barceloneando en las tinieblas

Drácula visita al Vampiro del Eixample

Qué mejor ciudad que una condal, Barcelona, para recibir la mayúscula exposición de CaixaForum sobre la upirología, o sea, el aristocrático personaje de Bram Stoker y su legión de súbditos acolmillados

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COLS / periodico

Carles Cols

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Llega por fin a Barcelona ‘Vampiros’, la exposición del año de CaixaForum, deliciosamente maldita, pues su estreno primero en Madrid coincidió con la declaración del estado de alarma y ahora su desembarco en la antigua Casaramona de Montjuïc lo hace con el toque de queda. Ni en el más gótico de sus sueños habría imaginado la Cinémathèque Française, el vientre que gestó la muestra, una campaña de promoción tan afortunada. Desde hace océanos de tiempo que epidemias y vampirismo han ido de la mano. En 1731, por citar un caso documentado, 16 personas murieron en Medvedja, actualmente ciudad croata, aquejadas de un mal que les dificultaba la respiración y las postraba agotadas en la cama. Pagó los platos rotos Arnold Paole, un pobre difunto al que acusaron de revivir en forma de vampiro. Las autoridades austrohúngaras encararon el caso con no mucho más acierto que las actuales la pandemia en curso. La cuestión, sin embargo, no es esa, malmeter, sino otra: Drácula llega por fin a la ciudad condal, pedante sobrenombre de Barcelona, menos en esta ocasión, claro. Bienvenido a casa, conde, porque, como se intentará demostrar a continuación esta ciudad es mil veces más vampírica que Madrid.

Como diría Drácula, entren con libertad y por su propia voluntad en este texto, en que dentro de unos pocos párrafos se verán ustedes cara a cara con el vampiro del Escorxador, personaje sin duda menos conocido que la pobre Enriqueta Martí, la injustamente llamada vampira del Raval, pero mucho más estremecedor que ella.

La expo se estrenó en Madrid en febrero y saltó el estado de alarma. Llega a Barcelona y se declara el toque de queda. Pues claro, vampirismo y epidemias siempre han ido de la mano

La exposición, una inexcusable visita cultural de aquí al próximo 31 de enero, es un exhaustivo análisis de la evolución del mito de los vampiros, un terreno de investigación en realidad infinito, así que los comisarios de la muestra han tenido irremediablemente que acotar el campo a la literatura, el cine y el arte, que no es poco. Hay piezas hipnóticas para el público, como dos vestidos oscarizados de la versión del mito que llevó a la pantalla Francis Ford Coppola, con ese Gary Oldman incapaz de morder por amor (¡menuda burrada, menudo anatema!) y ejemplos cinematográficos de la maleabilidad del personaje, por ejemplo con esa reciente versión persa mito, ‘Una chica vuelve sola a casa de noche’, en la que las ropas tradicionales que imponen las autoridades religiosas iranís confieren a la protagonista una estética muy vampírica. No se aclara en ese film, qué lástima, si los ‘no muertos’ musulmanes son inmunes al efecto de la cruz.

Pero los objetos y proyecciones más cautivadores no deberían eclipsar, en toda visita con ánimo de llegar a fondo, los estupendos fondos bibliográficos expuestos en las vitrinas, como un tomo del ‘Diccionario Filosófico’ en que Voltaire reflexionó sobre el vampirismo aristocrático de su época, más económico que sanguíneo, y en el que cita expresamente nada menos que al monje Agustín Calmet, autor en 1746 de un libro referencial para todo buen upirólogo (quédense con la palabra, pues define a los estudiosos del vampirismo), ‘El mundo de los fantasmas’, una obra inclasificable y que un siglo y medio más tarde ejercería una crucial influencia en Bram Stoker a la hora de catalizar todas las leyendas sobre los ‘chupasangres’ en su gran contribución a la literatura mundial, ‘Drácula’. Si ‘Drácula’ es la Biblia de los upirólogos, Bram Stoker es su Pablo de Tarso.

El posible campo de estudio del vampirismo es, sin ánimo de ser más pesado que Renfield, inabarcable en una única exposición. Hay leyendas asimilables a la existencia de estos seres en el Antiguo Egipto, y hasta en ‘La Odisea’ se aproxima al género Homero cuando el propio Ulises, para convocar al espíritu de Tiresias, organiza una ‘Oktoberfest’ de sangre a la que acuden sedientos decenas de muertos.

Fragmento de 'Nosferatu', de Friedrich Wilhelm Murnau

Fragmento de 'Nosferatu', de Friedrich Wilhelm Murnau. / periodico

Ha sido solo en época muy reciente que el vampirismo se ha ‘disneylandizado’, explica Juan Antonio Sanz, autor de un interesantísimo libro publicado este año, ‘Vampiros, príncipes del abismo’, que sobre el terreno, o sea, con viajes de Rumanía a Japón, de Bolivia a Grecia, ha inventariado todas las leyendas del folclore popular y de la historia de la ciencia y la medicina asociadas a esta cuestión. Destaca Sanz un detalle que merece no ser pasado por alto. Dice que cuando Anne Rice publicó en 1976 su después llevada al cine ‘Entrevista con el vampiro’, la autora superventas realizó una pirueta narrativa que nunca ha sido suficientemente bien ponderada pese a la influencia que tuvo después.

La entrevista al vampiro que propuso Anne Rice no es la repera literaria, pero su publicación en 1976 marcó un antes y un después en la trayectoria del personaje 

En aquella novela, aunque literariamente no sea gran cosa, se propone al lector algo inédito, que se meta voluntariamente y con mucho gusto en la piel de al menos uno de los personajes principales, el almibarado Louis de Pointe du Lac (para entendernos, Brad Pitt), algo imposible con anterioridad, pues el vampiro fue siempre un personaje, por resumirlo en un único adjetivo, fétido.

Tras 3.000 años de historia, como poco, de leyendas que aunaban el miedo a la muerte y el pavor a la descomposición material que comporta, Rice abrió la puerta a una generación de melifluos personajes (véase ‘Crepúsculo’) que actualmente comparten fama con los superhéroes de Marvel, mal asunto, según se mire, porque se alejan excesivamente del prototipo original. ¿Qué será lo próximo? ¿Un Drácula vegano?

Que Barcelona es más vampírica que Madrid queda claro no solo por las leyendas de Enriqueta Martí y el bebedor de sangre del Escorxador, sino también porque a esta ciudad se trajo Jesús Franco nada menos que a Christopher Lee

Es en parte por esta suma de motivos que el desembarco de ‘Vampiros’ en CaixaForum es una estupenda ocasión para reivindicar las grandes aportaciones de Barcelona al género. Fue en esta ciudad donde Jesús Franco rodó, medio de extranjis, una de las versiones de 'Drácula', con Christopher Lee metido dentro de un ataúd en el Saló del Tinell, sin que se haya contado nunca cómo colmillos lograron los miembros del equipo de rodaje colar ese ‘atrezzo’ en aquel lugar sin que las autoridades competentes, las de 1970, poca broma, se dieran cuenta.

Aquella película, sucia y sexual, ‘comme il faut’, tiene en su haber el mérito añadido de ser el primer y hasta ahora único rodaje vampirizado de la historia del séptimo arte, pues el cineasta Pere Portabella grabó simultáneamente a que Franco realizaba su film una película paralela, ‘Cuadecuc vampir’. Chupó literalmente de las escenas que planificó su colega de oficio y alumbró así una obra de arte y ensayo como no ha habido otra igual.

Barcelona puede presumir de ese pasado. También lo puede hacer de tener una tienda dedicada a este género y sus aledaños narrativos, como es Gigamesh, Abadía de Carfax de las librerías del género fantástico, visitada esta semana por quien aquí escribe como preludio del estreno de la exposición de CaixaForum. Los fondos de que dispone son extensísimos y el personal, por decirlo metafóricamente, se deja la sangre en su oficio. Uno de ellos, dispuesto a demostrar que el género vampírico es un pozo insondable, sacó de un estante una de las novelas de Kim Newman, un sesentón que, parece, tuvo una epifanía tétrica cuando de niño, con solo 11 años, vio la versión draculiana de Tod Browning. El libro se llama ‘La era de Drácula’ y el argumento merece ser aquí sucintamente expuesto, aunque solo sea por subrayar que inevitablemente siempre quedarán fuera de toda exposición flecos del mundo vampírico.

Como materia de ficción, Drácula es de una elasticidad sin límite, y como prueba la distopía de Kim Newman, en la que el conde gobierna en Gran Bretaña con la cabeza de Van Helsing clavada en una pica, la aristocracia se deja vampirizar por no perder privilegios y un asesino de vampiras prostitutas causa pavor en el Londres de 1888

Drácula, propone Newman en su novela, vence a Van Helsing y se convierte en príncipe consorte del reino de la Gran Bretaña. La cabeza de su archienemigo (en una tradición muy inglesa de la que Cromwell podría hablar largo y tendido si pudiera) se exhibe clavada en una pica junto a las puertas del palacio de Buckingham. La nobleza inglesa, por no perder sus privilegios, se deja vampirizar y rinde pleitesía al nuevo lord protector y a sus venerables colmillos. Es una ucronía estupenda que, en un rizo narrativo desopilante, se complica aún más cuando en 1888 aparecen los cuerpos destripados de varias prostitutas vampiras de los bajos fondos de Londres. Resulta predecible que el asesino se llamará Jack.

El argumento de aquel libro parece capaz de desmentir que la realidad supera siempre a la ficción. Pues no. Juzguen ustedes.

Como se prometió al principio, Barcelona tuvo un vampiro en el antiguo matadero de la ciudad, cuando aquel equipamiento municipal se alzaba en la actual plaza del Escorxador. Los vecinos más ancianos de aquella instalación  puede que hayan olvidado su color y arquitectura, pero nunca su olor. Era inconfundible. Allí se mataba a destajo, siempre con la privacidad que ofrecían los muros. Pero Pep Cunties, un fotógrafo que ha documentado facetas poco retratadas de la poliédrica Barcelona, obtuvo un permiso especial en 1974 para visitar varias noches aquel matadero y llevarse a casa varios carretes con escenas de lo nunca visto.

Lo dice la responsable de exposiciones de CaixaForum, Drácula, y no Van Helsing, es el primer hombre moderno de la literatura del siglo XIX, fascinado por modernidades como el cine, las drogas y que vive la noche como nadie

Fueron unas jornadas de trabajo no aptas para estómagos sensibles. Pero todo empequeñeció cuando, uno tras otro, los empleados del matadero le decían a Cunties que no podía irse sin conocer antes al ‘vampiro’. Así le llamaban todos y así lo aceptaba él. Era un trabajador del centro que tenía por costumbre acercar una improvisada jarra al gaznate de la res cuando se lo seccionaban y manaba sangre a borbotones. Él llenaba el recipiente y se lo bebía. Habrá quien crea que era por impresionar, pero en verdad la ingesta de sangre ha acompañado a la humanidad desde tiempos ancestrales, como simple alimento en ocasiones y, sobre todo, como ritual. El propio cristianismo conserva metafóricamente el ritual de beber la sangre de Jesús para conectar el más allá con el más acá. Lo que el vampiro del Excorxador hacía era, visto con mirada ancha, una ceremonia milenaria, un poco a lo bruto, de acuerdo, pero ceremonia al fin y al cabo.

Solo una cosa más y muchas gracias por la paciencia. No dejen de ir a CaixaForum. Como dice Isabel Salgado, responsable de las exposiciones de este centro cultural, el Drácula de Stoker es el primer hombre moderno, un tipo que renuncia a su vida tradicional en los Cárpatos y viaja a Londres, entonces capital del mundo, maravillado por los avances de la ciencia y la técnica, como el cine y las drogas, al menos en la versión de Coppola. La visita no les defraudará. El toque de queda aporta teatralidad a la ocasión. Salud a todos.