BARCELONEANDO

La cazadora de caligrafías

Isabel Aparici lleva 14 años documentando mensajes callejeros que sintetizan la historia reciente de la ciudad

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Carlos Márquez Daniel

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La ciudad se ve muy distinta a través de los ojos de Isabel Aparici. Lleva 14 años coleccionando y documentando caligrafías urbanas de Barcelona. Mensajes de amor, quejas, homenajes, bromas, ideologías, pensamientos profundos; la inmensa mayoría, anónimos, y como reacción a una emoción en busca de vías de escape. Pasear con ella requiere tiempo y paciencia, saber que se detendrá en cualquier momento, sacará el teléfono y tomará una foto de algo que pasa inadvertido para la inmensa mayoría. Puede parecer que pasa de ti; no es nada personal. Su mirada curiosa y perseverante contrasta con la del resto de ciudadanos, absortos en el teléfono, en sus cosas, en el destino. Como si la calle solo fuera un ascensor horizontal y no la maxima representación del espacio público compartido. Esta es la crónica sobre las apariciones de Isabel. Pero también es el relato de lo poco que empatizamos con la calle. ¿Por qué nos saludamos en la montaña y no en un paso de peatones?

Vaya por delante que todo lo que recoge en su página web y también en su cuenta de Instagram es fruto de un acto incívico. No la foto, claro; la pintada. No va a ser este 'barceloneando' garante de la ilegalidad, a pesar de que, sería estúpido negarlo, semejante repertorio caligráfico genera sentimientos encontrados. Porque por un lado está el deseo y la obligación de mantener Barcelona limpia, pero por el otro asoma este privilegiado e insólito relato de la historia reciente de la ciudad a través de las casi 2.200 escrituras testimoniadas por esta periodista y antropóloga que ejerce como técnica de 'e-learning' en Barcelona Activa. Empezó en el 2006, curiosamente en Salamanca, lejos de casa. "En una pared vi escrito 'quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. Pablo Neruda', y cuando volví empecé a buscar por todas partes y no he dejado de hacerlo". Basta una vuelta por el Poblenou para comprobar que lo suyo es más ir de safari que de paseo.

Escanea todos los rincones y sabe muy bien dónde buscar. Reconoce la reincidencia y no esconde que tiene sus favoritos. Su preferido lo encontró en el interior de un local. "Dios es wifi", escribió un desconocido. Dice que jamás ha hecho una pintada y que aunque lleva mucho en esto, nunca se ha encontrado a un caligrafista urbano con las manos en la masa. Resultan ser animales nocturnos. También es una experta en el método, es decir, esto es esprai, el más habitual; aquí han usado un 'stencil', lámina con un mensaje o dibujo ya determinado al que solo tienes que aplicar el polvo de colores para tatuar la superficie; eso es rotulador, y aquel tan cutre es un boli cualquiera, lo que demuestra escaso nivel de premeditación. Otro cantar es el tamaño y el tipo de letra utilizada, amén del mensaje, detalles que darían para pincelar un perfil psicológico del autor. En cuanto a los colores, los más utilizados son el negro y el rojo.

Fran Perea el que lo lea

Son muchos los escritos descartados por Isabel en su colección. "Todo lo que pueda ser claramente ofensivo lo rechazo, como las pintadas, y hay un montón, que desean la muerte a determinados políticos y al Papa". ¡¡Al Papa!! Afortunadamente, sí han pasado el corte maravillas como 'Manolo, hoy friegas tú', 'Los muertos no mueren dos veces', 'Di no a la piña en la pizza', 'qué triste matar en Navidad sin necesidad', 'Fran Perea el que lo lea', 'el cristo de los monos nacerá mañana' o 'Felip Puig es feo'. 

Isabel ha quedado prendada de la "ciudad que nos interpela", de las "frases espontáneas". Por eso dice que ahora disfruta de la calle mucho más que antes. O de manera distinta, porque lo que era andar de un lugar a otro ahora es un salir a buscar entre paredes, fachadas y contenedores que no paran de hablar. Conoce como pocos la Barcelona al detalle que no deja indiferente. En cualquier esquina, buzón de correos o cajón eléctrico, uno puede detenerse y pensar. Ni que sea por unos segundos. O con mensajes a veces tan absurdos como 'te voy a comprar una rana' o 'Dios existe pero es raro'. El mérito de su trabajo, al margen del volumen de material almacenado, reside en lo efímero de la cosa, en el hecho de que la mayoría de las caligrafías ya han sido borradas por el personal municipal de limpieza o tapadas con la expresión escrita de otro ciudadano con ganas de poner letra a su música mental. Tenerlas guardadas le permite explicar la ciudad a través de las paredes. Y saber exactamente dónde y cuándo determinado acontecimiento o reivindicación social generó mayor necesidad de llenar los muros.

Empecemos por lo obvio: el 'procés'. A pesar de haber generado una etapa prolífica en cuanto a cantidad, no ha destacado por la calidad y, sobre todo, por la originalidad de sus obras. Pero sí ha generado un subgénero muy interesante, el de los <strong>diálogos escritos</strong>, que tiene que ver con lo diversa que es la sociedad. En Poblenou alguien puso 'el valle no se toca', en referencia al otrora panteón del dictador. Un vecino borró el 'no se toca' y añadió 'me la suda'. Como una tertulia, pero en diferido. Pues así se tiraron un buen tiempo, replicando una y otra vez, y quién sabe si un buen día se cruzaron en plena faena, se dijeron un poco de todo y al final se fueron a tomar algo y se dieron cuenta de que fueron al mismo cole o de que sus hijos comparten pediatra en el CAP del barrio.

El rico Raval

Al principio, cuenta Isabel, el tema estrella era el anticapitalimo. Dice que los anarquistas "son los mejores porque a lo largo de estos años han sido los más constantes y creativos y siempre tienen algo que decir". A día de hoy, al margen de la bronca política, también abundan los veganos, las feministas y lo que podría denominarse filósofos de barrio. En esta última categoría caben todos esos mensajes que invitan a pensar pero que a veces rozan lo absurdo. En ese cajón encontramos pintadas como 'Mirémonos', 'Tú vives en mi', 'Apaga la tele y lee un poema' o 'Ahoga tu vida para saciar tu sed'. Por zonas, la más rica en caligrafías urbana es sin duda el Raval, aunque últimamente está empezando a despuntar el Poblenou por la gran cantidad de enormes paredes en las que dejarse ir. "El Eixample es anodino, Gràcia a veces es un paraíso y en la zona alta hay muy poca cosa, escondida y dura poco". Si tiene que concretar un poco más, explica que en la calle de la Cera hay un lugar, cercano a la ronda de Sant Pau, en el que siempre, absolutamente siempre, hay alguna cosa nueva. 

Llama la atención que haya tanto mensaje en italiano. los hay también en francés e inglés, pero en menor medida. Los autores, detalla esta antropóloga urbana, son más bien gente de aquí. Ha vivido el florecer del fenómeno de palabras pegadas, mensajes esritos en tiras adhesivas, y de Jakuna Melata, arte efímero sobre todo tipo de latas. Y en cuanto a lo más pintado, más allá de las paredes, ganan con mucha diferencia los contenedores, seguidos de los cuadros eléctricos -"si los hicieran de colores y no de ese gris tan feo, quizás no los bandalizarían tanto"- y las señales de tráfico. Y antes, sin tanto móvil, también en las cabinas telefónicas. Se ha encontrado con auténticas atrocidades, como el tipo que pintó las paredes del Institut d'Estudis Catalans, sito en la Casa de Convalescència, una de las últimas perlas del Modernismo catalán. "Eso es mala leche e incultura; ¡ahí no!", se queja amargamente. 

Le gustaría dar un paso más allá de la web pero no tiene claro cuál debe ser el camino. ¿Un libro? Material para explicar la ciudad reciente a través de las paredes tiene de sobra. La respuesta, quién sabe, quizás se la dé un día de estos un contenedor cualquiera