VALIOSO LEGADO

El gran letargo del puerto de Barcelona

El Museu Marítim ingresa la inédita colección gráfica de Joaquín Tusquets con imágenes de 1942 a 1959, la época más gris y desconocida de la instalación

Joaquín Tusquets

Joaquín Tusquets / periodico

Natàlia Farré

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A menudo se dice que Barcelona necesitó cinco siglos para tener puerto. Los que van desde el reinado de Alfons ‘el magnànim’ (1396-1458) hasta  principios del XX. El monarca autorizó al Consell de Cent construir una instalación nueva (artificial) levantando un muelle y un dique entre la isla de Maians (ahora barrio de la Barceloneta) y tierra firme. Embrión de las actuales instalaciones. Y en 1931, se dio por acabada la edificación de las dos torres del teleférico –Sant Sebastià y Jaume I– que conectan el mar con Montjuïc. Así, el recinto, en los años 30 ya lucía como lució hasta los años 60. Antes de esta larga construcción, los barcos que arribaban a Barcelona debían fondear en lo que quedaba del puerto romano o frente a la playa, y trasladar mercancías y pasaje en barcazas. La importancia de la década de los 60 reside en que fue el momento germinal de la expansión comercial del actual puerto, tras un periodo de letargo.

La introducción sobre la génesis del que ahora está en el podio de los puertos más importantes del Mediterráneo, viene a cuento del último tesoro ingresado en la colección del Museu Marítim: tres mil ochocientos negativos inéditos de imágenes tomadas por Joaquín Tusquets de Cabirol, entre 1942 y 1959. Fotografías que muestran “la época más gris y menos conocida del puerto. Un periodo de poca actividad, poco dinamismo, donde hay gente pero no hay vida. Y un periodo del que hay pocas imágenes. De ahí su importancia”. Palabra de Enric Garcia, doctor en Historia y especialista en Historia Marítima.

Motoveleros con una larga vida de cabotaje

El periodo en cuestión no es otro que el que va desde los años inmediatos a la guerra civil, con un puerto en el que aún quedan vestigios de la destrucción causada por los concienzudos bombardeos de la aviación italiana, hasta justo después de la llegada de la Sexta Flota estadounidense, cuyo impacto social y económico fue determinante, tanto en el puerto como en los barrios adyacentes. Barcelona, una ciudad con escasez y memoria aún de muerte, se convirtió, de repente, en plaza de descanso de los jóvenes soldados, y estos no llegaron solos, arribaron con dólares y ganas de divertirse. El fin de la autarquía y la apertura del país pusieron el resto para que el puerto saliera de su letargo.   

Las imágenes muestran eso, el sopor y la modorra de ese periodo. Un puerto nostálgico, con una actividad mínima, en el que los ciudadanos accedían para pasear y esparcirse. Y un puerto lleno de barcos de antaño. Motoveleros con una larga vida de cabotaje a sus espaldas que en circunstancias normales habrían estado ya desballestados y sustituidos por buques más modernos. Se veían, y eran, viejos para la época. Pero la guerra lo destruyó todo y la posguerra construyó poco, así que a falta de embarcaciones más grandes, esas veteranas del mar siguieron navegando durante las décadas de los 40 y 50, y buena parte de los 60.

Gaviotas, Golondrinas y palomas mensajeras

También se ven barcos más modernos en las fotografías de Tusquets de Cabirol, los que atracaban en lo que hoy es el World Trade Center y antaño era la Estació Marítima. Eran embarcaciones de pasaje, pero nada que ver con los cruceros que arriban en la actualidad. En ese periodo no había turistas y a penas visitantes. Lo que había básicamente era inmigrantes con destino a América. También había (en el puerto y en las imágenes)  multitud de pequeñas embarcaciones. Muchas de pesca: ese fue un buen periodo para faenar, ya que la guerra supuso una especie de veda que permitió la recuperación de la fauna. Y otras: las llamadas palomas mensajeras.

Sí, el puerto tiene Golondrinas y tuvo Gaviotas y palomas mensajeras. Las Gaviotas fueron competencia de las Golondrinas hasta que en los 50 se fusionaron las dos empresas de navegación turística. Las palomas mensajeras, o mensajeras a secas, eran taxis marítimos. Una estampa muy normal en la época y muy olvidada en el presente. Ahí están los hombres trajeados y las mujeres bien ataviadas bajando por escaleras que hasta no hace tanto permitían acceder al agua desde los muelles. Aún quedan algunas, las más grandes, las que tocan el mar en la altura del monumento a Colón. Descendían los peldaños para montar en las mensajeras, esos laudes que ejercían de taxi en el mar y trasladaban al personal a otras partes del puerto o a la rada, la zona exterior donde anclan barcos que por calado o falta de espacio no entran a puerto.

'Art de plantja' en Can Tunis

Lo del calado fue un problema durante años. Pues en la posguerra el dragado del puerto brillaba por su ausencia, así que era tan fácil ver barcos en la rada como pequeñas playas dentro del puerto. Tal cual. Las corrientes acumulaban   arena y la gente se entretenía buscando moluscos. Otra opción era ir directamente a las ‘muscleres’, los viveros ubicados  en plataformas y barcas que además de cultivar mejillones, los recogían y cocinaban al momento. Las últimas desaparecieron, por cuestiones de salubridad, en 1973. Pero de ambas cosas, ‘muscleres’ y playas espontáneas en el interior del puerto, dejó constancia Tusquets de Cabirol.

Al igual que acreditó la práctica de ‘l’art de platja’ (un tipo de pesca de arrastre realizado desde la playa) en Can Tunis. Ahora el método está prohibido y de esa playa solo quedan testimonios fotográficos. La ampliación del puerto a finales de los 60 la dejó sepultada bajo el mar, aunque por entonces poco sobrevivía de sus arenas blancas y balnearios. El más conocido, el Zoraya, con cúpula bizantina incluida; el más espectacular, la Perla del Mediterráneo, un complejo diseñado por Enric Sagnier que no llegó a levantarse.

Intercambio de prisioneros aliados y alemanes

Pero “tan importante como lo que muestran estas fotos es lo que no muestran”, explica García. Y es que como su autor no tenía alma de fotógrafo documental sino de artista captó según su sensibilidad pero no según lo que acontecía. Y los acontecimientos remiten a una época de estraperlo y contrabando: todas las embarcaciones tenían cámaras secretas y dobles fondos. Y a una época de puerto neutral para intercambio de prisioneros durante la segunda guerra mundial. En octubre de 1943, cuatro barcos amarraron en el Moll d’Espanya y 2.144 soldados (1.061 alemanes y 1.083 aliados) dejaron atrás el cautiverio. Hubo luces y taquígrafos, pero Tusquets de Cabirol no lo retrató.

La historia de la colección también tiene su miga. En el 2005, Toni Armengual encontró una caja de zapatos con los negativos en un contenedor de Palma. Como Armengual tiene alma de coleccionista, decidió rescatarlos y conservarlos hasta ahora, que la Diputación de Barcelona los ha comprado por 15.000 euros para depositarlos en el Museu Marítim. Negativos y algunas copias realizadas por Armengual llegaron el 19 de junio a Barcelona en barco, como no podía ser de otra manera.

Ahora descansan en el archivo del museo, donde serán digitalizadas y documentadas. También serán presentadas en sociedad en una exposición, aún sin fecha. Pero Garcia avisa: “Las mejores fotografías del puerto aún no se han copiado”.