ataque patrimonial

El ladrón devuelve las letras de la Granja Vendrell de Barcelona

La persona que sustrajo el rótulo art déco había pedido mantener el anonimato y que no hubiera represalias

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Carles Cols

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Crimen sin castigo. El <strong>robo de las letras de la Granja Vendrell</strong>, entrañable establecimiento centenario de la calle de Girona de Barcelona, se ha resuelto en un pispás porque el ladrón, parece que abochornado, ha salido de la sombra, no del anonimato, y ha decidido devolver a su legítimo dueño las 14 piezas de art déco que daban la bienvenida a los clientes y que el domingo por la mañana fueron sustraídas a plena luz del día. Solo ha puesto dos condiciones para zanjar el caso, que se preserve oculto su nombre, porque al parecer es del barrio, y que su acción delictiva no tenga consecuencias.

El dueño de la Granja Vendrell, Demetri, estaba ya en la comisaría de los Mossos d’Esquadra para presentar denuncia cuando recibó un mensaje de que el ladrón había asomado una patita, metafóricamente, claro. Lo que hizo en realidad fue mandar un correo electrónico a una emisora de radio, RAC-1, con ganas de desandar su breve pero llamativa carrera delictiva.

"Ni soy coleccionista ni ladrón de hierro; simplemente soy alguien a quien le gustan la tipografías"

El ladrón de las letras

Lo de llamativa no es exagerado. El pasado lunes, cuando los dueños de la antigua Granja Vendrell confirmaron que las letras habían sido robadas, la noticia no pasó inadvertida. Antaño, la indignación corría como la pólvora, lo cual en realidad no es una gran velocidad. Hoy corre al paso de las redes sociales, capaces de ganar al mismísimo rayo. Tal vez el caco pensaba que nadie prestaría atención a un suceso de este tipo. Eso sería porque no está al tanto de cómo irrita a los barceloneses la desbarcelonización de Barcelona, es decir, la pérdida constante de sus señas de identidad. No es por presumir, pero la noticia que colgó en su web EL PERIÓDICO tuvo más pegada por momentos que la crisis del coronavirus. Ya se decía allí que el botín sustraído el domingo, con un mono de trabajo y una escalera, sería imposible de vender e, incluso, de lucir en casa ante los amigos.

La versión que el ladrón dio en su mensaje de arrepentimiento puede que no sea creíble, pero, por singular, merece la pena dejar constancia de ella. Lo que dice es que se desvive por las tipografías y que, al ver el local en obras, porque Demetri, tras un calvario de sinsabores, logró por fin traspasarlo, pensó que iban a tirarlas. En realidad, tuvo que echarle un buen rato de bricolaje para arrancarlas de la pared donde han estado durante casi 100 años, lo cual le contradice, pero qué se le va a hacer, es la versión del tipógrafo enmascarado.

Al final, las condiciones que puso ayer para no entrar en la lista de los criminales del patrimomio más buscados de Barcelona fueron aceptadas por Demetri y, sin que se hayan dado muchos más detalles de cómo han llegado a su casa, las letras estaban a primera hora de la tarde de nuevo en la Granja Vendrell. No en la fachada, sino en un cuarto. Ahora, se aguardará a que terminen los trabajos de remozado del local y, poco antes de abrir de nuevo al público, se colocarán en su sitio. Será entonces una oportunidad de brindar con nata, especialidad de la casa, si es que tal chinchín se considera válido.

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