BARCELONEANDO

Como Güell por su casa

El Palau Güell, el más desconocido de los edificios gaudinianos por los barceloneses, reabre tras la pandemia; es el momento de visitar el espacio, ahora vacío y otrora lleno de turistas

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Natàlia Farré

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"¿Dónde está el Palau Güell? En el Park Güell, ¿no?". Pregunta y autorrespuesta errónea. Y pregunta y autorrespuesta con las que Guillem Mundet, director de la que fue residencia en Barcelona de Eusebi Güell topa constantemente. No en vano el edificio de Nou de la Rambla es de las obras de <strong>Antoni Gaudí</strong> menos conocidas por los barceloneses. "No estamos en el imaginario gaudiniano del ciudadano". Una pena. Casi un delito. Pues el Palau Güell no es solo la primera gran obra encargada al genial arquitecto por el que fue su principal mecenas y la primera en ser declarada, en 1984,  Patrimonio de la Humanidad sino que es, además, la más original. Su última restauración fue impecable. "Se hizo un gran esfuerzo para recuperar la autenticidad del edificio. Sacando el mobiliario, que la mayoría está en manos de la familia, la vivienda se conserva igual que la dejó Gaudí".

Así que la visita es casi obligada. Sin el casi, obligada. Hacerlo tiene recompensa: tener un espectacular palacio para uno solo con sus artesonados de madera de figuras imposibles, sus paredes recubiertas de piedra del Garraf (a veces pulida, otras no) y sus suelos ajedrezados de mármol de diferentes colores. Además de pinturas de Aleix Clapés, refinadas vidrieras con los tercios españoles representados y un órgano de 1.386 tubos, amén de una cúpula increíble que corona la estancia principal de más de 17 metros de altura. También hay terrado, como en la Pedrera: 20 chimeneas recubiertas de ‘trencadís’. Un gozo para los sentidos. Y un gozo que ayer pudieron disfrutar casi en soledad unos cuantos privilegiados.

El secreto de Nou de la Rambla

El Palau reabrió tras echar la persiana, el 13 de marzo, por la pandemia. La primera obra gaudiniana en hacerlo, Torre Bellesguard al margen. Y lo hizo con tres personas esperando en taquilla que pudieron pasearse como Güell por su casa. Quizá tres en una cola puedan parecer pocos, pero fue algo inesperado: "Abríamos sin expectativas". Lo dicho el palacio de Nou de la Rambla es un secreto para muchos ciudadanos que merece ser desvelado. Solo un 1’6% de las 205.000 visitas anuales que recibe son de barceloneses. Aunque peor era en el 2013, cuando la cifra de locales escupía un paupérrimo 0,2% del total.

En estos últimos años se ha hecho un gran esfuerzo para atraer al visitante de proximidad. Ahí están, por ejemplo, los conciertos de música catalana. La cosa pretende ir a más: "Nos gustaría que los barceloneses sintieran como suyo el Palau Güell". Palabra de Mundet. Un poco de cada barcelonés sí es, pues es de propiedad pública. De ahí, una entrada asequible (5 euros con el carnet de cualquier biblioteca), muy por debajo del precio que exhiben el resto de obras salidas del genio de Gaudí; y de ahí, también, el poder abrir sin urgencia pecuniaria: "Nuestro objetivo no es económico sino cultural".

De convento a comisaría

De hecho, darle un uso destinado a alimentar el espíritu, y no el bolsillo,  fue una de las condiciones que Mercè Güell, la última inquilina del palacio, puso a la Diputación de Barcelona para donarlo. Corría 1945. Lejos quedaban Los lunes de Casa Güell, así eran conocidas las recepciones ofrecidas el primer día de la semana, por supuesto, por las hijas de Eusebi Güell que habitaron el palacio tras su muerte. Más lejos, todavía, había que ir a buscar el encargo hecho a Gaudí, en 1885, para construir una lujosa y vistosa residencia después de que su comitente, <strong>Eusebi Güell, fuera invitado, con sentencia judicial de por medio, a abandonar el Palau Fonollar.</strong>

Y casi perdido en el tiempo, estaba el origen del solar: un convento de carmelitas que en 1784 fue partido por la mitad para abrir la calle Nou de la Rambla (durante años Conde del Asalto, el capitán general que decidió su trazado). Tras el paso de los Güell el edificio fue sede del Institut del Teatre y Museu d’Art Escènic. También fue confiscado y sede de una comisaría durante la guerra civil y la inmediata posguerra.

Ahora es un monumento visitable y es, sobre todo, un monumento de visita obligada.