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De la chabola a la playa

La pandemia impide deja en el aire la exposición de homenaje al singular fotógrafo español Carlos Pérez Siquier

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Ramón de España

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Menos mal que fui a ver la exposición de Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930) antes de que la Fundación Mapfre cerrara sus puertas el viernes pasado a causa de ese coronavirus que nos tiene a todos confinados en casa (y a Torra, rebotado porque le invaden las competencias o, en su caso, las incompetencias). De hecho, fui a despedirme de la Mapfre, que abandona su sede de la calle Diputació para trasladarse después del verano a lo que para cualquier habitante del Eixample es el quinto pino. Llevo tiempo siendo muy fiel a las exposiciones de esta noble fundación y no me perdía ni una; recientemente, pude disfrutar de las de Shomei TumatsoBerenice Abbot o Richard Learoyd, tres artistas espléndidos, y sabía que a la Mapfre podía acudir prácticamente a ciegas, pues en el improbable caso de que no supiera quién exponía, la visita siempre iba a valer la pena. Un aplauso desde aquí para el responsable de la programación. Lo del traslado -ya no recuerdo si al 22@, al Forum o a no sé dónde- me sienta como un tiro, ya que la Casa Garriga Nogués era un espacio espléndido al que podía llegar a pie, pero estas cosas pasan y seguirán pasando cuando sobrevivamos, o no, al coronavirus.

Aunque sin querer ser el Ken Loach de la costa almeriense, Pérez Siquier fue, sin duda, el fotógrafo de los desfavorecidos

Carlos Pérez Siquier es un personaje realmente curioso en la fotografía española. Durante muchos años fue ignorado por mantenerse a una prudente distancia de lo más parecido que tenemos en España a las grandes ciudades, Madrid y Barcelona, y no moverse mucho de su Almería natal. Las primeras fotografías que captaron la atención del respetable o, por lo menos, de los entendidos, las tomó en el poblado de La Chanca, no muy alejado de su domicilio. El hombre trabajaba entonces en un banco y, en sus ratos libres, se acercaba al mundo del chabolismo para plasmar en blanco y negro la vida cotidiana de los desgraciados que allí moraban. Aunque el componente social era inevitable, Pérez Siquier no ejercía de Ken Loach ni cargaba las tintas en las injusticias de este mundo, cosa que tampoco habría sido del agrado de las autoridades franquistas. Pérez Siquier posaba su mirada, entre compasiva y fatalista, sobre los desafortunados, sí, pero podríamos decir que los sacaba bastante favorecidos.

Lo mismo haría en los años 60, ya en color, con la expansión del turismo en nuestro país, aceptando un encargo del Ministerio de Información y Turismo que dirigía Manuel Fraga y del que procede la sección denominada La playa de la muestra de la Fundación Mapfre (aunque intuyo que ese material no fue de la menor utilidad para ese ministerio empeñado en demostrar que España era diferente, pero para bien). Si en La Chanca priman la compasión, el respeto y hasta la ternura, La playa se distingue por una mirada irónica sobre el universo playero y los extraños seres, nacionales y extranjeros, que lo pueblan. No es casualidad que uno de los mayores fans de Pérez Siquier sea el fotógrafo británico Martin Parr, apóstol del cutrerío simpático que lleva años inmortalizando a sus compatriotas en lugares horrendos que ellos afean aún más con sus tripas cerveceras y sus bañadores de un gusto, digamos, discutible. Al igual que Pérez SiquierParr evita una actitud displicente, despectiva o perdonavidas con sus improvisados modelos: como cantaba Amalia Rodrigues, todo esto existe, todo esto es triste, todo esto es fado; o, como dicen los ingleses, what you see is what you get.

La visita a la Mapfre confirma -mejor dicho, confirmaba, ya que no sé cuándo la volverán a abrir- la imagen que algunos teníamos de Pérez Siquier como un humanista de la fotografía que ya se apaña con el material humano que tiene más a mano para plasmar su visión del mundo. Una gitanilla preciosa, una vieja vestida de negro, una señora obesa que se sale de su propio bikini, una guiri que va a la playa maquillada como para acudir a una fiesta… Personajes anónimos y también prototipos de una época y unos lugares pretéritos que un artista andaluz fijó para siempre en esas fotografías que espero puedan volverse a ver pronto en esa mansión de los Garriga Nogués que espero que no se convierta en otro Zara, otro H&M, otro Mango…