ÉRASE UNA VEZ EN EL BARRIO... (20)

Cuando los estudiantes tomaron el relevo de los obreros en Poblenou

La Universitat Pompeu Fabra trasladó hace 11 años sus estudios de la Rambla y de la Estació de França al antiguo recinto fabril de Ca l'Aranyó

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Toni Sust

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Cuando la lana perdió la protección económica del Gobierno, en el tercer cuarto del siglo XIX, el empresario barcelonés con ascendentes manresanos Claudi Arañó Arañó (1827-1884) -a veces se le cita como Aranyó, pero casi siempre aparece su apellido en castellano-, decidió pasarse al algodón.

Hizo construir una fábrica en el cruce de las calles de Tánger y Llacuna. Arañó, un empresario tradicional de la época, era hijo de Gaietà Arañó e Isabel Arañó y se casó con Carolina Arañó, con lo que su hijo, Josep, también empresario y hombre de la Lliga, acumulaba por lo menos tres apellidos Arañó. La endogamia era frecuente en las familias pudientes. A principios de los años 80 del siglo XX, Ca l’Aranyó detuvo sus actividades. Y 30 años después de que los obreros dejaran de frecuentar el lugar, llegaron los estudiantes.

Cómo vendrá la gente

Cristina Oliva, que fue la primera directora del Campus de Poblenou de la UPF, y ahora lo es del de Ciutadella, dice que lo recuerda como si fuera ahora. Ella, sola o con una colaboradora, caminando hacia el metro de Glòries, cuando allí estaba todo por hacer, no la plaza, que sigue así, por hacer. El museo del Diseño no existía. Y ante aquel descampado, ella se preguntaba: “¿Cómo traeremos a la gente aquí?”. La Universitat Pompeu Fabra iniciaba un proceso complejo para trasladar los estudios que tenía en su sede de la Rambla y en la de la Estació de França. Se iban a Poblenou, al 22@, a un distrito tecnológico montado sobre las antiguas fábricas.

Recuerda, también como si fuera ahora, la imagen de la firma de la cesión municipal del antiguo espacio que ocupaba Ca l'Aranyó a la universidad. Un acto del 2004 en el que participaron el entonces alcalde, Joan Clos, y la rectora de la Pompeu Fabra, Maria Rosa Virós.

En el 2007, Oliva era delegada del gerente de la universidad para el desarrollo territorial. “Conocía las obras, tenía los planos, sabía donde irían las aulas, los despachos”. Pasó casi dos años trabajando para un solo día: el 7 de enero del 2009. Después de las vacaciones navideñas, los estudiantes que cursaban carreras en la Rambla y en la Estació de Fabra, los profesores y el resto del persona, 4.500 personas, siguieron en curso en Poblenou. “Era un gran reto profesional. Me apetecía”.

Pujol, Maragall, Clos

Jaume Guillamet vivió el traslado como vicerrector de Infraestructuras y Fundaciones, con Josep Joan Moreso como rector. Antes fue decano de Periodismo, por lo que conocía muy bien la sede de la Rambla, un tesoro para los estudiantes, un inmueble situado en el corazón de la ciudad, en pleno bullicio, junto al bar Cosmos. Un edificio que acogió el Hotel Falcón, que durante la guera fue sede del POUM. Como recuerda una placa, allí se vio por última vez con vida al líder del partido, Andreu Nin, asesinado por agentes de Stalin, con toda probabilidad mediante desollamiento. Su cuerpo nunca fue encontrado.

Con este contexto, la idea de sacar de allí a los estudiantes podía resultar antipática, pero Guillamet subraya que la sede se había quedado pequeña: “Estábamos muy estrechos. El ayuntamiento nos propuso trasladar Comunicació al Born, pero se paró en cuento se encontraron los restos arqueológicos”. El periodista, que fue jefe de prensa del consistorio y asesor de Pasqual Maragall, recuerda el papel de los políticos en el devenir de la UPF. Sitúa a Jordi Pujol como inspirador de la creación de la universidad, al entonces alcalde Maragall como padre de la idea de que ocupara el edificio de la Rambla (que luego se alquiló a la fundación privada Elisava) y a su sucesor Joan Clos como artífice de que la UPF se integrara en parte en el 22@, el distrito tecnológico.

Por poco tiempo, el proyecto esquivó la crisis económica que condicionó el gasto público tras la explosión de la burbuja de la vivienda. “Nos vino casi de unos meses”, subraya Oliva. “Fue la última oportunidad antes de la crisis”, recalca Guillamet, que relata como la UPF colaboró con Mediapro, que también se instaló allí y abrió en el 2008, un año antes: compartieron un solo párquing y algunos espacios. De Ca l’Aranyó se conservó la fábrica, la Nau y una chimenea

Como imagen final del éxito de la revitalización de la zona, elige elige la de las horas puntas, el gentío que apareció casi de golpe: “La gente joven, estudiantes y trabajadores de empresas tecnológicas, llegando por la mañana y yéndose por la tarde”. Un bullicio impensable poco antes, que Oliva apreciaba en los restaurantes, pocos al principio: “Estar comiendo y decirle al de al lado: ‘Para, mira a tu alrededor’. El perfil de la gente joven. Cruzar la calle era complicado en algunas horas por el bullicio”.

La primera semana

Oriol Llop, profesor de Periodismo de la UPF, dio clases en Rambla y las da en Poblenou: “Dar clase en la Rambla era un orgullo. Contribuiías a la mejora de una zona degradada. Las aulas no eran grandes, los despachos estaban todos en un pasillo: siempre había una excusa para saludarse”.

Ya en Poblenou, Llop dio clases en la primera semana: “Hacía frío, faltaban algunas mejoras”. Ahora los despachos no están tan juntos: “Algunos hablan de campus de incomunicación”, dice con sorna, aunque resume: “El traslado a Ca l’Aranyó era muy deseado”.