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Una galería, tres pandemias

La decana Sala Parés cuenta en su haber con tres emergencias sanitarias, la crisis del cólera del XIX, la de la gripe española del XX y la actual provocada por el covid-19

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Natàlia Farré

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Ciento cuarenta y tres años en activo como galería –180 si se tiene en cuenta su labor dedicada a las bellas artes– dan para vivir, con la actual, tres pandemias. Y en el caso de la decana de las galerías españolas, la Sala Parés, tantos años en activo dan, también, para sumar, de momento, dos supervivencias. Una por siglo. El centro se rehizo del cólera que atacó Barcelona a finales del XIX; y superó la llamada gripe española que causó estragos por este y otros lares a principios del XX.

La crisis de ahora, la provocada por el covid-19, está por ver cómo acaba. Pero en la galería están seguros de que será su tercera victoria sobre una pandemia. Nuevo siglo y nueva supervivencia. Aclaran, además, que en ninguna de estas ocasiones (tampoco durante la guerra civil) el cierre ha supuesto una parada de la actividad. La persiana está bajada, sí, pero desde la calle de Petritxol se sigue teletrabajando para dar placer a los coleccionistas y visibilidad a los artistas. Y, aseguran, lo hacen con éxito.

Momento de gloria

La primera parada obligada data de principios de 1886 y duró semanas, las necesarias para que el rebrote de cólera, que llevaba dos años castigando el país, remitiera. El cerrojo se echó después de uno de los mayores éxitos de la galería: la exposición del óleo 'Spoliarium' del filipino Juan Luna y Novicio. Un artista tan popular entonces como desconocido es ahora. Y un cuadro que tuvo su momento de gloria cuando ganó una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884.

El primer cierre  por imperativo sanitario fue en 1886, tras exhibir con grandes colas la colosal ‘Spoliarium’

La Diputació de Barcelona lo compró por 20.000 pesetas y con el tiempo llegó la anécdota: sin ser suyo, Francisco Franco no tuvo ningún reparo en agenciárselo y regalárselo al Gobierno filipino. Ahora luce en el Museo Nacional de las Filipinas. Pero mientras el citado 'Spoliarium' se exhibió en la Sala Parés, las colas que se formaron para verlo –entonces el distanciamiento social no era norma a seguir– llegaban a la Rambla, como quedó escrito en la prensa de la época e inmortalizado por el lápiz de Josep Lluís Pellicer.

Impulso irrefrenable

Luna y Novicio tiene su historia. Era un artista filipino –por aquel entonces esto significaba ser un artista español– que acabó en Madrid estudiando en la Real Academia de San Fernando y trabajando en el taller de Eduardo Rosales, pintor de técnica y purismo al que en su momento se le llamó el 'Velázquez del siglo XIX'. Tras absorber todos los conocimientos regresó a Manila. De manera que allí se le considera uno de los grandes pintores modernos, y aquí, fuera de los círculos académicos, ha caído en el olvido. Un reconocimiento muy lejos del que tuvo cuando su cuadro provocaba el impulso irrefrenable de ser visionado.

La pieza tenía maestría pero tenía, sobre todo, morbosidad, impacto y publicidad. De ahí el éxito. Lo último se lo dio la prensa; lo segundo fue fruto de sus grandes dimensiones (4,22 metros por 7,6 metros), y lo primero fue producto del tema y de la inclinación inhumana hacia lo sangriento: el óleo retrata el momento en que los cuerpos inertes de los gladiadores caídos en la arena del circo romano son arrastrados desde la 'porta libitina' a una siniestra dependencia, el 'spoliarium', para ser despojados de sus pertenencias (armas y ropa). Ahí es nada. 

Tumba y olvido

En horas bajas pilló a la galería la pandemia de 1918, la llamada gripe española. La sala, anclada en el pasado y al margen de la vanguardia artística, no conseguía las colas de 1886. Pero seguía en pie y solo cerró por imperativo del virus. Fueron interrupciones de actividad esporádicas ligadas a los efectos de la gripe y a los rebotes que se sucedieron (primavera y otoño de 1918, y primavera de 1919). Y fueron, también, reaperturas estrechamente vinculadas a los estragos causados por la pandemia entre sus artistas.

En 1918,  bajó la persiana y homenajeó a los artistas fallecidos en el lance: Lluïsa Vidal y Joan Grau Miró

En diciembre de 1918 la persiana se subió para homenajear con una exposición al pintor y dibujante Joan Grau Miró, que no consiguió superar la enfermedad en su momento más mortal, en octubre de ese año. Y en 1919, se hizo lo propio con la modernista Lluïsa Vidal, la primera mujer que logró hacer de la pintura su profesión y su 'modus vivendi'. Y una mujer a la que gripe española no solo llevó a la tumba sino que también la sumió en el olvido. Tuvo que pasar casi un siglo para que el MNAC la recuperara del ostracismo con una retrospectiva.

Producción confinada

A la espera de ver cómo se comporta el covid-19, en la Parés siguen trabajando y anhelando poder subir la persiana como siempre han hecho. Aunque con una salvedad, esta vez no esperan tener que hacer homenajes, solo mostrar lo que están preparando: una muestra con la producción de sus artistas realizada durante el confinamiento. Llevará por nombre, cómo no, el actual lema de cabecera de la galería: 'Sala Parés never stops'. Pues eso, tres pandemias que la sala espera sean tres supervivencias.