BARCELONEANDO

Una serenata de mariachis por vídeollamada

El estudiante de fotoperiodismo Jordi Fornos cuenta lo que se encontró siguiendo durante dos semanas a dos grupos de mariachis de Barcelona

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Mauricio Bernal

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Quienes han tenido la suerte de presenciar una serenata con mariachis saben perfectamente la clase de estremecimiento que produce la irrupción trompetera y guitarronera y de violines y vihuelas en una boda, en un cumpleaños; en el apartamento en silencio donde duerme la amada sin sospechar que unos tipos en traje de charro han accedido sigilosamente al salón y se disponen a cantar a lo mero, mero mexicano. Como experiencia es magnífica, musical y sentimentalmente hablando, sea en la piel del 'homenajeador' o del homenajeado, y tuvo la suerte de disfrutarla durante dos semanas, prácticamente cada día, el estudiante de fotoperiodismo Jordi Fornos: de serenata en serenata viendo a gente prorrumpir en llanto o en carcajada –o en ambas, y no siempre en el mismo orden– cuando los mariachis empezaban su desparrame de poderío; testigo privilegiado de la potencia emocional de esta práctica que la oleada de inmigrantes latinoamericanos de principios de siglo ha normalizado en Barcelona.

Fornos estuvo en su cena de empresa y vio cómo cada integrante del grupo le cantaba a su mujer acompañado por los demás

La consigna era hacer un reportaje fotográfico sobre algo, un tema libre; la única limitación, si lo era, es que tuviera relación con una efeméride cercana. Fornos consultó y vio que el 21 de enero era el Día del Mariachi, y en su cabeza se dibujó una ondulante forma de aquiescencia: "Pues claro". Pues claro: un reportaje de mariachis barceloneses encajaba en su idea de las cosas que se deben fotografiar. Su decisión ha quedado consignada en un completo trabajo gráfico sobre la actividad de los mariachis Barcelona y Tequila, que se cuentan entre los más activos de la ciudad. Cámara en ristre, Fornos llevó a cabo su propio y particular viaje mexicano por el corazón de Barcelona –a ritmo de “¡ay, ay, ay, ay!”, seguro–, y del periplo ha sacado una serie de conclusiones: que "el mariachi, más que una música, es una forma de vida", por ejemplo. O que "apenas hay mexicanos" en este ambiente mexicano, y que la mayoría son colombianos, peruanos y venezolanos. O que una de las canciones más solicitadas sigue siendo, por supuesto, 'La hija del mariachi'; esa que todo el mundo conoce como 'El rey'.

"Yo sé bien que estoy afuera / Pero el día en que yo me muera / Sé que tendrás que llorar".

"¡Llorar y llorar / Llorar y lloraaaar…!"

¡Híjole!

Cena de empresa

En Jalisco, Michoacán, Zacatecas o Guanajuato, o cualquier lugar de México, están acostumbrados a mariachis cuyo número da para formar un equipo de fútbol, pero en Barcelona no solo es más difícil juntar a tantos músicos, sino que una explosión de megatones musicales de ese calibre y con la nocturnidad de una serenata probablemente desataría un motín entre las comunidades de vecinos. Además, no cabrían. De modo que aquí los grupos son de tres o cuatro: trompeta, violín, guitarrón, vihuela. Fornos siguió a los Barcelona y a los Tequila por cumpleaños y aniversarios de boda, por pisos y restaurantes, comprobando, detrás de cámara, cómo llenaban con algo más que música el ambiente. "Un buen rollo increíble por donde iban. La gente se ponía contenta, se emocionaba…" Dado que era diciembre, fue invitado a la cena de empresa del Mariachi Barcelona. Él, discreto, dijo que llegaría a los cafés. "Fue muy bonito porque cada uno le cantó una canción a su mujer mientras los otros lo acompañaban. Cantaban y luego les daban una rosa". Fornos aprendió que ser mujer de un mariachi no es fácil. "Es un trabajo nocturno, los pueden llamar en cualquier momento…"

Los mariachis llenan con algo más que música el ambiente, la gente se alegra y se emociona en cuanto irrumpen en el lugar 

La escena más extraña, o más de nuestros extraños tiempos, tuvo lugar en México Dorado. Un local de Sants. Un estudiante boliviano les explicó que había venido por estudios a Barcelona y había tenido que alargar su estancia algo más de lo previsto, y que allá en Bolivia, a su novia boliviana el aplazamiento no le había parecido de recibo. Las cosas estaban así, trasatlánticamente tensas, y el hombre había decidido echar mano del mariachi: destensador universal, remedio científicamente probado contra el desamor. La escena era extrañamente tecnológica y conmovedora a la vez: los Mariachi Barcelona tocando y el hombre, emocionado, transmitiendo la serenata hasta Bolivia, a su novia emocionada, vía vídeollamada.

Mi amor, perdóname.

Por supuesto que lo perdonó.