ÉRASE UNA VEZ EN EL BARRIO... (24)

...y la Barceloneta volvió a oler a café

Érase una vez en el barrio...Barceloneta

Érase una vez en la Barceloneta en estado de alarma. / periodico

Helena López

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Lourdes López siente que, pese al horror, estos meses les han servido para recuperar el barrio cuando, al abrir el balcón por las mañanas, le llega olor a café y tostadas y no a "pipi". A veces es necesario ser gráfica y la imagen no puede ser más elocuente.  "El año pasado por este tiempo rezabas para que lloviera a mares; en cambio esta primavera es la bomba. ¡Hemos recuperado nuestros chiringuitos de toda la vida!", relata exultante la mujer, alma del tejido vecinal de la Barceloneta. Sentir que sus calles volvían a pertenecerles le da "subidón", pero se lo causa todavía más ver cómo el barrio ha aparcado sus históricas rencillas para afrontar juntos, codo con codo, este mal trago. "Ha sido maravilloso. Todo el mundo ha colaborado. Todos. El territorio lo hemos defendido palmo a palmo, como siempre. La respuesta de la República Independiente de la Barceloneta ha sido espectacular. Si yo tengo que luchar otra guerra invisible cuento con mi barrio", explica, rebosante de orgullo. "Ponías un mensaje en el grupo y en cinco minutos ya tenías a 10 personas -prosigue-; yo me emociono y todo".

"La colaboración de los vecinos ha sido maravillosa. Hemos defindido el territorio palmo a palmo"

Lourdes López

— Asociación L'Òstia de la Barceloneta

Cada jueves, un restaurante del barrio, aquellos habitualmente llenos de turistas ávidos de bien regadas paellas, subía la persiana para preparar 100 menús para los mayores del barrio, en los que se han centrado desde el pasado 12 de marzo los cuidados de la red vecinal. Personas a las que la asociación Barceloneta Alerta ya facilitaba comida del banco de alimentos antes de la pandemia; pero que si antes eran ellas las que se acercaban a recogerla a la iglesia evangelista, ahora sus vecinos se habían organizado para llevársela a sus casas. Luis Monzón, presidente de la asociación -quien insiste en que ha sido "algo muy autorganizado y transversal que se autoinventaba cada día con las nuevas necesidades"-, destaca el hecho de que la mayoría de los 120 voluntarios fijos sea gente joven. "Normalmente el problema que nos encontramos con las iniciativas del plan comunitario es la dificultad para implicar a los más jóvenes, algo que esta vez ha surgido solo", subraya, preocupado por lo que vendrá. 

El puchero de los estibadores

Cuando insisten en que aquí ha participado todo el mundo se refieren, por ejemplo, a gestos como las 100 raciones de puchero cocinadas por el grupo de estibadores jubilados en el local del sindicato el jueves pasado. 

El azote del <strong>Covid-19</strong> -y su incomprensible mala gestión- en la residencia del barrio fue un golpe que les sirvió para reafirmarse en que la prioridad era cuidar a sus ancianos; pero ahora se enfrentan a una postpandemia cuya dureza les ha llevado a crear una segunda red de apoyo para llegar a las personas jóvenes que se han encontrado sin ingresos y sin saber cómo pagarán el alquiler. 

"Ahora es cuando estallará todo", advierte Monzón. "Los servicios sociales ya están desbordados con las nuevas necesidades, y muchas empresas no podrán reabrir cuando termine el estado de alarma y los ERTES se conviertan en despidos... Nos tememos lo peor", señala Monzón, muy preocupado por la crisis de la vivienda cuando en breve se reactiven los desahucios (los jugdados han reabierto esta semana).

Miedo al regreso

Con la desescalada, en el barrio hay quien empieza a oír ya "el ruidito de las ruedas". "Por mucho que digan las fronteras no están cerradas y se nos cuelan algunos turistas de tanto en tanto. Ya hemos denunciado algunas fiestas. Algunos dicen que son extranjeros que viven aquí, pero yo ya he visto a gente consultando mapas. Y esto no ha hecho más que empezar. Sant Joan nos da mucho miedo. Mucho. No es solo el temor de cada año, este año es además una cuestión de salud pública", apunta Manel Martínez, vicepresidente de la asociación de vecinos de la Barceloneta, quien alerta también de la ocupación de pisos turísticos vacíos "para usos delictivos".

Martínez teme que la suma de la luz verde al turismo dada por el Gobierno para este julio y el impacto que ha tenido en la imagen exterior la crisis sanitaria en la ciudad haga que el "turista familiar y cultural no venga por responsabilidad y lo hagan solo los turistas irresponsables, los que vienen exclusivamente a beber y a tostarse en la playa y les da igual si están en Barcelona o en Cancún".

"Se empieza a oír el ruidito de las ruedas y ya hemos denunciado algunas fiestas. Sant Joan nos da pánico"

Manel Martínez

— Asociación de vecinos de la Barceloneta

Comparte la incertidumbre sobre qué pasará este verano Lorena Bastianini, empleada de la hostelería en ERTE, confinada en un 'quart de casa' de 30 metros con su hijo de seis años desde hace tres meses. "El niño es muy activo y, como el piso es pequeño, estaba acostumbrado a hacer mucha vida fuera, en el parque y en la playa, y de repente se vio enjaulado. Al principio fue muy duro, con el problema añadido de la logística al estar sola y no podérmelo llevar a comprar", reflexiona esta madre. Bastiani se pregunta también si al turismo internacional este año habrá que sumarle una mayor afluencia de barceloneses que normalmente se marchan, pero que este año quizá opten por quedarse precisamente por la pandemia. Han conocido bien sus rostros durante esta desescalada, en la que el paseo marítimo se antojaba a ratos el único paseo de la ciudad. 

En recuerdo de todas las Carmen

Carmen Blanco se instaló en la Barceloneta en 1972, recién llegada de La Mamola, un pueblecito también marinero de Granada, del que se marchó en busca de un futuro para los suyos. En un 'quart de casa' entre estas calles de aceras estrechas en las que los vecinos andan por la calzada crió a sus seis hijos. "Dormíamos en dos literas de tres pisos, y mi hermano, el mayor, en una cama plegable en el comedor, que teníamos que quitar cuando nos levantábamos para pasar al lavabo", explica Enriqueta López, una de sus hijas. Treinta metros cuadrados en los que vivían nueve personas. Carmen, su marido, pescador, sus seis hijos y la abuela. Formaba parte de esa generación nacida y crecida en la guerra y la posguerra que cuidó de la abuela antes de serlo ella y criar a sus siete nietos para que sus hijos pudieran trabajar.

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