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El comercio de Barcelona teme un alud de cierres

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Patricia Castán

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Durante la reciente crísis económica, la punjanza del turismo internacional permitió que el epicentro comercial de Barcelona  no se resintiera tanto en caída de consumo y empleo como otros territorios. Pero ese flotador que parecía inexpugnable también se ha deshinchado ahora por efecto de la pandemia del covid-19, dejando tras de sí un panorama preocupante: muchas tiendas todavía cerradas en Ciutat Vella y parte del Eixample, un desplome de la facturación incluso en el eje de compras de Barna Centre que apenas vende un 40% de lo habitual, y la certeza de que muchas tiendas pequeñas o medianas no volverán a levantar la persiana al no poder sobrevivir a los altos alquileres de la zona, desequilibrando aún más esa céntrica oferta. 

El sector ha dado la alarma en toda ciudad. Incluso los operadores de áreas turísticas como Barna Centre (incluye el Portal de l’Àngel, Portaferrissa y muchas calles del Gòtic), el Born, el paseo de Gràcia, Pelai y otros ejes englobados en la asociación Barcelona Oberta hablan de tiendas al límite. Nuria Paricio, directora de esta patronal, reclama un plan integral de ayudas y promoción a las administraciones, que el consistorio está articulando. 

El comercio de barrio, con 24 ejes asociados en Barcelona Comerç ha reabierto en un 91% de casos.  Sus resultados son desiguales, ya que para casi la mitad las ventas han caído hasta un 25%, y para una cuarta parte incluso un 50%, con fuerte disminución de afluencia, según una encuesta. El colectivo cifra ya en un 3,3% los cierres, pero prevé que llegarán en breve al 15% porque muchos están liquidando stocks. Y que si no se toman medidas «estructurales» en favor del sector, esta cifra suba al 30», asegura su presidente, Salva Vendrell.

Dos males simultáneos

En el centro, que hasta ahora era más resistente, advierten de que sufren dos males simultáneos. El más evidente es la pérdida del turismo por la crisis sanitaria (creen que apenas remontará este verano aunque se abran fronteras el lunes), que en estos cotos suponen en general casi la mitad de las ventas, y a veces la gran mayoría de toda su clientela. Pero el segundo golpe creen que se podía haber evitado: «En un momento como este en que mucha gente evita el transporte público, es una locura haber cortado el acceso en coche», se queja Teresa Llordés, al frente de Barna Centre. «En dos zonas ya peatonales como el Gòtic y el Born ahora no tocaba una medida como cerrar la Via Laietana los fines de semana», agrega Juan Carlos Arriaga, presidente de Born Comerç.

En el cotizadísmo eje que se abre tras el Portal de l’Àngel, defienden que el 'boom' turístico llegó como un comodín, que ha crecido sin tregua, pero que necesitan mantener la afluencia local y de compradores del resto de Catalunya. Calculan que la mitad de estos  llegan en coche para hacer compras importantes, lo que supone que las restricciones en calles del Eixample o el o la Via Laietana les ahogan, argumentan.

Lo suscribe desde el presidente del paseo de Gràcia, Luis Sans, convencido de que este tipo de medidas sobre movilidad en el centro de Barcelona solo pueden ser temporales, y hasta el mercado de Santa Caterina, que se echa las manos a la cabeza al recapitular sobre sus recaudaciones de los últimos sábados. «Aquí apenas hay vecinos, necesitamos a compradores de otras zonas que ahora no pueden llegar ni al párking y los sábados ya no vienen», explica David Barroso, vicepresidente.

El ayuntamiento estudia ajustes en su plan de peatonalizaciones de fin de semana, según las zonas

En este sentido, la teniente de alcalde Janet Sanz avanza que ultiman soluciones para abrir accesos a clientes del mercado y al transporte público. Para el resto de vías restringidas al tráfico para ganar zonas peatonales, prevé que a partir de septiembre algunas vuelvan a cerrarse solo un fin de semana al mes (plan iniciado en febrero), y otras todos los sábados y domingos, en función de la respuesta en cada barrio.

El ayuntamiento aglutina sus medidas en un plan

 Pasada la crisis sanitaria, el área de Promoción Económica del ayuntamiento trata de agilizar los trámites y medidas para la reanimación de comercio y hostelería. La concejala de Comercio, Montse Ballarín, ha aglutinado las iniciativas dentro del plan de recuperación económica que se aprobará en el próximo pleno de final de mes.

Entre otras cosas, porque su impacto en cada zona es distinto y, en cambio, puede favorecer el consumo de proximidad, como el caso de Creu Coberta. Vendrell adviertes esas diferencias pero reprocha al ayuntamiento haber actuado unilateralmente y sin buscar el consenso del sector.

Pero las repercusiones socioeconómicas de la crisis sanitaria van más allá. La ausencia de turistas ha llevado a muchos operadores pequeños a optar por no levantar aún persianas, sobre todo en calles secundarias del Gòtic y Born, mientras que las multinacionales sí lo han hecho. No se sabe cuántos de ellos no volverán funcionar, pero se estima que los cierres se contarán por decenas. Barna Centre confirma el adiós definitivo de cinco tiendas en la calle de Santa Ana.

Miedo a más monocultivo

Y Llordés considera que tan urgente como las ayudas es un nuevo plan de usos que evite la monodemanda actual de nuevos operadores que como relevo solo quieren despachar fundas de móviles o camisetas del Barça, bajo la apariencia de moda o regalos. Este tipo de negocio se ha disparado en un entorno donde cada vez hay menos servicios de proximidad y menos vecinos, contemplan con preocupación asociaciones de comerciantes y de vecinos. «Si solo sobreviven grandes marcas y suvenires el Gòtic morirá porque no interesará a la gente», añade.

Arriaga apunta que un tercio de tiendas del Born aún no funcionan y calcula que el 20% ya no lo hará ante los muchos gastos que soportan y la escasez de público. Y se queja de que las licencias de ampliación de terrazas de restaurantes van muy retrasadas.

 «No se puede aislar a esta zona», dice Nuria Paricio, directora de Barcelona Oberta, con miedo a que se reproduzca un modelo de centro de ciudades americano donde por la noche no hay vecinos ni vida. Hay un temor más. La sequía de ingresos y los altos alquileres lleva a los afectados a recortar gastos, como sus cuotas asociativas, lo que podría dinamitar a estas entidades. 

Peatonalizaciones: 40 años de éxitos

Barcelona y su memoria de pez. Solo así se entiende la recurrencia de este debate. Fue a caballo de los años 70 y 80 (es decir, cuando el primer ayuntamiento democrático encaró el pandemónium urbanístico que entonces era Barcelona) que se abordó la primera peatonalización y, poca broma, fue nada menos que la de Portal de l’Àngel, hasta entonces una calle más del tráfico rodado. Se acometió primero con escasos medios, con unas jardineras construidas con viejas traviesas de vías de tren que cerraban el paso a los coches. Los comerciantes pronosticaron la muerte de Portal de l’Àngel. Sucedió justo lo contrario. El de ahí suele ser desde entonces el metro cuadrado de alquiler más caro de España, auténtico caviar comercial al alcance solo de las grandes marcas.

Tan exitosa fue aquella medida que, cuando se prosiguió con la peatonalización de otras calles del Gòtic, Portaferrissa por ejemplo, los comerciantes pusieron de su bolsillo un 25% de la inversión necesaria. Todo aquello sucedió en los años 80. Se pudieron entonces sacar interesantes conclusiones de aquella experiencia. En las calles peatonales, las tiendas con el cartel colgado de se alquila pasaron a ser pocas o ninguna. En las zonas peatonalizadas, las galerías a cubierto languidecían en contraste con lo que sucedía en el exterior. Luego estaba el caso de las plazas. Muchas fueron hasta bien entrados los 80 aparcamientos al aire libre. Se estacionaba en la Reial, en la del Pi, en la de Sant Just. Parece hoy mentira, pero así era. Pero con el tiempo, llegó la desmemoria.

La apertura de las rondas durante los Juegos Olímpicos permitió exportar a otros barrios la experiencia llevada a cabo en el centro de la ciudad. En la zona alta se tomaron como la peor de las afrentas que se cerrara al tráfico su calle más emblemática, Major de Sarrià. El argumento era el de siempre, que nadie iría a comprar allí sin coche. Un exconcejal muy implicado en todas aquellas políticas, desde la tranquilidad que le concede hoy la jubilación, dice ahora lo que entonces, por cortesía, callaba, que quienes se oponían a la peatonalización eran comerciantes que iban en coche hasta la tienda. Era principalmente a eso a lo que no querían renunciar.

La polémica vuelve a estar sobre la mesa ahora que, con motivo del covid-19, el Ayuntamiento de Barcelona, ha desplegado en un mes las peatonalizaciones previstas para los próximos tres años. Ni siquiera los peces muerden tantas veces el mismo anzuelo. Las voces contrarias a las peatonalizaciones realizan los mismos pronósticos de siempre, que su surpervivencia depende de la compra en coche. En realidad, la capacidad de plazas de aparcamiento del centro es la que es, incapaz de llenar de compradores Ciutat Vella.

El matiz ahora, que no es menor, es que por cuestiones presupuestarias no se han ampliado las aceras, solo se ha pintado su existencia sobre el asfalto de la calzada. El mismo concejal antes citado subraya que el efecto no es el mismo. Las calles peatonales, dice, tienen que ser confortables, más que el sofá de casa desde el que siempre es posible realizar las compras por internet. Ese, y no las restricciones de tráfico, es el verdadero enemigo del comercio de calle, sostiene.

40 años cumplen ya las peatonalizaciones. Si fueran un artista, estaría de gira. CARLES COLS