La comunidad

Rue del confinado, dos meses después

Tras dos meses confinados, los vecinos de la calle de Provença, 501, en Barcelona, salen de sus casas

Tras dos meses confinados, los vecinos de la calle de Provença, 501, en Barcelona, salen de sus casas. / periodico

Toni Sust

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Han pasado más de dos meses desde que la ciudadanía quedó confinada en sus hogares para prevenir el contagio del coronavirus. Han pasado casi dos meses desde que este diario visitó, desde el exterior y por WhatsApp, a los vecinos del número 501 de la calle de Provença, que posaron para la foto en sus balcones y relataron cómo afrontaban los primeros días de encierro, qué hábitos mantenían y cómo veían el futuro.

Este viernes salieron a la calle para hacerse una segunda foto, contaron cómo han pasado estas semanas en casa y cómo ven el presente y el futuro. Algunos se declaran adaptados, otros, hartos. No falta quien cree que todo lo que ha pasado abre la puerta a una vida mejor.

Charo, jubilada, que vive en el sexto con su marido, Eduard, relataba semanas atrás que andaba cada día 1,5 kilómetros por su casa y que tenía varios libros en agenda. “He leído un montón, he caminado cientos de kilómetros”, explica ahora. Y añade: “También me he llenado de angustia ante lo que viene:  ver si seremos capaces de adaptarnos a esa nueva realidad. Lo que tengo claro es que nuestros niños deben comenzar cuanto antes el colegio. No sé cómo, espero que los expertos encuentren la solución”.

Estar juntos, lo mejor

“Lo mejor es estar juntos, algo para lo que no siempre tenemos tiempo, y convivir cada instante. Lo peor es la incertidumbre”, decía en marzo Anna, vecina del tercero, donde reside con su marido, Danny, y tres hijos de 25, 23 y 19 años. Y se reafirma en ello: “Lo que ha cambiado es que estamos todos en casa a todas horas, lo compartimos todo y colaboramos en todo. Lo hemos pasado bien”. Los tres hijos se han prodigado más en el deporte, sobre todo desde que se permite en franjas horarios. ¿El futuro? “Nos gustaría que encontrasen la vacuna y podamos volver a la vida de antes, pero creo que tardaremos. Nosotros somos de abrazos y besos, de tocarnos”, dice Anna, que subraya que la situación ha llevado a una relación “mágica” entre los vecinos.

Los vecinos destacan como efectos positivos la sintonía en la comunidad y la cercanía familiar

“Vivo sola y tengo 83 años. Tengo un arcón congelador y existencias para bastante tiempo”, decía Roser, la vecina del cuarto, en la primera entrega de la crónica de esta comunidad. Entonces solo salía a tirar la basura, ahora sale a caminar unos 40 minutos cada día, a las 10 de la mañana. “Se está haciendo largo el confinamiento. Eso de no ver a mis cuatro hijos y a los nietos durante tanto tiempo es duro”, confiesa. “Sí que tengo cierto miedo a que en otoño vuelva a pasar”, contesta a la pregunta de si teme el rebrote.

El viaje que Grecia nos debe

“Estamos preparados para que esto dure un mes”, precisaba el mensaje que enviaron en marzo los vecinos del segundo, Antonio y Fran, una pareja de jubilados de 63 y 64 años. No lo estaban para que llegara a dos meses: este mismo viernes tenían que coger un avión para irse a Grecia con unos amigos. Y antes vieron como se esfumaba otro viaje, a Canarias. En ambos casos están pendientes de la devolución del dinero.

La pareja afirma que la convivencia ha funcionado y que han descubierto el balcón tras no darle importancia durante años. Están algo preocupados porque a su hijo Carlos, profesor de instituto de 28 años que vive con ellos y al que el teletrabajo ha incrementado la jornada, como a tanta gente, le han anulado la prueba B1 de inglés, que necesita para consolidar su carrera como docente. El curso que viene tampoco se hará. La incertidumbre profesional, otro mal compartido y ligado a la crisis del coronavirus. La familia teme que el virus haya venido para quedarse. “Deberemos acostumbrarnos a él y eso cambiará nuestras vidas”.

Carmen, vecina del entresuelo, vive con sus hijos Mariona (25) y Arnau (19). “Ahora salimos más a la calle. Él se entretiene jugando a fútbol por internet. A Mariona le hemos conseguido una tablet. Hacemos videollamadas con la familia y los amigos. Sobre todo, espero abrazar a mis nietos. Al más pequeño llevo sin verlo más de la mitad de su vida”.

En el quinto residen Conxita y Joan con sus hijos, Anna (19), Àlex (13) y Dani (12). “Se está haciendo largo, sobre todo para los niños”, constata su mensaje, en el que destacan lo difícil que es combinar el teletrabajo con la descendencia. “Somos cinco y la convivencia tiene momentos buenos y malos. Aguantaremos, pero cada vez es más duro. No hacemos mucho deporte. Los niños no tienen mucho interés en salir a pasear”. Y advierten: “Estamos convencidos de que sin tratamiento ni vacuna en algún momento nos tendremos que confinar otra vez. Cuando haya vacuna, volveremos lentamente a la normalidad”.

Las cuatro misioneras mormonas

Alimentadas por su fe, las cuatro misioneras mormonas estadounidenses que viven en el primero parecen incluso más contentas que antes. No caben tantas sonrisas en una foto. Como no pueden predicar por la calle, lo han hecho por WhatsApp, Facebook y mediante una herramienta que se ha hecho popular en estas semanas: las videollamadas por Zoom.

Algunos creen que difícilmente se volverá a vivir como antes; otros lo dan por hecho

Han mantenido hábitos: “Como misioneras tenemos un horario en que hemos  seguido cada día aun en la cuarentena. A veces queremos ir a dormir más temprano pero aguantamos hasta las 23.30 cada noche”. “Tenemos esperanza y confianza que todo va a salir bien. No tenemos que vivir como antes, podemos vivir mejor y seguir adelante con agradecimiento por las cosas que hemos aprendido”, predican.

El piloto sigue en tierra

En el sobreático segunda, Claudia dice que el piso es más de Quinto, el gato, que suyo. Ha pasado tiempo confinada aquí con su pareja y también en casa de este, cuando le tocan los hijos. Ha echado de menos libertad para moverse y ha celebrado poder prescindir del despertador: “Me paso el día trabajando, cocinando, bordando y cuidando a mis plantas”.

En el otro sobreático, Wassim, un ingeniero libanés que trabaja para bancos y estudia para piloto. Ha invertido el tiempo en mejorar su castellano y hace 45 minutos diarios de deporte. Sale cada tres o cuatro días y dice que a veces siente que no soporta más la situación. “Lo peor es que aún no puedo volar, viajar, ver a mis amigos, a la familia”.

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