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Fotógrafas de Barcelona, mujeres con un objetivo

Barcelona rinde un merecido homenaje en forma de libro a las mujeres que la han retratado a lo largo de un siglo

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Carles Cols

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Hace 65 años, que no es tanto, a las mujeres con apego por la fotografía les podían reprochar con gruesas palabras que sacaran la cámara en la calle para dar rienda suelta a su afición. Lo contó en una ocasión a una amiga Carme García Padrosa (Barcelona, 1915-2015), ella, que durante la guerra civil, con una modesta cámara Kodak, ya había tratado de seguir los pasos de documentalista de la realidad que estaban dando entonces en Barcelona y en el frente, en plena contienda, figuras como Dora MaarMargaret Michaelis y, por supuesto, Gerda Taro, la mitad femenina del seudónimo Robert Capa. La posguerra fue políticamente muy troglodítica. "Nos gritaban que nos fuéramos a casa a lavar los platos", explicó en aquella ocasión García Padrosa. Jamás hizo caso de tales rebuznos, así que de forma indiscutiblemente merececida forma parte del libro que la editorial La Fábrica, con el respaldo económico del Ayuntamento de Barcelona, acaba de publicar sobre cómo 21 fotógrafas han retratado esta ciudad durante buena parte del siglo XX.

El libro ('Barcelona, fotográfas') es una preciosidad, por la selección de las fotografías y por su calidad de impresión, pero también, según se mire, era una necesidad, explica la autora del relato que acompaña las imágenes, Isabel Segura, porque la mirada que ofrecen sobre Barcelona esas 21 mujeres es distinta a la fotoperiodística de Agustí Centelles, a la furtiva y 'voyeur' de Joan Colom o, por citar a otro fotógrafo menos conocido pero más audaz que el anterior, Pep Cuntíes, que no se conformó con captar la cara pública del barrio chino, sino que se metió entre sus bambalinas y, en otra ocasión, retrató a un vampiro. Poca broma. Barcelona es muchas ciudades en una. Su silueta es una u otra en función de quien la mira y, sin duda, las fotógrafas ofrecen una perspectiva distinta a la habitual.

Hay, en la recopilación que ha llevado a cabo Segura, tres etapas. La primera es tal vez la más recordada. Barcelona fue durante el primer tercio del siglo XX una gran ‘escudella’ cosmopolita, con gentes procedentes de medio mundo, por placer y por vicio a veces, pero, sobre todo, por necesidad, como es el caso de Margaret Michaelis, judía, anarquista y alemana, un cóctel que le impidió permanecer en su país natal más allá de 1933. Sus fotos, un testimonioo impagable de la vida cotidiana en los barrios más pobres de la ciudad, coinciden en el tiempo con las que realizaron las audaces fotógrafas locales, como Anna Maria Martínez Sagi, que en agosto de 1936 marchó al frente de Aragón. En una de las imágenes del libro aparece tal cual la mostró ‘El Día Gráfico’ en una de sus páginas para anunciar su inminente marcha en compañía de un batallón republicano. De su obra se sabe porque hay hemerotecas. Su archivo personal de negativos, en cambio, es uno de esos griales desaparecidos que aún buscan los amantes de la fotografía. Si alguien tiene alguna pista, por favor, que no la calle.

La segunda etapa que recopila el libro es (cuestión de gustos) la más emocionante, tal vez porque ha permanecido más tiempo en la penumbra. De las mujeres se esperaba en ese franquismo que algunos aún añoran una callada dedicación a sus labores, concepto que no incluía, por supuesto, el ocio fotográfico y, mucho menos, convertirlo en una profesión. Del espíritu ‘maverick’ de no pocas barcelonesas de entonces da fe, por ejemplo, la obra de Montserrat Vidal Barraquer, según Segura, “la fotógrafa que capta con más intensidad el vacío de la Barcelona de posguerra”.

Vidal i Barraquer y Garcia Padrosa retratan Barcelona casi a escondidas, a menudo desde los terrados de las fincas, un buen lugar para dar la espalda al fascismo, como en una suerte de ‘giornata particolare’ con cámara.

De aquella etapa se destacan, en ocasiones, los nombres mayúsculos de Rosa SzücksJoana Biarnés y Roser Martínez Rochina, pero el caso que mejor ilustra los sinsabores de aquella época es el de Milagros Caturla, cuyo historión fue revelado precisamente en esta sección en marzo del 2017. Fue un modesto ‘ochomil’ de ‘barceloneando’. Un turista de EEUU compró por tres euros y medio un paquete de negativos en los Encants. A veces, la lotería toca con una mínima apuesta. Así fue. Regresó a casa y tras, tras revelar las imágenes, tenía entre las manos una colección de imágenes de gran maestría. Este diario le echó una mano en la búsqueda del autor, que resultó ser, en una feliz sorpresa, una de aquellas mujeres que a finales de los años 50 ingresaron en la Agrupació Fotogràfica de Catalunya y que demostraron tener manejo de la cámara envidiable.

Las pocas fotos que de Caturla se conservan son historia de la fotografía local femeninaSegura no ha dudado en incluirla en el libro, por una parte porque sus fotografías lo merecen, y, por otra, por simbólico de su caso. Cuando cambió de piso por uno más pequeño, se quedó sin una habitación para el revelado y ahí se acabó su trayectoria fotográfica. En otro momento y en otro país tal vez su nombre no habría caído en el olvido.

La tercera etapa de este homenaje a las mujeres que han observado Barcelona a través del visor de una Nikon, Canon, Leica o cualquier otra óptica se completa (pregunta fácil del Trivial) con el papel ya protagonista, nunca en la sombra, de profesionales como Isabel Steva ‘Colita’ y Pilar Aymerich. Sus obras son coherentes con las de sus predecesoras. Reivindicativas. Incluso, quién sabe, inaceptables si hubieran sido tomadas por un hombre. ¿Un ejemplo? Sin duda, la más representativa de esta imprudente afirmación es la foto que Aymerich tomó durante la celebración de las Jornades Catalanes de la Dona en el paraninfo de la Universitat de Barcelona. Aquello, cuentan, fue una revolución sexual que hoy causaría escándalo. Lo histórico del momento se refleja en las caras de las mujeres que aparecen en la fotografía. En todas ellas, salvo en la de la empleada que friega el suelo de rodillas. Una gran foto en un gran libro.