TEMPERATURAS AL LÍMITE

Bochorno con mascarilla

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Toni Sust / Juan Fernández / Julia Camacho

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El calor se siente, la gente lo nota, pero sin muchas quejas: otros problemas se llevan la mayoría de la inquietud. Es el primer verano con mascarilla y aunque todos lo esperan pocos afirman con seguridad que será el último. En una calle de Gràcia, dos operarios que trabajan en una pequeña obra apenas logran contestar un par de preguntas. Tremendamente acalorados, uno ni se gira y el otro explica que, bueno, que no es más duro que a principios de semana y que la mascarilla no es lo peor en su situación. Parece que hace un esfuerzo para respirar. Es algo que la mayoría comparte: la mascarilla es un complemento más. Ya no viene de unos grados más. 

De camino a la zona de playas, Barcelona es la que es últimamente, una ciudad relativamente vacía, lo que algunos celebran alborozados mientras otros ven con inquietud por el dinero que no se ingresará en estos meses.

Terrazas vacías

Pasado el mediodía, hay gente en la playa. No mucha. ¿Es por el calor? Dos empleados del punto de información que hay cerca de la arena, en la playa de la Barceloneta, sostienen que aunque hace un poco más que ayer la ocupación es similar a la de otros días de la semana. Por la tarde, la afluencia crece. “Hace calor, a un señor mayor le están mirando la tensión por eso”, explica uno. El otro informador dice que precisamente por la ola de altas temperaturas han tenido que cambiar de mascarilla. Ahora llevan una quirúrgica y no las que usan habitualmente, las FFP2: “Es que con esas no podemos respirar”.

Como en diciembre

En la terraza de un restaurante, en la que hay tres personas donde caben 36 clientes, David, el responsable, lo comenta cariacontecido: “Trabajamos un 15% de lo habitual en otros veranos. Como en un día malo de diciembre”. Sí, admite, quizá el calor ha acabado de convencer a la gente para que no salga, pero solo a una pequeña parte. Los otros o no salían ya o no han venido a la ciudad. Vaticina en qué momento la normalidad y los turistas habrán vuelto: “La próxima Semana Santa”. En el frente marítimo sorprende el elevado de porcentaje de gente sin máscara. A 100 euros la multa no debería costar más de media hora recaudar 3.000 euros.

Para Ahmed, paquistaní de 45 años, que haga calor es especialmente molesto dado su trabajo: es un repartidor de Glovo. Mientras espera en una hamburguesería el bocadillo que le toca llevar a domicilio, relata que la mascarilla ya le da igual incluso cuando arde la calle: "Estoy acostumbrado". Le inquieta más, dice, ganar 30 céntimos de euro por kilómetro recorrido y 1,3 euros por cada reparto. "Antes ganaba 80 euros al día. Ahora 40".

Cerca, una señora que pasea al perro le dice a otra: "¿Lo ves? Solo quiere irse a casa, mira cómo busca la sombra". Y Marta, una mujer que camina vigorosamente pese al bochorno, afirma que ayer en su casa hubo un debate rápido y se optó por no dejar el aire acondicionado abierto toda la noche. Algo que quizá hoy no pueda repetir si el viernes, el día más caluroso del año, según la previsión, empieza fuerte.

Madrid: operación asfalto a 41 grados

La mayor virtud de la primera ola de calor oficial del 2020 es que ha pillado a los cuerpos preparados. Al menos en Madrid, donde los termómetros llevan instalados en la zona roja desde hace una semana y se vienen padeciendo noches tropicales –con mínimas por encima de 20 grados- desde hace dos. Este pasado lunes, en la capital se alcanzó el récord de temperatura de lo que va de verano -41,8º- y a lo largo de la semana las máximas diarias han estado siempre por encima de 38.

Con estas cifras, se comprende la cara de sorpresa que Javier y Rosa ponían este jueves por la mañana en el parque del Retiro al saber que a esas horas entraba en vigor la ‘alerta naranja’ por altas temperaturas, cuya finalización está prevista para el próximo sábado. "¿Ahora empieza la ola de calor? ¿Entonces qué hemos vivido la última semana?", preguntaba incrédula la pareja de veinteañeros junto a las barcas del estanque, de las que no pudieron disfrutar por la tarde. El Ayuntamiento había anunciado que a partir de las 18 horas sería evacuado el recinto por temor a que la tormenta de verano que se esperaba para el atardecer provocara caídas de árboles, otra consecuencia de la ola de calor.

Lo cierto es que la ciudad lleva adaptada al bochorno desde mediados de julio. Las cálidas noches se conllevan como se pueden, tirando de ventiladores, aires acondicionados y ventanas abiertas, y durante el día ha continuado la actividad habitual con una única novedad: “El problema no es el calor, sino la mascarilla”, se quejaba sudoroso Edgar Ramírez en las obras de remodelación de la plaza de España, que tuvieron que pararse durante el confinamiento y este verano avanzan a buen ritmo.

A pesar de las altas temperaturas, estos días también se mantiene la rehabilitación del estadio Santiago Bernabéu, así como la ‘operación asfalto’ que cada verano aprovecha la estampida veraniega de los madrileños para remozar las calzadas más deterioradas. Como la calle Sebastián Elcano, sobre la que este lunes, el día del récord anual de calor, los operarios se afanaban para verter nuevas capas de alquitrán hirviente.

Madrid está raro este verano, pero no es por el calor –aún no se han superado los 41,9º del día de san Pedro de 2019-, sino por la ausencia absoluta de turistas, que da un aire espectral a los rincones habitualmente más concurridos. “¿Hoy empieza una ola de calor? Pues es justo lo que nos faltaba”, suspiraba este jueves Luis Martínez, camarero de una de las terrazas de la plaza Mayor. Su lamento se podía oír en el cuadrilátero desierto y canicular de la plaza. Agosto no anuncia mejoría.

Sevilla: Abanico y cubrebocas, la nueva combinación

“Es como si te pusieran una mano en mitad de la bocanada, y hasta ahí respiras”. Ser asmático en plena ola de calor y tener que llevar mascarilla es un auténtico calvario, explica José Luis, refugiado en la parada del metro, donde el aire acondicionado alivia levemente la sensación de ahogo. En Sevilla la gente está más que acostumbrada a la rutina bajo altas temperaturas, pero este año el comentario es generalizado a causa de las medidas de protección frente al coronavirus: “es insoportable”.

De nada sirven los abanicos o las botellas de agua. Con termómetros superando los 40º desde primera hora, el sudor cae a chorros por la cara de muchos, empapando las mascarillas. Apenas se ven ya las FFP2, y la mayoría opta por las quirúrgicas o las de tela, que muchos cuentan da sensación de ser menos asfixiantes. “Me la puse el otro día y creí que me desmayaba”, relata Reyes, que aprovecha la primera hora para que su hija pequeña desfogue y corretee un rato. Pese a eso, “muchos mayores van con la mascarilla debajo de la nariz porque comentan que les cuesta respirar”. Eso sí, en cuanto se aprecia la sombra de un policía, el temor a la multa hace que vuelva a su sitio rápidamente.

Con muchos sevillanos de vacaciones, la mañana todavía respira la actividad habitual de julio en las calles más comerciales o cercanas a centros de trabajo, sobre todo en la franja de 9 a 11 horas. Las sombras de los árboles se convierten también en uno de los espacios más codiciados para, tras una rápida ojeada para cerciorarse de que nadie está cerca, bajarse la mascarilla un rato. Al paseo hasta el oasis en el que se convierten las tiendas y bares con potentes aires acondicionados ayudan también los toldos que el Ayuntamiento instala en las arterias vitales del centro de la ciudad. Pero llega el mediodía y la ciudad se queda desierta. No revive hasta pasadas las 19 horas, como atestiguan varios comercios que no empiezan a atender hasta casi su hora de cierre. “La gente está comprando menos, porque dicen que para qué si apenas salen”, explica Ana, dueña de una tienda de ropa en un céntrico barrio. “Es que es muy agobiante”, sentencia Teresa, de camino al médico, “así no se puede hacer nada”. 

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