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El inexistente Museo de los Carteles de la Mercè

Desde que en 1871 el reclamo fue una exposición de uvas, Barcelona ha invitado a su fiesta mayor con carteles provocadores, premonitorios, brillantes, anodinos e incluso nómadas

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Carles Cols

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Los carteles de la Mercè son como las momias egipcias. ¿Maldicen a quienes perturban su sueño eterno? No. Andan dispersos por los cuatro puntos cardinales. Hay momias en Egipto, París, Nueva York, Londres, Roma y hasta en la abadía de Montserrat, y tampoco los carteles originales de la fiesta mayor de Barcelona reposan todos juntos en una única necrópolis del diseño y, mucho menos, son visitables en museo o estancia similar. Es una lástima, porque dicen mucho de esta ciudad. Llenen sus cantimploras y enciendan sus linternas, que esto es una expedición en busca de algunos de esos tesoros.

El cartel de 1871, nada que ver con las filigranas actuales, lo conserva entre algodones el Arxiu Municipal de la Ciutat de Barcelona. Es formalmente el primero de la serie. Sale aquí mencionado más que nada por retratar los gustos de la época. Regatas en el puerto, carreras de caballos, carreras de sacos, cucaña, fuegos artificiales, feria de ganado, corridas de toros, música en el Liceu y, en lo que no deja de ser una rareza se mire como se mire, una expo de uvas. Pobres expositores, si supieran entonces de la filoxera que estaba a punto de exterminar sus hermosotas vides.

El recóndito Arxiu Municipal guarda algunos originales. Pero no todos. Algunos son visibles en dependencias municipales. El caso más singular es el del fenomenal cartel con el que Nazario obsequió a la ciudad en 1999. Es nómada. Merece la pena su caso no solo porque sea uno de los más recordados, sino por la interesante polémica que le acompañó.

Fue el actual concejal Jordi Martí, en 1999 director del Institut de Cultura, quien tuvo los bemoles de proponer al artista andaluz y vecino de la plaza Reial como cartelista. Entonces no había torquemadas de Twitter y otras especies de inquisidores de las redes sociales. La ciudad aún conservaba buena parte de su desinhibición de los años 70 y 80, así que nadie puso peros en el equipo de gobierno a que un tipo con los antecedentes ‘undergrounds’ como los de Nazario se hiciera cargo del cartel. Vamos, que parece que no inquietó (lo cual es digno de aplauso) que se encargara la obra a alguien que había abierto una senda narrativa con obras como ‘Alí Babá y los 40 maricones’ o que fuera la mano que había dibujado algunos de los penes más descomunales de la Transición, como el de Anarcoma, travesti, detective y artistazo/a del estriptís.

Nada de todo ese mundo se asomó en el cartel, pero, aleluya, expresión aquí muy oportuna, el arzobispo Ricard Maria Carles, durante la misa, en ocasiones mitin, de la Mercè, y en presencia de todas las autoridades posibles, incluido el muy carolingio Jordi Pujol, exigió que "con vistas al futuro, algún año los signos más públicos y los instrumentos publicitarios de la fiesta mayor hablaran bien claramente de las raíces inequívocamente cristianas" de Barcelona. No le gustó al arzobispo la grafía arabizante del cartel y tampoco que en el ‘skyline’ de la ciudad se asomara la cúpula de una mezquita. Nazario dijo que la opinión de "un skinhead del clero" se la traía al pairo. ¡Qué tiempos! La población musulmana de la ciudad era entonces ínfima, pero el arzobispo se comportaba como un Houellebecq ‘avant la lettre’, como si Barcelona fuera ya entonces el París de ‘Sumisión’.

Que el arzobispo de Barcelona riñera a la parroquia por el nazari y nazariano cartel de 1999 no hizo más que poner la guinda al, para muchos, Everest de los carteles de la Mercè

El caso, compañeros de expedición en busca de carteles, es que aquella obra ha acompañado a Martí por los distintos despachos que ha ocupado, incluso cuando estaba en la oposición municipal. No es por ninguna pulsión extraña. "En una ocasión, no lo tenía colgado y vino Nazario a verme. Me regañó. Le prometí en 1999 que siempre lo tendría en el despacho y me lo recordó". Como no quería verse preso de alguna maldición como un saqueador de tumbas egipcias cualquiera, le hizo caso de inmediato.

El cartel, por supuesto, no es suyo. Es patrimonio de la ciudad. Si las medidas de conservación lo permiten, en los despachos municipales se cuelgan para ser vistas obras pictóricas de todo tipo. Va a gusto del inquilino del despacho. Pilar Rahola, por ejemplo, cuando era concejala se conformó con una simple fotografía de Helmut Newton, un pie de mujer calzado con un zapato tacón de aguja, tal vez premonitorio de su futuro como dominatrix de las tertulias.

No hay que desdeñar nunca el significado oculto de cualquier objeto iconográfico. Ni siquiera sus poderes imprevistos. El cartel de Nazario, sin ir más lejos, es una suerte de carbono-14 capaz de medir la edad de las personas. A veces, Martí le explica a los más jóvenes que aquel cartel fue polémico y les invita a deducir la razón de la controversia. La mayoría no acierta. Luego, se sorprenden de que todo fuera por la inspiración moruna del artista.

La cuestión es que, salvo que sea en una recopilación exhaustiva a través de internet, la cartelería de la Mercè no se exhibe junta en ningún lugar transitable a pie. Una pena. En 1985, Robert Llimós escandalizó a los escandalizables con una pareja que bailaba desnuda en mitad de la calle. Fue otro cartel premonitorio, según se mire, pues Barcelona prohibió expresamente hace muy poco en términos políticos, en el 2011, pasear por sus calles en porretas.

El cartel de 1985 es, sin pretenderlo entonces Robert Llimós, un recuerdo de que en esta ciudad estuvo permitido hasta el 2011 pasear en porretas

Mariscal es el único que ha hecho doblete, en 1987 y en el 2017. Entre una y otra fecha han pasado por ese honor nombres ilustres. Frederic AmatGuinovartAntoni MiraldaAntoni TàpiesEnric SatuéPerejaumeAmérica SánchezJaume Plensa y, entre otros, incluso otro artista procedente de la minas del ‘underground’ como NazarioMiguel Gallardo, que si el primero reveló la ambigua alma sexual de Barcelona a través de Anarcoma, el segundo mostró el frenopático carácter de esta ciudad con Makoki. A esa lista habría que añadir, por cierto, a Max, autor de uno de los mejores carteles del Correfoc, infernal acto de la Mercè, que durante un tiempo, tenía cartel propio.

No es por malmeter ahora que llegamos al final de esta primera expedición, pero en toda la trayectoria cartelista de la ciudad ha habido etapas gloriosas, otros insípidas y (aunque los gustos son como los culos, todo el mundo tiene uno) un estimulante renacer reciente gracias a la incorporación de la nueva generación de ilustradores que trabaja con un ratón en el estudio, como <strong>Maria Corte</strong>, cartelista del 2019, y Javier de Riba y María López, en la presente edición.

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