Una ciudad, dos sistemas

El río Congo divide Barcelona

Esta pandemia, como una parábola bíblica, ha separado el trigo de la cizaña y ha mostrado qué es un barrio y qué es un parque temático

gran-formato

gran-formato / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La calle de Ferran, casi vacía, con persianas que no se levantan por la mañana desde hace medio año, con carteles de ‘se alquila’, con más policía, como si se temiera que la zona cruzara el punto de no retorno de la degradación delincuencial, hace por fin así un adecuado homenaje, con ese aspecto casi cadavérico, a quien realmente está dedicada, a Fernando VII, rey nefasto como ningún otro. A veces se olvida. Ferran es Ferran por Fernando VII. En 1910 se aprobó esa operación de maquillaje onomástico, como si a la avenida del Generalísimo Franco, hoy simplemente la Diagonal, la hubieran llamado la calle de Paco. Ferran es (disculpen la autorreferencia) la representación perfecta de lo que a finales de agosto este diario definió como el Detroit del turismo, el páramo que queda cuando muere repentinamente un monocultivo económico. A tres kilómetros de Ferran hay otra Barcelona bien distinta, y, si gustan y nos acompañan, de paso, algunas reveladoras lecciones.

La calle de Astúries es (se admiten enmiendas) el equivalente urbanístico de Ferran en Gràcia. Piensen en ellas sin pandemia, Igualmente hermosas. Peatonales ambas. Calles perfectas para ir de A a B, pero también estupendas para callejear sin un destino claro. Pasados seis meses de la declaración del estado de alarma, he aquí lo singular, apenas hay cicatrices en Astúries del riguroso confinamiento a que obligó la pandemia. Heridas, sí. Menos caja en tiendas, bares y restaurantes, pero Astúries es de nuevo, pese a todo, una calle que rebosa vida.

Apenas tres kilómetros separan uno y otro paisaje. Es una distancia muyr corta, pero estas cosas, estos contrastes sorprendentes, suceden incluso en la naturaleza. Palabra de David Attenborough. A un lado del río Congo, en África, están los bonobos. La abundancia ha hecho de ellos unos tipos felices, que nunca resuelven sus conflictos con uñas y dientes, sino, por qué no decirlo sin pelos en la lengua, genitalmente. Menuda especie. Al otro lado del río están los malhumorados chimpancés. Los grupos pelean por el alimento y el territorio brutalmente, igual como las tiendas de souvenirs y los restaurantes de ‘authentic spanish tapas’ lo hacían hasta hace nada por los turistas. La comparación parecerá forzada, pero el hábitat natural condiciona la evolución de una especie y, si de ciudades se trata, predetermina un modelo de vida vecinal. El paseo de Gràcia es el río Congo. Quién lo iba a decir.

Tres kilómetros separan ese mundo en que tienen terrazas sin clientes y ese otro en que faltan sillas y mesas para tanto cliente 

Que Gracia y la mitad de Ciutat Vella (el Raval, como siempre, es un impredecible caso aparte) parecen hoy barrios de ciudades distintas se puede contar con varios ejemplos. En la Rambla y la plaza Reial, el problema es que poquísimos clientes se sientan en las terrazas. A según qué hora, nadie. Que nunca se olvide que, en un paciente contaje realizado en junio del 2015, se pudo comprobar que había en esa plaza 490 mesas y 1.669 sillas. Hoy su queja es esa, que no tienen clientes. En Gràcia, el lamento es el contrario, explica Albert Barros, que preside la asociación que agrupa a unos 140 bares y restaurantes (más o menos una tercera parte del total del barrio). Tienen más clientes que mesas y sillas. Apenas tres kilómetros separan una y otra calle, pero pocos barceloneses cruzan el río Congo.

En Gràcia llaman al ayuntamiento para pedir más espacio para poner mesas y sillas en las plazas y calles y, si es posible, que se posponga el incremento de las tasas de las terrazas. Esa es una discusión que se arrastra desde antes de la pandemia. La tesis del ayuntamiento es sobradamente conocida. Las terrazas han pagado hasta ahora precios irrisorios, y la prueba del nueve, dicen, es que cada vez que una plaza de zona azul de aparcamiento se recicla en un espacio para mesas y sillas, las arcas municipales pierden unos eurillos cada día. La cifra es ridícula, cierto. Lo que se pretende es demostrar que el problema no radica ahí. Si lo hay, que lo hay, es en el precio de los alquileres de los locales, caro en Gràcia, desorbitado en Ciutat Vella.

Un bar prototípico de Gràcia, como los de las estupendas plazas del barrio, paga por término medio unos 4.000 euros mensuales de alquiler. En una pesada mochila en las cuentas del establecimiento. Ha habido propietarios que se han apiadado y han acordado rebajas con sus inquilinos, pero son los menos. Las mesas se llenan, sí, pero las consumiciones son más modestas. Un 40% menos que hace medio año. No es poco. Por una terraza de tamaño medio, ya puestos a dar todos los datos, se pagaban en tasas antes de la subida unos 2.500 euros anuales. Ahora serán 10.000, o, tal y como prefiere subrayarlo el ayuntamiento, 27 euros por día, probablemente alrededor de un euro por silla.

Hace demasiado tiempo que esta ciudad practica el alpinismo económico. Los rentistas se unen a la cordad y escalan los precios. Y nadie da el primer paso para bajar de la cima 

La cuestión, a lo que íbamos, es que en Ferran por 4.000 euros nada se puede alquilar. Allí, pese a la pandemia, los dueños de los bajos comerciales se miran de reojo. Ocurre lo que podría llamarse el ‘efecto Idealista’, cuenta un comerciante de las pocas tiendas que resisten abiertas. En el portal inmobiliario, quien cuelga un nuevo anuncio mira antes los de los demás, los toma como referencia. Si los precios escalan, simplemente se suma a la cordada. Alpinismo económico. Nadie en Ferran, de momento, ha decidido desescalar, iniciar el descenso, y eso a que hay señales inquietantes, como la del número 23 de Ferran.

A lo mejor esto tiene la misma fiabilidad que mirar el poso del té o las entrañas de una gallina, pero en esos bajos comerciales había antes de la pandemia un Starbucks. La cadena mantiene abiertos algunos de sus cafés en Barcelona. Otros están temporalmente cerrados. El de Ferran está directamente desmantelado. Lo lógico es sospechar que no es por puro azar, que hay un razonamiento  empresarial detrás. Los propietarios que no bajan los alquileres tal vez crean que Ferran despertará como la bella durmiente, pero Starbucks parece que no se cree ese cuento.

Hay más síntomas, más allá de la ocupación de las terrazas y de las persianas subidas o bajadas, según el caso, de que la pandemia ha revelado la fortaleza de los barrios a la antigua usanza y las flaquezas de de la parquetematización de una parte de la ciudad. Basta, por ejemplo, con comparar que distintos brillan los mercados de Gràcia, la Abaceria y de la Llibertat, al lado de la penumbra en la que todavía se transita por parte de la Boqueria, en la que algunas tiendas continúan cerradas a la espera de que todo vuelva a ser como antes, con lo que ello comportaría.

El pez que se muerde la cola es metáfora perfecta de lo que ocurre en la Boquería, a medio gas, lo cual no invita a ir, lo cual perpetúa el medio gas, lo cual no invita a ir...

En dos breves pero recomendables entrevistas que acompañan esta crónica, los concejales de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, y de Gràcia, Eloi Badia, ahondan en algunas de esas cuestiones, incluso en esa anomalía que hoy es la Boquería, y, de paso, apuntan cómo una suerte de ‘y ahora, qué’.

Coinciden en señalar que el futuro solo puede ser un trabajo coral. Dicho así suena a lugar común, a frase manual, pero no. Señalan directamente a la necesidad de rebajar los precios de los alquileres, de pisos y de locales comerciales, no por imposición legal, sino por sentido común, porque (coinciden ambos) el rentismo ha logrado que el diezmo que los campesinos pagaban a la Iglesia o al noble de turno en las sociedades medievales para cultivar sus tierras parezca hoy en día una ganga. Hasta el 50% de los ingresos familiares dedican muchas familias a pagar la vivienda y más o menos lo mismo sucede en muchos negocios.

Algún día, lo ocurrido este 2020 en Barcelona se analizará en las universidades, en las facultades de Geografía, de Economía, de Historia o, quién sabe, incluso en la de Biología. El año del río Congo.

Suscríbete para seguir leyendo