataformas, como Acción Raval, ha señalado siempre a la raíz del problema: "la dejadez de las propiedades, a las que les interesa que los pisos se degraden para venderlos a mejor precio y sacar la mayor tajada posible, sin importarles en absoluto lo que sufrimos los vecinos a diario", no se han cansado de repetir en los últimos años, desde que los pisos en los que se vendía y consumía heroína sin ninguna media sanitaria se extendieron por el barrio. Una degradación llevada al extremo en este enclave, "hoy el principal punto negro de la venta de droga en el barrio", señala Rabassa. "Ya no sirve la excusa de que desconocían lo que pasaba en esta finca. Les hemos traído para que lo vean y actúen. Cada vez que ha habido una operación policial aquí se han desentendido y ha sido el ayuntamiento el que ha tenido que venir a tapiar y a limpiar. Se tienen que responsabilizar de sus propiedades", prosigue le concejal tras la visita. Martín insiste en la idea de la reparación. "Les ayudamos a agilizar el desalojo, pero ellos tienen que llegar a un acuerdo con nosotros para que, tras rehabilitar las viviendas, destine al menos una parte de ellas a alquiler social. Un acuerdo como el que ya hemos alcanzado con otros fondos, como Blackstone en Hospital, 99", señala.

El representante de la propiedad en la comitiva ha asegurado a este diario que su papel en el lugar era elaborar un informe técnico del estado de la finca -que define como malo, ya que hay vigas a las que se le ha arrancado partes- y ha defendido que Cerberus es "el mayor interesado en resolver el problema". "Por eso hemos accedido a hacer esta visita juntos, para llegar a un acuerdo", asegura sin entrar a valorar la propuesta del consistorio, ya que, insiste, su responsabilidad es técnica. Consultado acerca de otro interlocutor del fondo, el representante ha negado disponer de ningún contacto. Tampoco ha sabido aclarar cuántos de las ocupaciones que  persisten en la finca han sido denunciadas y cuántas todavía no constan al sistema judicial.

Pese a la pandemia, el barrio salió a la calle por última vez (una vez más) el 24 de octubre para exigir al ayuntamiento precisamente "medidas para acabar con la especulación", la que consideran "el origen de esta lacra".

Desde el 2017

El fenómeno de los narcopisos en el Raval eclosionó en el 2017. En su punto álgido llegaron a estar operativos un centenar de domicilios que vendían heroína y cedían un espacio a los consumidores para que se inyectaran en el interior. La fórmula fue devastadora para el vecindario. Muchos eran pisos ocupados que pertenecían a bancos o a fondos de inversión que se habían desentendido de su propiedad. Sin la implicación de los dueños para tapiar puertas o presionar a la justicia para que diera órdenes de desalojo, el calvario de los vecinos se eternizaba. 

Actualmente, gracias a la presión social, a las investigaciones policiales y a la labor de las administraciones, los traficantes han regresado al modelo añejo, el de pisos en los que solo se trapichea, pero no se puede consumir. Según fuentes policiales, la cifra de narcopisos que siguen activos se ha reducido por debajo de la decena, entre los que se cuentan los del número 14 de Príncep de Viana. 

Historia del edificio

El edificio del número 14 de Príncep de Viana hace tres años que funciona como una narcofinca. Un bloque de una decena de viviendas ocupadas en las que impera la ley que imponen los traficantes y del que huyeron las familias. Durante este tiempo, la rotación de moradores ha sido constante. Han habido también jóvenes sin otra alternativa que se ganaban la vida con la chatarra o con la venta ambulante.

El edificio ha sido objeto de diversas operaciones policiales que han cerrado domicilios en cuyo interior se traficaba. Nunca ha sido completamente desalojado y la actividad delictiva se ha regenerado a los pocos días ya que, a pesar de que varios de los domicilios habían sido tapiados, otros permanecían abiertos. Los traficantes actualmente ocupan los de la planta inferior. El terrado, que antiguamente había sido también un espacio ocupado por un campamento, ya está cerrado. Nadie sabe con exactitud qué ha sucedido en estos tres años entre sus muros. Sí se conocen los casos más graves que han aflorado al exterior: un homicidio, abusos sexuales reiterados y una sobredosis mortal. 

En noviembre del 2017 un hombre de 34 años murió apuñalado en uno de los domicilios. Fue acuchillado durante una reyerta que se desencadenó de madrugada entre varios de los ocupantes de uno de los narcopisos. Fue el caso más grave de los que se han producido en una finca en la que también se han denunciado abusos sexuales cometidos por parte de los traficantes. Según los vecinos, no han sido pocas las consumidoras que acudían a por dosis que también se prostituían para poder comprarlas y vencer el síndrome de abstinencia. Mujeres violadas, ya que no estaban en condiciones de negociar nada.

Hace un mes, un ciudadano de 34 años murió víctima de una sobredosis. Los equipos de emergencia que acudieron a reanimarlo no pudieron acceder a él enseguida porque varios de los moradores se lo impidieron e incluso les lanzaron piedras para mantenerlos lejos. Cuando los sanitarios llegaron hasta el consumidor fue demasiado tarde.

Suscríbete para seguir leyendo