ENTORNO URBANO

El urbanismo táctico llega para quedarse en las ciudades

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Natàlia Farré

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En mayo del 2009, Janette Sadik-Khan, entonces comisionada del Departamento de Transporte de Nueva York, se atrevió a lo que nunca nadie se había atrevido: cerrar Times Square al tráfico cortando la avenida de Broadway. Luego colocó una especie de jardineras y la plaza se llenó.  “La gente simplemente se materializó en la calle. Fue como un episodio de 'Star Trek', no estaban ahí y de repente llegaron todos”. Así explicaba el éxito de la iniciativa en el 2013. “Una sorpresa”. Tanta, que pilló a la alcaldía sin el mobiliario urbano preparado. La solución fue comprar cientos de tumbonas de jardín y colocarlas en la plaza. Pasaron dos cosas: las sillas se ocuparon por completo y se convirtieron en el tema de conversación de la ciudad. “Nadie hablaba de que habíamos cerrado Broadway a los coches sino de las tumbonas: ‘¿qué piensas de las tumbonas?’, ‘¿te gusta el color de las tumbonas?’...”. Moraleja: “Si tienes un proyecto urbanístico grande y controvertido, piensa en tumbonas de jardín”.

La anécdota viene cuento porque la peatonización de Times Square con pintura y materiales  temporales se considera el minuto cero del urbanismo táctico, o por lo menos el momento de su bautizo. El nombre se lo puso Mike Lydon, planificador urbano e impulsor del 'Short-term Action for Long-term Change' (acciones a corto plazo que generan cambios a largo plazo), la máxima de estas intervenciones pensadas para humanizar las ciudades y reinventar el espacio público (devolviéndoselo a las personas sacándoselo a los coches) de manera “rápida, económica y  versátil”, afirma Jaume Carné, arquitecto y miembro de la Agrupació d'Arquitectes Urbanistes del COAC. En el otro lado de la balanza figura la lenta, burocrática y cara manera de proceder del urbanismo tradicional. Lo de Times Square se lee como el momento seminal, pero antes ya se intuía la idea de que el urbanismo moderno, ese que proyectaba las calles para los vehículos y diseñaba para maximizar el espacio de ocupación de los edificios, se antojaba caduco y fallido. En el 2005, por ejemplo, hubo el primer Park(ing) Day en San Francisco: el colectivo Rebar Group echó unas monedas al parquímetro y convirtió su alquilada zona azul en un parque con hierba, árbol y maceta.

Pacificar las calles y limpiar el aire

Y la anécdota viene a cuento, también, porque el palabrejo en cuestión, urbanismo táctico, está de moda. Todo el mundo habla de él en Barcelona, sin término medio: se le odia o se le ama. La pandemia ha llevado al ayuntamiento de la ciudad (y a los del resto de las urbes planeta) a aprovechar las necesidades de distanciamiento social para hacer un nuevo paso (de forma económica, aunque hay quien opina que torticera) de lo que muchas ciudades llevan tiempo haciendo (o queriendo hacer), que no es otra cosa que pacificar las calles y limpiar el aire sucio que en ellas se respira. Y ello pasa, entre otras medidas, por eliminar metros cuadrados destinados al coche y dárselos al peatón y al ciclista.

Lo dicho, la pandemia ha evidenciado que existe un nuevo urbanismo. Y ha pintado de colores las calles de medio planeta al tiempo que las ha llenado de carriles bici. París se sitúa a la cabeza de las urbes que están haciendo las cosas comme il faut con una kilométrica instalación de paseos para bicicletas, algunos siguiendo las rutas de las líneas de metro y otros en calles para su uso exclusivo, como la histórica Rue de Rivoli. Y Milán le va a la zaga no solo por el mismo mimo con el que tratan a la bicicleta sino también con las coloreadas (ríanse ustedes de lo hecho en Barcelona) calles peatonalizadas. Los colores brillan en todos lados, de Valladolid a Pamplona, pero no hay unanimidad en su uso ni en el uso de los patrones: “No pueden unificarse como las señales del código de circulación porque cada ciudad tiene su espíritu”, apunta Carné.  Pero sí hay unos criterios básicos a seguir: “Color y patrón deben identificar claramente un cambio funcional del espacio respecto a su función anterior”, sostiene Xavier Matilla, arquitecto jefe de Barcelona. 

Prueba error sin grandes costes

El urbanismo táctico tiene la ventaja, además, de que permite la prueba error sin grandes costes. Lo que no funciona puede cambiarse y lo que funciona, implementarse. En Barcelona parece que hay aciertos y errores. A nadie se le escapa que el dibujo del ‘panot’ azul de la pacificada calle de Rocafort es más acertado que los topos negros de Via Laietana que inducen a pensar que lo ganado a la calzada es para los ciclistas. Y no, es para los peatones. Tampoco se le escapa a nadie que lo hecho no tiene vuelta atrás en cuanto a concepto, sí en cuanto a pintura. “Las actuaciones tácticas realizadas se justifican, sustentan y enmarcan en un modelo de ciudad, que es el de las supermanzanas, que ya existía y responde a un objetivo explicado que tiene que ver con la salud pública y la emergencia climática”, defiende Matilla. Vamos, que si se han escogido las aceras de las calles de Girona, Rocafort y Consell de Cent para ser ampliadas de forma táctica en el contexto de la pandemia es porque ya estaba prevista y trabajada desde hace tiempo su peatonalización.

Pero hay quien opina que lo que se está haciendo en Barcelona para ser “realmente” urbanismo táctico necesita más protagonismo vecinal. Es el caso de la arquitecta y exconcejala de Ciutat Vella Itziar González, quien afirma que esta forma de preceder implica el compromiso y la cooperación en la acción de la ciudadanía y que “no puede ser solo institucional. Deber ir de abajo a arriba”, que es lo mismo que decir  que los vecinos deben opinar y decidir qué debe hacerse en sus barrios y cómo. Ella lo hizo en su proyecto de reforma de La Rambla. Este componente social del urbanismo táctico forma parte de su génesis anclada en las acciones populares reivindicativas de los colectivos ciudadanos.

Cambiar la actitud de la población

Para David Lois, profesor de Psicología e investigador del Centro de Investigación del Transporte TRANSyT-UPM, es vital ver estas intervenciones de urbanismo táctico en el contexto de “la justicia de la distribución del espacio público: ¿Es justo que se dedique un porcentaje de la ciudad que ronda el 70% a mover y estacionar vehículos a motor que suponen apenas el 20% de los desplazamientos?”. Hay consenso científico y de la opinión pública sobre la necesidad de una redistribución del espacio pero, a juicio de Lois, también hay “una magnificación sistemática de posiciones discordantes”. De hecho, este experto en psicología y movilidad, afirma que  la reversibilidad del urbanismo táctico es muy importante porque “ayuda a cambiar la actitud de la población” ya que si una acción relacionada con las restricciones del coche funciona en el periodo de prueba, facilita el cambio de criterio de los que eran contrarios.

Sea como sea, el urbanismo táctico y los cambios que conlleva han llegado para quedarse. O eso asegura Carné: “El covid ha sido el desatascador, pero con la contaminación, el cambio climático y la vida disruptiva actual lo tendremos que usar más de lo que imaginamos.

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