Estado de alarma

La noche de Barcelona se entrega al toque de queda

Toque de queda en Barcelona

La noche de Barcelona se entrega al toque de queda. EL PERIÓDICO acompaña a patrullas de los Mossos y de la Guardia Urbana durante la segunda jornada de la prohibición. / periodico

Guillem Sànchez

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La noche de Barcelona, por convicción o por agotamiento, se ha entregado al toque de queda. La pandemia ha castigado demasiadas veces a su lado más canalla y este ha terminado por doblegarse. El miedo al contagio, las medidas de distanciamiento social, la mascarilla, las limitaciones de aforo, el coto a las discotecas, el cierre de los bares y ahora la prohibición de circular por la calle a partir de las 22.00 horas. En la segunda noche, la ciudad ha cumplido escrupulosamente con el encierro nocturno decretado para contener el repunte de coronavirus. Ni sexo, ni drogas, ni Rock and roll. 

Los agentes de los Mossos d’Esquadra y de la Guardia Urbana encargados de cerciorarse de que ningún ciudadano se saltara la medida en el distrito de Ciutat Vella han salido a patrullar poco antes de las once y enseguida se han dado cuenta de que tenían el trabajo más fácil del mundo. Acostumbrados a lidiar con las aves nocturnas más imprevisibles, la madrugada de este martes han encontrado las calles desiertas. Tenían instrucciones de comenzar a multar –de 300 a 6.000 euros, un máximo previsto para casos de desobediencia o multirreincidencia– a cualquiera que estuviera en la vía pública sin estar incluido en ninguna de las excepciones contempladas en el estado de alarma. También de ser contundentes –así lo había advertido su comisario jefe, Eduard Sallent– en caso de topar con alguien que se enfrentara a ellos al ser conminado a volver a casa. No ha hecho falta ni multar ni ser expeditivo.

El convoy mixto integrado por funcionarios de ambos cuerpos ha comenzado la guardia en la Plaza dels Àngels, zona habitual de skaters y de botellón, y la ha encontrado vacía. Salvo una gaviota que daba picotazos a una lata, el único murmullo que acompañaba a los policías era el del viento empujando bolsas de plástico. El plan del dispositivo Oris –el que regula la aplicación de las medidas para contener el contagio por coronavirus desde el mes de marzo– en Ciutat Vella consistía en focalizarse sobre las plazas y espacios habitualmente más concurridos. El recinto que da la espalda del Macba, a medianoche, acostumbraba a serlo. Primera pista de que el grado de acatamiento iba a ser muy elevado.

Tras quince minutos de espera casi protocolario, los policías se han puesto en marcha. Primera parada: la rambla del Raval. Salvo un menor tutelado en busca de un centro de acogida, ni rastro de incumplidores. Segunda parada: Moll de la Fusta. Ni siquiera ha sido necesario bajar de los vehículos, desde las ventanas se podía comprobar la misma estampa que en los sitios anteriores. En el Pla de Palau, en la entrada del parque de la Ciutadella o en el Arc de Triomf, los siguientes puntos de control, más nada. Quedaba La Rambla.

Tal vez la arteria más famosa de la ciudad, que a estas horas en tiempos prepandémicos solía caer en manos de lateros, prostitutas o turistas ebrios, sí presentara un aspecto más combativo. La comitiva policial ha entrado en la Plaza de Catalunya procedente de la Plaza de Urquinaona y ha aparcado junto al centro comercial de El Triangle. Desde allí La Rambla ha confirmado el relato anterior y ha ofrecido a los policías otra imagen insólita. Las baldosas del paseo, empapadas por los equipos de limpieza, brillaban por la luz de las farolas. Y la vista podía perderse hasta el Liceu sin detectar siluetas humanas.

"Creía que lo más extraño lo viví hace poco en la Plaça Reial. Con el cierre de las discotecas, de madrugada, escuché grillos. Grillos en la Plaça Reial. Pero esto lo supera", reflexionaba un agente de la Guardia Urbana, tratando de buscar un modo de definir la sensación de irrealidad que invadía a los uniformados, extraños dentro de una ciudad que patrullan desde hace años pero que no reconocían sin el ruido. "Vuelve a ser como en abril –el primer estado de alarma–, aunque esto es más extraño porque ahora todo se ha vacía de golpe", insistía. 

Calles como la Gran Via de les Corts CatalanesViladomat o Muntaner eran transitadas únicamente por ambulanciascoches patrulla, servicios de limpieza y algún repartidor de Glovo. Los guardianes de la noche, los únicos que tienen permiso para salir porque son esenciales –el caso de Glovo está en estudio por parte de las autoridades–.

"Esto significa que la gente es consciente de lo que hay en juego y que está respondiendo muy bien", concluían los policías. Contrariados. Felices porque respetar el toque de queda acerca el final de la pandemia e incumplirlo equivale a enfermedad y a muerte. Incómodos porque esta no es la noche de Barcelona. 

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