barceloneando

La sombra de Drácula se cierne sobre Barcelona

CaixaForum elige Madrid para el estreno de la excepcional expo sobre los vampiros, o sea, que toca ser Jonathan Harker y viajar a la meseta o esperar a que en julio recale en la ciudad

Exposición 'Vampiros. La evolución del mito' en CaixaForum Madrid

Exposición 'Vampiros. La evolución del mito' en CaixaForum Madrid. En la foto, Bela Lugosi, actor vampirizado por su personaje, y, al fondo, Vlad Tepes, inspirador del mito. / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La sombra de Drácula se cierne sobre Barcelona. De Drácula y, también, del resto de vampiros de leyenda, que no son pocos. El expresionista Nosferatu, que encarnaron Max Schreck y Klaus Kinski, a cual más loco, también Louis, el algo panoli chupasangres que interpretó Brad Pitt en ‘Entrevista con el vampiro’, por supuesto además Theda Bara, la primera ‘vamp’, que sin ni siquiera morder a sus víctimas masculinas las dejaba para el arrastre, y, por citar un último ejemplo del que a veces se olvidan inmerecidamente los detalles, la voluptuosa Vampirella, que aunque sus historietas las publicaba por estas latitudes Planeta d’Agostini, en realidad venía del planeta Drakulón, por cuyos ríos fluía la sangre, hasta que por una crisis climática se secaron. Para sus habitantes fue una sorpresa descubrir que por las venas de los terrícolas corría el mismo caudal. La literatura vampírica, ya ven, es infinita y, lo dicho, la sombra de esos monstruos se proyecta sobre Barcelona, pero, de momento, solo la sombra, porque la moneda al aire que CaixaForum lanza al aire para decidir dónde estrena sus exposiciones de traca ha caído esta vez del lado de Madrid.

Drácula renace en cada época con un nuevo propósito y en el futuro, quién sabe, a lo mejor se lleva un susto con un 'me too' por parte de sus víctimas

Así es. ‘Vampiros: la evolución el mito’ abre sus puertas este San Valentín del 2020 en la sede capitalina de la fundación cultural de La Caixa. El 8 de julio llegará a Barcelona, que tuvo su propia vampira, la del Raval, pese a que su historia hay quien dice que fue una ‘fake new’. Hasta entonces, cinco meses, un océano de tiempo, siempre queda la ocasión de emular a Jonathan Harker y tomar un billete del AVE ahora que sale más barato que viajar en ferrocarril de Londres a los Cárpatos a finales del XIX y confiar en que la recepcionista de CaixaForum ponga un poco de su parte y pronuncie las palabras adecuadas. “Bienvenido a mi casa. Entre con libertad y por su propia voluntad”. Qué bien lo pronunciaba Gary Oldman en el papel del viejo conde, en la versión enamoradiza de Francis Ford Coppola, porque de esto va, en realidad, esta exposición producida por la Cinémathèque Française, sobre cuán maleable es el personaje del vampiro, que ha sobrevivido lozano a todas las épocas, ya sea como metáfora del triunfo de la ciencia contra la creencia, como símbolo del fin del feudalismo, como ‘satisfayer’ de las fantasías decimonónicas e incluso como encarnación malévola del capitalismo.

Que en esta sección consagrada a la poliédrica Barcelona se recomiende una exposición que arranca en Madrid (por cierto, los donantes de sangre no pagan entrada) tiene su justificación. No se trata solo de que brinde la ocasión, como se decía, de tomarse el viaje a la Meseta como Harker se adentraba en Transilvania y mandarle unas cartas a la prometida que aguarda en casa, sino que, en una muy humilde opinión, no hay ciudad más vampírica en España que la capital catalana. La clave está en Voltaire. No se asusten por el nombre. Este hombre era la repera.

'Voltaire van Helsing'

La cuestión es que a través de 362 piezas se cuenta de pe a pa la historia de los vampiros, que no arranca con la magnífica relectura que sobre el monstruo hace Bram Stoker, sino mucho antes. Entre las piezas hay de todo. Pintura, estupendos carteles de películas, proyecciones perturbadoras de esas mismas películas, cómics, un espejo en el que los visitantes no se reflejan y, para los más fetichistas, los vestidos que para encarnar el mal se enfundaron Tom Cruise, como el inhumano Lestat de 'Entrevista con el vampiro', y Kinski en sus respectivas películas. No es ninguna sorpresa, pero por el tallaje, bastante menudito, cabría suponer que para saciar su sed aquellos dos ‘no muertos’ tendrían que ponerse de puntillas. O morder la axila de su víctima, que sacia la sed pero no es lo mismo. Otra cosa muy distinta es el oscarizado vestuario del ‘Drácula’ de Coppola, del que oportunamente se podría decir que hiela la sangre. Su contemplación maravilla, pero no deberían eclipsarse, por su culpa, las vitrinas bibliófilas. En una de ellas se muestra, tímido como una Mina Harker, un ejemplar del ‘Diccionario Filosófico’ de Voltaire, que mucho antes que Stoker ya le dedicó un capítulo a la cuestión de los vampiros. Es un texto curioso, vampírico en sí mismo, porque no envejece. Dice Voltaire en él que de esa bestia que se alimenta de la sangre ajena no se hablaba en su época ni en Londres ni en París, tal vez porque en esas dos ciudades hay “gentes de negocios que chupan a la luz del día la sangre del pueblo, pero no están muertos, sino corrompidos”. “Esos verdaderos chupones no viven en los cementerios, sino en magníficos palacios”. Un párrafo más y pareciera que hablaba el filósofo de la razón de la sinrazón inmobiliaria y laboral de la actual Barcelona.

Esa es la gran virtud de Drácula, su polivalencia semántica, un personaje sin igual, al que se ha dado por muerto más de una vez y ha sido siempre un error. Ha sido capaz de renacer. Unas veces, con ese aspecto de vegano de los personajes de la saga ‘Crepúsculo’, otras, como un diletante desencantado en la versión fílmica de Jim Jarmush, ‘Solo los amantes sobreviven’, y que ahora, en el planeta Netflix y demás, ha cogido un nuevo impulso narrativo de destino impredecible. El día menos pensado le montan un ‘me too’ sus víctimas femeninas y a ver cómo sale de esta.

Drácula teme a la cruz, no es un ateo, por eso la Iglesia jamás ha desaconsejado su lectura

No están en la exposición todos los vampiros que han existido. Cada cual echará en falta alguno. No hay, por ejemplo, ninguna referencia a esa brillante colaboración hispanocubana que alumbró la inclasificable ‘Vampiros en la Habana’. Tampoco la mayúscula aportación neozelandesa al género, ‘Lo que hacemos en las sombras’, la mejor comedia vampírica jamás rodada. Florence Tissot, corresponsable del comisariado de la muestra, admite que la exposición podría crecer exponencialmente si así se deseara. Y no aburrir. El caso es que como sobrevenida experta en la materia se brinda a responder una pegunta raruna. Dice que la Iglesia no ha incluido jamás la novela de Bram Stoker en su ‘Index librorum prohibitorum’, vamos, lo que ningún buen católico debería leer. La razón es obvia. Drácula no es un redomado ateo. Es un creyente. Teme a la cruz. Ha sido útil para la causa. Podría ser el santo patrón de Barcelona. En julio, retomamos la idea.