Barcelonautas
Calles con apodo
Dos archiveros rastrean en permisos de obras centenarios los nombres populares que recibían las vías públicas en Barcelona
Ernest Alós
Coordinador de Opinión y Participación
Periodista
Ernest Alós
La sociedad catalana (como la aragonesa) padeció de una grafomanía secular que hacía de ir al notario algo tan habitual como ahora sería pedir hora al dentista. Felices los archiveros que tienen a su disposición kilómetros y kilómetros lineales de documentación a su alcance, en muchos casos esperando a ser transcrita, digitalizada o interpretada. Uno de esos templos de la archivística es el Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona, y uno de sus fondos es de la Obreria. Es decir, el negociado donde, desde 1351, se pedían permisos de obra para abrir ventanas, rehacer o alinear fachadas... (lo que pasara de puertas para adentro era otra cosa). Dos archiveros, Laura Fortuny y Oriol Calvet, llevan un tiempo poniendo en orden los expedientes que van de 1771 a 1841. "Es uno de los fondos más consultados, cuando toca reformar un edificio de Ciutat Vella, tramitar su protección patrimonial...", explica Fortuny. Pero a veces topan con un escollo: ¿qué calle es esa?
Resulta que el propietario de la finca y el maestro de obras a veces no citaban la dirección más o menos oficial. "Podían escribir el nombre por el que se conocía popularmente -dice Fortuny- o escribirlo de otra manera". Eran tiempos de ortografía fluida, además, y de diglosia toponímica entre el castellano oficial y el catalán popular. Así que se han puesto manos a la obra y han empezado a sistematizar todos y cada uno de los 'motes' que recibían las calles, algunos inéditos hasta ahora. Y a averiguar, que no siempre es fácil, a qué vía correspondían. Los responsables <strong>del nomenclátor municipal ya tienen colgados en la web</strong> los nombres actuales de cada calle de la ciudad y los nombres oficiales que tuvieron antes. Pero el nomenclátor popular va más allá del oficial.
Gracias a una guía urbana de 1761 ('Manual i Guia de Forasters') y buscando las calles que limitaban la cada manzana y ayudan a identificarla, han ido ubicando algunas vías. ¿San Caetano? Allí estaba el convento de Sant Gaietà, y solicitante no utilizó niguno de los otros muchos nombres (Governador, Font Cremat, Ganober, Garrober) que ha ido teniendo la calle de Duran i Bas. La calle "del Cisne" resultó ser un tramo de Ferlandina. La calle Metges aparece en un licencia como "dels Sants Metges". Sidé, como Sider, Ciré, Civé, Quadras o Quadradas. Més Alt de Sant Pere (i Més Baix) fueron Alta y Baja, Alta y Baixa, Sobirà y Jussà. La plaza de Sant Agustí Vell hubo un tiempo en que no era vieja, pero además para otros era la plaza de la Blanqueria, o Pont d'en Capderà. A veces los contemporáneos tampoco se aclaraban: para pedir trabajar en la desaparecida calle de Marquet d'en Gignàs, un maestro de obras se curó en salud pidió permiso para "el carreró d'en Serra dit d'en Marquet".
Por cierto: ¿por qué a partir de 1771? "Pedir licencias de obras era obligatorio, pero era más barato pagar la multa que pedir el permiso. Hasta que un capitán general se puso serio en 1771, subió el importe de la multa y dejó claro que se derribarían las obras sin licencia", explica la archivera e historiadora. Desde entonces, cada vez que se hacía una obra que afectase a la vía pública, permiso al canto.
¿A partir de qué momento la rigidez del nomenclátor hizo que la creatividad popular dejase de crear nombres para las calles? ¿Y hasta qué punto son vigentes las denominaciones populares que discrepan de las placas fijadas en las paredes -aparte de las que, como Els Quinze o Cinc d'Oros, han resucitado para desplazar del nomenclátor a la monarquía; más difícil hubiese sido elegir un nombre de los muchos que tuvo la rebautizada plaza de Antonio López; Sant Sebastià, Font de l'Àngel, Encants, del Vi, Dressenal...)
Hoy en día los nombres alternativos, más que a descripciones espontáneas, responden a antiguas denominaciones en desuso que los mayores -en algunos casos, solo los muy mayores- aún conservan. En Poblenou, por ejemplo, la carretera de Mataró (Pere IV), la calle de Sant Pere (Marià Aguiló)...
Pilones, carretones y funerales
Fuera también del mundo de las licencias de obras centenarias, en un barrio como el de Santa Caterina, donde el proceso de sustitución de su vecindario está ya en las últimas, seguramente serán contados quienes aún hablen de la calle del Piló para referirse al tramo estrechísimo de Giralt el Pellicer con un pilón de piedra en cada extremo que impedía que entrasen vehículos. O quienes denominen "plaça dels Carretons" a la de Santa Caterina. Allí se aparcaban los carros de mano que trajinaban género desde el mercado mayorista del Born, como los de la conocida foto de Miserachs. Sería una expresión con vida, por lo tanto, solo entre los años 20 y 70 del siglo pasado, y seguramente se desvanecerá sin dejar rastro.
Hablando del tema, mosén Robert Baró, delegado de Patrimonio del obispado, dice que en cambio, en la Barceloneta el nomenclátor popular aún está vivo. Por la calle Andrea Dòria salían las comitivas fúnebres camino del cementerio. Así que, claro, para los vecinos es "el carrer de l'Alegria". No lo busquen en Google Maps.
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