BARCELONEANDO

El peluquín sobrevive a Turquía

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Carlos Márquez Daniel

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Esta historia pretendía responder a una simple pregunta –¿cómo vive el sector del postizaje la fiebre del turismo capilar en Turquía?–, que ahora, caprichos de la actualidad, genera otra: ¿cómo afecta el coronavirus a la migración de calvos a Estambul? Seguro que alguna vez se han cruzado con un hombre al que le notan algo raro. Es en la cabeza. Tiene un algo ahí, una cobaya durmiendo, lo que sea, pero está claro que es un cuerpo que no encaja, como cuando pones mal el quesito en la ficha del Trivial y no paras hasta colocarlo bien, aunque tengas que ir por un cuchillo. Es el peluquín de toda la vida, pero mal puesto y peor mantenido. Dicen en la posticeria Tapias, en Gran Via con Pau Claris, abierta en 1929, la más antigua de la ciudad, que solo notamos un 10% de las falsas cabelleras. Un éxito de la profesión. Por cierto, y respondiendo a la cuestión, el imperio otomano del pelazo no ha podido con la solución de toda la vida. Pero hay mucho más que contar. 

Enrique Tapias fundó la tienda cuando ya se había jubilado. Tenía lógica que se dedicara al pelo porque había ganado un montón de premios en Londres y París y porque había sido el posticero de la familia real británica. O sea, que diseñaba pelucas y bigotes para los reyes ingleses y pasó a vestir las cabezas de la Barcelona más coqueta. Enfermó, y una prima, Pepita Tapias, salió del convento para cuidar de él hasta su muerte. Enrique se lo legó todo. Y ella, que iba para monja, se convirtió en una empresaria con mucho ojo para los negocios. Pronto le echó una mano su sobrino Burget Tapias, que entró a trabajar a los 12 años y a los 78 sigue pasando revista casi a diario. La conversación con él y su hermano Jaume Terés (misma madre distinto padre), que acaba de jubilarse, está llena de anécdotas y nombres que no se pueden hacer públicos. Pero ahí va lo que sí nos permiten compartir. 

El 'boom' de las pelucas se produjo entre los años 50 y 70. Existían ya las extensiones sintéticas, pero lo que se estilaba era el pelo natural, que además quedaba mejor. Burget se acuerda de los años en los que los cruceristas entraban en volquetes a Tapias para llevarse material a sus países, donde recuperar la autoestima era más caro. «Solía llamarnos el capitán para pedirnos que abriéramos, aunque fuera domingo. Y lo hacíamos».  

Trenzas para la virgen

El pelo tenía entonces orígenes tan diversos como peculiares. Quizás el caso más llamativo sea el de una conocida congregación religiosa que solía presentarse con unas trenzas preciosas. Era las coletas que las niñas ofrecían a la virgen cuando recibían la primera comunión. Quizás, sin saberlo, y en un giro macabro de los acontecimientos, las abuelas de aquellas chiquillas acabaron luciendo esos mismos mechones tiempo después. En el apartado religioso también llama la atención, comparte Jaume, el portugués que les trajo 200 kilos de pelo recogido en el santuario de Fátima. Pero los mejores ratos se los dieron los gitanos que se presentaban con sus propias melenas o con las que sacaban de lugares insospechados. Burget y Pepita se fueron en una ocasión a Almería a cotejar un material. «Me quedé helado, ahí había como 600 kilos de pelo por los suelos. Mi tía les dijo que si no lo llevaban a Barcelona, no compraba. Y aquí que se vinieron con la furgoneta cargada de pelo». No eran pocas las melenas que se encontraban con pesos de plomo escondidos, o repletas de grasa. Todo, con el objetivo de aumentar el peso y conseguir hinchar la factura.

Las fibras sintéticas han copado el mercado, pero todavía se sigue usando pelo natural. «El más fuerte y resistente es de la India y Perú y el más delicado e inservible es el de los países nórdicos y Rusia», detalla Jaume. Sobre Turquía, o las versiones locales de reforestación capilar, asegura que no han notado bajón de las ventas porque «es otro tipo de cliente». Al recordarles el episodio del tenista André Agassi, que perdió una final de Roland Garros porque estaba más pendiente de la peluca que llevaba que de la pelotita, explican que las cintas adhesivas que sostienen el pelo añadido permiten bañarse en el mar, practicar deporte y hacer vida normal. Vistos algunos ejemplos, efectivamente, no se nota nada de nada. «Eso sí, el pelo postizo requiere de un cierto mantenimiento y, como todo, al cabo del tiempo necesita un recambio». También es importante ir adaptándolo a la edad. De ahí que el señor de 75 años con los laterales blancos y la parte superior negro azabache genere dudas razonables

Los hermanos cuentan que a menudo también se les requiere para abordar otras zonas del cuerpo. Han puesto cabello en el pecho y también han realizado «pelucas de pubis y de pene». A Jaume le ha tocado tomar medidas varias veces. Complicada maniobra, admite. Tuvieron que 'vestir' a un canijo actor porno que blandía un considerable atributo pero que, sin embargo, carecía de alegría capilar. También han cumplido el deseo de mujeres que a su marido lo querían con el bajo asilvestrado. «Una nos trajo a un montón de clientas». El boca a boca nunca suele fallar.