El futuro de la ciudad

Barcelona aguanta la respiración

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Toni Sust

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-¿Cuándo crees que nos  vuelven a encerrar? ¿En noviembre? ¿En diciembre?

Lo preguntaba este miércoles un mecánico barcelonés. Podría ser un carnicero o la señora que lleva el bar de la esquina. La situación de Barcelona en este inicio de otoño está marcada por un desconcierto considerable, con cierta tendencia al pesimismo: el temor a un nuevo confinamiento repunta. La caída de la actividad económica, de los ingresos familiares, la destrucción de empleo, las tiendas cerradas en muchas zonas, se mantienen. El temor se mezcla con la resignación y juntos están arrinconando al optimismo. ¿A dónde va Barcelona?

Se prolonga la ausencia de turistas, que, sí, permite disfrutar de zonas de la ciudad que se habían hurtado al indígena, pero hiere inevitablemente a una urbe que hace años que mama esencialmente de esa ubre. Y no parece fácil que ahora, a corto plazo, pueda improvisarse un cambio de rumbo para lograr otro modelo de negocio. Toca esperar a que vuelvan los turistas.  Ya poca gente va diciendo aquello de que todo irá bien. Barcelona no tiene claro hasta cuándo tendrá que contener la respiración.

En primavera, la sensación mayoritaria era que había que ajustarse el cinturón unos meses, que pasado el periodo inédito del confinamiento todo mejoraría, que después del verano el escenario sería otro y que el 2021 sería el año del retorno a la situación previa. Pero todo eso es algo que ya no parece tan claro.

Datos y sensaciones

Se antoja más preciso calibrar el estado de las cosas con datos que con sensaciones. Pero los primeros tardan más en llegar y las segundas también tienen su peso. Se sabe que las cifras del paro fueron malas en verano en Catalunya, y especialmente en Barcelona, en tanto que en el conjunto de España ofrecían un respiro. En agosto, en la capital catalana se perdieron 25.000 empleos, en gran parte porque el turismo interior, que en otros lares ha ocupado el vacío del turismo extranjero, no llega con la misma intensidad a la ciudad.

En la provincia de Barcelona, en agosto del 2019 había 2.568.658 trabajadores con ocupación. En agosto del 2020 eran 2.487.375, 81.283 menos. En porcentaje, un 3,2% menos. Hay precedentes de desastres mayores. Si uno quiere ser optimista por comparación, puede mirar hacia la gran crisis anterior, la de la burbuja inmobiliaria: en agosto del 2009, el número de ocupados en la provincia de Barcelona era un 7% inferior a la de un año antes. En 12 meses 176.490 empleados menos.

Los ertes y las infraestructuras

Todas las voces coinciden en que si algo ha evitado que el agujero laboral haya sido peor es la política de los eres temporales, los ertes, que han llegado a afectar en España a 3,4 millones de empleados. Estos días se dirime si se prolongan más allá del 30 de septiembre, hasta enero, y en qué condiciones.

"Cuando el control de la pandemia sea real no habrá motivo para que el crecimiento económico no se dispare”, dice el concejal Jordi Martí

Los ertes son una de las bases del optimismo del concejal de Presupuestos de Barcelona, Jordi Martí, que niega que el ayuntamiento se resigne a preparar unas cuentas a la baja para el 2021. Admite que no está claro qué sucederá, y que por ahora ganan “las hipótesis más pesimistas”, pero recuerda que hay ayudas europeas que tienen que llegar y subraya que esta crisis tiene algo en particular: “Hay crisis generadas por motivos endógenos, como la de la burbuja inmobiliaria, y otras por motivos exógenos, que históricamente han sido causadas por las guerras. En este segundo caso se destruyen infraestructuras y la recuperación es muy complicada. La ventaja de la situación actual es que no se han destruido las infraestructuras ni las bases materiales de desarrollo. En el momento en el que vuelva a haber actividad, las condiciones para que la recuperación sea rápida están intactas”.

El aeropuerto, argumenta, está preparado para volver a recibir masivamente vuelos, y el puerto a su viajeros. Los hoteles, lo mismo. “A la que haya vacuna, volverá la normalidad. Cuando el control de la pandemia sea real no habrá motivo para que el crecimiento económico no se dispare en poco tiempo”, sentencia Martí, que, volviendo al principio, destaca varias veces el efecto socioeconómico de los ertes: “Han garantizado que las empresas de la ciudad aguanten si esto no dura mucho más”.

El frente social

Pero el erte tiene una sala trasera imaginaria: aquella en la que se encuentran todos los que viven de la economía sumergida, gente que no tiene acceso a ayudas, ni a moratorias, ni a ertes. “Es un colectivo al que le está costando mucho acceder al ingreso mínimo vital”, relata Jordi Gusi, el gerente de Entitats Catalanes d’Acció Social (ECAS).

 “Las perspectivas son muy duras”, advierte Jordi Gusi, de Entitats Catalanes d'Acció Social

Subraya que el confinamiento fue especialmente severo para los más vulnerables, como las familias monoparentales que comparten una habitación. Y el futuro inmediato no se antoja ilusionante para los que ya vivían en la dificultad.  “Las perspectivas son muy duras”, afirma. Hay un elemento visual que habla por sí solo: las colas de los comedores sociales se han doblado, y en algunos casos se aprecia una bajada de la edad media de los que van a buscar comida. Relata Gusi que se ha incrementado también la ayuda a domicilio. “La demanda de ayuda por necesidades básicas ha aumentado”. Y dice, además, que la inserción laboral de la gente que está en la base económica de la sociedad es ahora especialmente complicada.

Los desahucios

La visión de Gusi se corresponde con la de la entidad que más cerca está de los problemas de la vivienda. “Creemos que viene un alud de desahucios. Nos preocupa mucho. Todos los que fueron aplazados de marzo a junio se reactivaron y ahora vendrán los de las familia que viven el inicio del proceso, que no pueden pagar”, augura la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Lucía Delgado.

La portavoz cree que muchas familias acabarán en el paro y no podrán afrontar el pago del alquiler. "Son familias a las que no les quedará más remedio que ocupar una vivienda”. También destaca un hecho comprobable: por alguna razón se vuelven a ver desahucios con actuación policial contundente, algo impensable tan solo unos años atrás. 

“Creemos que se acerca un alud de desahucios. Nos preocupa mucho", afirma la portavoz de la PAH, Lucía Delgado

Albert Dalmau es gerente de Economía del Ayuntamiento de Barcelona, y ve el vaso medio lleno. No habla de oído: “Nosotros controlamos la evolución de los datos económicos de la ciudad y los analizamos semanalmente. Lo que estamos viendo es que ha habido una caída de la actividad en un tiempo reducido que nunca se había registrado. Pero sabemos que el año que viene habrá remontada”. Dalmau cree que no se dan las condiciones para un nuevo confinamiento; “El peor momento ya ha pasado y las perspectivas son buenas, si no nos vuelven a encerrar”.

Los restauradores y los alquileres

El director del Gremi de Restauració de Barcelona, Roger Pallarols, no es, ni de lejos, tan optimista. “Esperábamos un verano malo, y lamentablemente ha sido mucho peor. Dábamos el 2020 por perdido, pero teníamos cierta confianza en que en julio, agosto y septiembre tendríamos un respiro, que funcionarían de una manera mínimamente aceptable”, declara.  

“No se entiende que no se haya obligado al sector inmobiliario a bajar los alquileres", denuncia Roger Pallarols, del Gremi de Restauració

En su opinión, hay algo que explica la situación: “La rapidez con la que la Generalitat perdió el control de los rebrotes hundió las expectativas. La sensación es que las medidas que se han tomado no han combatido con éxito el virus y no protegen a las empresas”.

Hay una cuestión clave para Pallarols: los alquileres de los locales. En muchos casos los pagos se han aplazado, pero como en muchas zonas la actividad no ha regresado, no está claro cómo se van a pagar los retrasos, que amenazan con propiciar cierres. “No se entiende que los gobiernos no hayan obligado al sector inmobiliario a bajar los alquileres, que es algo que el mercado hará en un tiempo, a la vista de todos esos locales cerrados. La única diferencia entre obligar a renegociar los precios y esperar que lo imponga el mercado es que para entonces habrán desaparecido muchas empresas. Si pasa, el día que todas las ciudades vuelvan a competir estaremos en una tremenda desventaja y podríamos alargar la crisis una década”.

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