BARCELONEANDO
La movida modernista
La galería Gothsland edita ahora el catálogo de la exitosa exposición 'Barcelona i Els Quatre Gats', ya concluida
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
El pasado viernes, la galería Gothsland clausuró la exposición 'Barcelona i Els Quatre Gats. Un gir vers la modernitat', que ha sido visitada por más de 26.000 seres humanos a lo largo de los últimos cuatro meses. Para ponerle broche de oro, el actual responsable de la galería, Gabriel Pinós (sus padres la fundaron en 1978), convocó a unos cuantos devotos del noucentisme para presentar el catálogo de la muestra: "Ya sé que el catálogo suele estar listo para la inauguración, pero aquí ha habido que esperar a la clausura". En cualquier caso, la espera ha merecido la pena, pues estamos ante un libro espléndido sobre la alegre pandilla de Els Quatre Gats –miembros fundadores: Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Miquel Utrillo y el propietario del establecimiento, Pere Romeu– y sus amigos, conocidos y saludados, entre los que destacan Manolo Hugué y Pablo Picasso.
En esa taberna se reunía lo mejor de cada casa con su levita, su pipa, su barba y sus ganas de molestar a los biempensantes
Para Pinós, aquello fue una especie de 'underground' modernista; y Els Quatre Gats, o eso quise entender, un antecesor del Zeleste barcelonés o el CBGB neoyorquino. En esa taberna se reunía lo mejor de cada casa con su levita, su pipa, su barba y sus ganas de molestar a los biempensantes. Antoni Gaudí los consideraba a todos una pandilla de botarates, pero le tenía aprecio a Ricard Opisso, que había sido alumno suyo. Como en las novelas de iniciación, género que sigue en plena vigencia sin haber necesitado evolucionar gran cosa, los bohemios de la época eran unos chicos con aspiraciones artísticas y ganas de divertirse. Tenían un ojo puesto en París como los moderniquis de los 80 lo tuvimos clavado en Nueva York. De hecho, Els Quatre Gats se inspiró en Le Chat Noir, tugurio francés donde los ricachones del grupo –básicamente, Casas y Rusiñol– se dedicaban, durante sus visitas a la ciudad luz, a alternar con otros artistas, pimplar a conciencia, pulirse la herencia en furcias y francachelas y ciscarse en lo más sagrado para esa burguesía de la que formaban parte.
Hoy día, cierto sector del feminismo radical los consideraría unos machistas, pues es verdad que el arte y la diversión, salvo contadas excepciones, eran cosas de chicos. Las mujeres solo figuraban en sus vidas como modelos, musas, amantes, putas y, en ocasiones, esposas. Así funcionaban las cosas en aquellos tiempos y, como diría Sandro Giacobbe, lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo.
Sexenio frenético
Els Quatre Gats ocupaba los bajos de la Casa Martí, un edificio de Josep Puig i Cadafalch situado en el número 3 de la calle de Montsió. Estuvo abierto muy poco tiempo, entre 1897 y 1903, pero la actividad fue frenética durante ese sexenio: en Els Quatre Gats se comía, se bebía –según consta en una carta del establecimiento, una botella de Moët & Chandon costaba 15 pesetas, que debía ser una pasta si tenemos en cuenta que te servían unos macarrones por 78 céntimos–, se montaban exposiciones, se cantaba, se practicaban las sombras chinescas y hasta se editaba una revista, Quatre Gats, de la que se llegaron a publicar 15 números.
El volumen incluye unas memorias fragmentarias de Ricard Opisso, fundamentales para asomarse a la vida de los bohemios
Aunque los textos del catálogo –a cargo de Juan C. Bejarano, Pau Medrano-Bigas, Vinyet Panyella, Oriol Pujol Artigas, Sebastià Sánchez Sauleda y el galerista Pinós– están muy bien, la 'piece de resistance' del volumen son unas memorias fragmentarias de Opisso que informan en primera persona de lo que se cocía en la Barcelona modernista (aunque la buena sociedad, como suele, considerara a nuestros queridos bohemios unos hijos de papá o unos mamarrachos, dependiendo de su fortuna y/o su extravagancia; al meapilas de Gaudí le tenían más respeto, pero sin sobreactuar). Escritas a mano (mayoritariamente en castellano) en los años 50, sobre hojas sueltas y desordenadas que el amigo Pinós se ha vuelta tarumba para ordenar, como él mismo reconoce, constituyen un documento fundamental para asomarse a la vida del bohemio barcelonés del cambio de siglo.
Lástima que los pelacañas de ayer sean los artistas cotizados de hoy y que, por consiguiente, uno no pueda adquirir sus obras con la tranquilidad que lo hacían sus conciudadanos al principio del siglo XX. Me conformo con considerar a los artistas y tertulianos de Els Quatre Gats, como decía el poeta, 'mes amis, mes semblables, mes frères'.
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