BARCELONEANDO

El teléfono de la calle Verdi

El aparato setentero colgado en la puerta de Buidatge Gràcia se ha convertido en atracción turística

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Mauricio Bernal

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Probando a teclear "teléfono", "calle" y "Verdi" en el buscador. Resultados: en la calle de Verdi hay un supermercado, un restaurante indio, un banco, un piso en alquiler, un local en alquiler y otras cosas por el estilo. Nada sorprendente. En los tangibles dominios de la vida real, en cambio, "teléfono", "calle" y "Verdi", como saben los vecinos, los turistas que pasan fijándose y los asiduos de los cines, designa un aparato setentero expresivamente anclado en una puerta, una pequeña puerta de madera justo al lado de las salas. Pequeña pero además discreta, tan discreta que parece humilde, tan incrustada en la fachada que parece que se escondiera. El teléfono es setentero o sesentero, naturalmente de disco, de color gris y con tendencia a la delgadez, atributos idóneos para hacer pareja con la puerta. Es un dúo con fulgores de armonía: si la puerta hubiera puesto un aviso en la prensa buscando pareja, habría encontrado al teléfono.

Apareció en el vaciado de un piso, y al dueño le pareció lo más natural colgarlo en la puerta

Pero no fue así como sucedieron las cosas. El teléfono apareció en el vaciado de un piso. Al verlo, José Ramón se preguntó: "¿Qué hago con él?" No tuvo que pensar mucho. "Pues lo pongo en la puerta", lo cual es casi tan sorprendente como si la puerta y el teléfono se hubieran encontrado en un café. Hay que admirar la imaginación de José Ramón: otro con más apego a la realidad lo habría ofrecido en un mercado de viejo o lo habría tirado a la basura. Él, en cambio, dio inmediatamente con la solución daliniana y lo instaló en la puerta. Su espontaneidad ha dado carta de naturaleza a una expresión, "el teléfono de la calle Verdi", de inevitable espíritu obsoleto: puede que en el pasado ya existiera y puede que designara, lo más seguramente, una cabina ("quedamos en Verdi", "pero en Verdi en dónde", "pues en el teléfono"), pero hoy en día solo puede apuntar al aparato antiguo de José Ramón. Teniendo en cuenta adónde suele enviar la modernidad a los teléfonos viejos, no es lo más grave que le podía pasar.

Un local de 3 x 0,9

José Ramón Pascual es el nombre del hombre imaginativo. Su negocio es el vaciado de pisos. Saber que lo hace no sirviéndose de una furgoneta, como sus competidores, sino con una bicicleta dotada de un gran cajón de carga no hace sino acentuar el perfil del personaje: un hombre ha colgado un teléfono viejo en la puerta de su negocio, un negocio que consiste en desocupar pisos en bicicleta. Pero además está el local, sustantivo generoso para un territorio minúsculo de tres metros de profundidad por 90 centímetros de espesor al que cuesta atribuir la condición de enclave empresarial. Pero la tiene. "Es apañado para lo que tengo", dice el vaciador. "Un pequeño escritorio, un armario y la bicicleta". Antes que Buidatge Gràcia, el minúsculo local albergó un quiosco de prensa que solía disponer los periódicos del día en una mesa que los propietarios sacaban a la calle, se adivinaba que porque adentro no cabían. Puede que durante los años que estuvo allí fuera el quiosco de prensa más pequeño de la ciudad.

Desde su diminuto local, José Ramón Pascual se dedica al vaciado de pisos con bicicleta

Pascual pasa menos tiempo en el pequeño despacho que en la calle, y casi siempre la puerta está cerrada y el teléfono a la vista. Anacrónico, viejo de un tiempo en que comunicarse era un placer doméstico, el teléfono hace lo que tiene que hacer, es decir, atraer curiosos a la puerta. El vaciador de pisos ha dispuesto justo debajo del aparato un pequeño cajón con tarjetas del negocio, lo cual da forma a un conjunto casi artístico, pero lo cierto es que la mayoría de los que se acercan no están interesados en vaciar un piso. "Se paran muchos turistas, lo descuelgan y se hacen fotos, y algunos hasta graban vídeos", dice. No es difícil imaginar a la gente circulando por Verdi y exclamando: "¡Mira! ¡Un teléfono!", como si estuvieran en un claro del bosque y hubieran avistado un animal en peligro de extinción. A pesar de la edad y de su nueva vida a la intemperie, el aparato está en perfecto estado, y Pascual se ha planteado alguna vez instalar una línea, lo cual redondearía la extravagancia. Pero dice que no se lo puede permitir.

Se pueden vaciar pisos con una bicicleta. Simplemente, Pascual hace coincidir los vaciados con los días de recogida de muebles. De ese modo, a pedal solo tiene que llevarse lo más pequeño. Así que presumiblemente hubo un día en que el teléfono viajó a bordo del cajón por Gràcia. No lo sabía, pero al otro lado del tiempo lo esperaba una puerta pequeña y escondida.