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Crímenes poco ejemplares

Un libro rescata 12 asesinatos sonados de la historia de Barcelona, pero con el foco puesto no en el rojo de la sangre, sino en el negro de la tinta con el que se relató

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Carles Cols

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El periodismo de sucesos barcelonés acababa de cumplir 44 años cuando en mayo de 1936 fue asesinado Bienvenido Funes en su piso de la calle Portal Nou. Ramona, su mujer, lo encontró en casa boca abajo, con los brazos en cruz y las piernas sobre la taza del váter. Murió degollado. “El crimen de la calle del Portal Nuevo, de Barcelona, puede ser calificado, sin hipérbole, como el mejor de la temporada”. Así se relamía en ‘Mundo Gráfico’, truculento semanario publicado en Madrid, el periodista Rafael González, que en las semanas posteriores levantó un castillo de naipes sobre una conspiración que jamás pudo demostrar. Dio a entender que Funes murió porque tenía en su poder un dosier secreto que, de hacerse público, habrían rodado cabezas conocidas de la ciudad. La editorial Albertí acaba de publicar, oportunamente para estos días de lectura por cuarentena, ‘Barcelona en negre’, una recopilación de 12 sonados crímenes ocurridos entre 1890 y 1956, ninguno desconocido para los aficionados al género, pero interesantes porque la autora, Mercè Balada, no pone el foco sobre la sangre, sino sobre la tinta. Recupera qué sucedió, sí, pero, sobre todo, cómo se contó.

Con Isidre Mompart, ajusticiado por su atroz asesinato de 1890, la prensa descubrió que la crónica negra disparaba las ventas. Aquello supuso un antes y un después

Para Balada, el año cero de la crónica negra barcelonesa es 1890. El último día de julio de aquel año, Isidre Mompart, por robar dos relojes de plata y 80 pesetas, mató a una niña pequeña y apuñaló mortalmente a la niñera que cuidaba de ella en Sant Martí de Provençals, entonces todavía municipio independiente. La resolución policial del caso no requirió ningún gran esfuerzo. Mompart era un robaperas conocido en la zona, el primero en la lista de sospechosos habituales. Los diarios de la época recogieron por supuesto el caso, pero donde bordaron una crónica negra mayúscula fue en los meses siguientes, con el juicio, condena y ejecución de aquel veinteañero infanticida. Hubo una intensa campaña política a favor de que se le conmutara a pena de muerte. “El pueblo más trabajador e industrial de España, por medio de su alcaldía, impetra de rodillas del magnánimo corazón de V. M. el indulto del reo Isidro Mompart”. Es el telegrama que el alcalde Sant Martí envió a las autoridades. Fue inútil. El asesino se enteró de que iban a ajusticiarle cuando era trasladado en tren. En la estación de Manresa, un vendedor de diarios voceaba la noticia. Mompart creía que lo suyo era un simple traslado de un penal a otro y los plumillas de la prensa, todo hay que decirlo, realizaron un trabajo envidiable sobre los últimos días, horas y minutos de aquel desgraciado.

La crónica negra disparó las ventas de algunos diarios en aquel fin de siglo con tanta contundencia que, inevitablemente, el redactor de sucesos adquirió un estatus que aún hoy conserva, a pesar de que no siempre el oficio se impuso al vicio. La lectura de ‘Barcelona en negre’ es, en ese sentido, reveladora.

Dedica un capítulo, cómo no, a Enriqueta Martí Ripoll, para siempre e injustificadamente, la ‘vampira del Raval’, un ejemplo de libro sobre qué ocurre cuando el periodismo se ejerce desde la indigencia ética. La portada que el semanario ‘Las ocurrencias’ le dedicó al caso el 12 de marzo de 1912 no la firmaría ni el ‘Examiner’ de Billy Wilder en ‘Primera Plana’. En un dibujo a mano aparece la cara siniestra de Martí. Una garras amenazan a dos niños con cara de primera comunión. En una olla hierven huesos y, en mitad del vapor, flotan las cabezas de dos querubines aterrados. Según aquel dario, “el hallazgo de huesos de niños, de frascos con líquidos extraños y documentos falsificados prueban el tráfico espantoso a que se dedicaba la infame secuestradora Enriquta Martí. Vedla ahí, rodeada de sus monstruosas brujerías, como un vampiro que absorbe la sangre de víctimas inocentes”.

A Madrid llegó sin su cabeza y dentro de una caja Pablo Casado, un crimen que llenó páginas en 1929

El recuerdo de aquel caso suele eclipsar, y es una pena, otros episodios que Mercè Balada recapitula en el libro. Está ahí, por supuesto, el asesinato de Pablo Casado, cuyo cuerpo descabezado llegó a Madrid en mayo de 1929 procedente de Barcelona, con todos sus sellos, gracias al eficaz servicio de correos dentro de una caja de madera. Ponerle cara fue el primer acertijo para los plumillas de la crónica negra. El segundo, desnudar su vida disoluta. El tercero, dar con el culpable. Fue Ricardito, como mínimo su sirviente quien le mató, por cierto, con un golpe de plancha, arma homicida en tres de los capítulos de ‘Barcelona en negre’.

Que el crimen intriga, atrae y desconcierta al lector es algo incuestionable. A modo de paréntesis, recuérdense o releanse estos días de confinamiento los ‘Crímenes ejemplares’ de Max Aub, cuentos a veces más cortos incluso que el del dinosaurio de Monterroso. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Siete palabras. No está mal, cierto. “Lo maté porque era de Vinaroz”. Seis palabras. Gana Aub, que incluso se superó con otro de cinco: “¡Tenía el cuello tan largo…!”. Los suyos eran relatos solo aparentemente absurdos (“lo maté porque no pensaba como yo”) y desconcertantes (“lo maté por idiota, por mal pensado, por tonto, por cerrado, por necio, por mentecato, por hipócrita, por guaje, por memo, por farsante, por jesuita, a escoger; una cosa es verdad, no dos”), pero para aparentemente absurdo y desconcertante, el asesinato de Lolita Bernabeu, ocurrido el 5 de septiembre de 1925 en la calle de Escudellers. Con 18 años, se lanzó de un balcón al asfalto, descripción obvia de un suicidio, pero al llegar al suelo mostraba una herida de bala en la espalda, indicio de lo contrario. Lo que periodísticamente sucedió a partir de ahí fue ‘aubiano’.

A Max Aub le habría fascinado la muerte de Lolita, mitad suicicio, mitad asesinato

Las cabeceras de los diarios se dividieron entre suicidistas y asesinistas, algo en principio lógico en una Barcelona abonada a las feroces discusiones entre verdistas y wagnerianos a las puertas del Liceu y, durante la primera guerra mundial, entre germanófilos y aliadófilos en las tertulias de la plaza Reial, pero el caso de Lolita era el acabose. ‘La Vanguardia’ ignoraba la bala y daba por buena la teoría del suicidio porque la víctima dejó supuestamente una nota manuscrita antes de lanzarse al vacío. Los diarios asesinistas no es que prefirieran ser mas fieles a los hechos objetivos, sino que la tesis del disparo les abrió un universo narrativo mucho más creativo. Se situó así a la pobre muchacha en el centro de una bacanal que jamás ocurrió. Al final el asesino resultó ser un militar sietemachos, Alfonso Barrera Campos, que jamás pagó su crimen. En 1936 se pasó al bando franquista y murió en 1941. Otro crimen poco ejemplar.