REBROTES DE CORONAVIRUS

Barcelona escucha pero no obedece

las Ramblas Barcelona

las Ramblas Barcelona / periodico

Carlos Márquez Daniel

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En las películas, cuando se quema un edificio o un teatro, siempre hay alguien que dice eso de "salgan en orden, no corran", mientras mueve las manos pidiendo calma. Suele suceder todo lo contrario, con gritos femeninos (como si los hombres no chillaran), personas por los suelos y estampidas a izquierda y derecha, arriba y abajo. Es lo que tienen los consejos, que tú los pones sobre la mesa y el receptor hace con ellos lo que más le conviene. Pongamos por caso la recomendación de no salir de casa en Barcelona y alrededores durante 15 días tras los brotes registrados en la zona de influencia de la capital catalana. Lo que ha sucedido es que decenas de miles se han marchado de fin de semana, desoyendo la proclama de la Generalitat, y la ciudad ha quedado con ese medio gas tan propio del mes de julio. A excepción de la playa, que se ha llenado sobre todo por la tarde. Un 18 de julio, por cierto; todo un alzamiento local contra el Govern.

Las zonas turísticas no sirven como termómetro porque llevan así desde mediados de marzo. Prácticamente desiertas, en una suerte de gentrificación que centrifuga al revés, echando a los de fuera y devolviendo la ciudad a los propios. Robin Hood, pero en virus. Sirven el paseo de Sant Joan, la Ciutadella, Montjuïc, la Diagonal. O darse una vuelta por la comercial calle de Sants. E incluso acercarse a la carretera de las Aigües. En resumen: cuatro gatos aquí y cuatro gatos allí. También subyace una cuestión de confianza, de la fe que el ciudadano deposita en ese consejo de no salir de casa durante dos semanas a no ser que sea para ir a trabajar o para comprar lo indispensable. A pesar de que los bares sigan abiertos y a pesar de que los forasteros de países sin veto sean bienvenidos. A pesar de que puedas practicar deporte casi sin límite o de que puedas ir a cenar fuera. Eso sí, bofetón al sector cultural (menos lo poco que sí permiten los gobiernos locales), que sigue sin levantar cabeza. 

En la playa de la Barceloneta, sin nadie vigilando los accesos, el aspecto es inusual a mediodía a estas alturas del verano. Mucho espacio por cubrir, sobre todo en las zonas más alejadas del agua. Los lateros andan más que despachan y se echa de menos al público más veterano del otrora barrio pescador, ese que baja a primera hora y se vuelve a casa con el sol en su punto más crudo. Hey gente, pero no mucha gente. La cosa cambia por la tarde, cuando la Guardia Urbana, sobre las 17.30 horas, ha tenido que desalojar cinco playas (Mar Bella, Bogatell, Barceloneta, Nova Icaria y Sant Sebastià) por exceso de bañistas. La zona de gimnasio al aire libre, donde se reúnen los forzudos del barrio, presenta también una inquietante densidad de población. Mascarilla, ni una. Por ahí pasa alguno de los coches municipales desde los que, de nuevo, como se hiciera durante los crudos días de la pandemia, se recuerda la necesidad de mantener una distancia mínima de seguridad  y la obligación de cubrir las vías resporatorias ante el riesgo de contagio

Ni idea

En el Estadi Olímpic solo hay una pareja. Y son de Córdoba. Están de vacaciones y se enteran ahora mismo de la recomendación de no abandonar el nido. Están en el piso de un amigo que está trabajando en el extranjero. "Nos ha extrañado que no hubiera nadie aquí arriba. Esto es precioso, por la tele parecía más grande". Un poco más abajo, en el mirador de la plaza de Carlos Ibáñez, junto a los antiguos estudios de televisión de Miramar, un grupo de aficionados a la pintura dibujan las chimeneas de la parte baja del Paral·lel mientras que el que parece ser el profesor les recuerda que se vayan moviendo para evitar el sol y que no se les olvide ir bebiendo agua. Un padre con sus hijas, vecino de Sants, dice que suben a menudo, y que toman nota del consejo de no salir de casa. "Vivimos cinco en un piso de 65 metros y ya pasamos lo nuestro durante el confinamiento. Ahora prefiero tirar de sentido común y que no me tengan que estar diciendo todo el rato lo que puedo y no puedo hacer". 

Entre las tres de la tarde del viernes y las tres de la tarde del sábado, 416.464 vehículos han salido del área metropolitana hacía el norte o hacia el sur, informa Helena López. Una cifra, que, calculando que en cada vehículo van tres personas supondría un éxodo de 1,2 millones de personas, que supone, eso sí, un descenso de un 10% respecto a un sábado normal, que suelen salir de la ciudad 463.979 vehículos, según cifras del Servei Català de Trànsit. Respecto a la misma semana del 2019, el descenso ha sido de un 19,8% (fueron 519.637). Respecto al fin de semana pasado, la reducción es del 7,8% (451.751). La cifra de este fin de semana, eso sí, es bastante superior a los 387.789 vehículos que salieron de la ciudad el viernes del puente de Sant Joan, momento en el que se registró también un descenso del 12,90% respecto a un viernes normal (de antes del covid). Respecto la misma semana del 2019, ha hubo un descenso del 19,34% (480.812 vehículos). 

Bares hartos

La restauración, en pie de guerra por las pérdidas acumuladas desde hace cuatro meses, se ha tomado con cierta ligereza la obligación de separar las mesas dos metros entre sí. En uno de los chiringuitos de la playa, los comensales repartidos por el local podrían pasarse el salero sin apenas esfuerzo. Misma estampa en la mayoría de locales de Sant Joan, donde no parece que se haya modificado la configuración a pesar de que, en este caso, no se trata de un recomendación, sino de una orden del Govern que puede conllevar la correspondiente sanción. El gerente de un bar del Eixample se encoge de hombros, consciente de que no ha hecho los deberes. "No podemos más. El nivel de improvisación de esta gente es indignante. Si ellos no hacen lo que tienen que hacer, no pueden esperar que nosotros vayamos pagando sus errores. Si nos multan, pondremos un recurso y lo que haga falta. Estamos hartos". 

En L'Hospitalet, donde comparten con Barcelona el mismo nivel de confinamiento aconsejado, la vida en la calle es mucho más visible. Lo fácil, y a la vez poco riguroso, sería decir que aquí son menos de irse de fin de semana. En la plaza de la Espanyola, en la Torrassa, a eso de las 11 de la mañana, la gente cruza arriba y abajo con bolsas de la compra, con niños en patinete y perros pequeños, de esos que hacen tanta compañía como ruido. "Hemos escuchado los consejos de los señores políticos, y yo ahora les invito a que vengan a mi casa para conocer a las 11 personas que vivimos en un piso de tres habitaciones", se queja un mujer dominicana, acompañada de su sobrina Naomi, de 9 años. Al fondo, junto a la parroquia de los Desamparados, cuatro agentes cívicos tratan de lidiar con un hombre que se niega a llevar la mascarilla. Las decisiones se toman en los despachos. La batalla se libra en la calle. 

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