BARCELONEANDO

El ateo y la clerigalla

En 'Un cinéfilo en el Vaticano', Román Gubern mezcla una historia abreviada del cine religioso con una prosa autobiográfica muy amena

Román Gubern, autor de 'Un cinéfilo en el Vaticano', este lunes, durante la presentación de la obra en la librería Laie

Román Gubern, autor de 'Un cinéfilo en el Vaticano', este lunes, durante la presentación de la obra en la librería Laie / periodico

Ramón de España

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Este lunes se presentó en la librería Laie el nuevo libro de Román Gubern'Un cinéfilo en el Vaticano', incluido en la colección Nuevos Cuadernos Anagrama y encargo de su cuñado, Jorge Herralde. Y ahí estaba yo para escucharlo, como si hubiésemos vuelto a 1973, cuando desde mi pupitre en un aula de la Facultad de Periodismo de Bellaterra asistía a las clases de Román y me entretenía interrumpiéndolo para que perdiera el hilo, pues había descubierto que mi profesor brillaba en el monólogo y la escucha, pero la conversación se le resistía; sobre todo, intuyo, si el atorrante de turno era un alumno listillo.

Ahora que lo pienso, llevo toda la vida cruzándome con Román Gubern y hasta he conseguido mantener con él divertidas conversaciones, pues siempre ha (¿hemos?) tenido un punto de fuga que conduce a lo jocoso. La primera vez que le dirigí la palabra fuera de la universidad -en la puerta de un cine ya difunto-, se me quedó mirando como si, a la manera de Groucho Marx, no supiese si yo existía o si el almuerzo le había sentado mal. Luego fuimos mejorando a través de distintos encuentros por España y creo que el 'highlight' de nuestra relación fue cuando lo convencí para participar en un documental de Canal+ sobre el cine de destape de la Transición en el que se dejó entrevistar en una playa de Lloret teniendo de fondo a una actriz porno que se había traído el director, Manuel Romo, y cuya tarea consistía en colocarse a cuatro patas, con el culo en pompa, mientras el catedrático peroraba. Añadiré que, en el coche, de vuelta a Barcelona, Román se mostró asaz retrechero con la nudista.

Personaje fundamental

Presentó el acto de Laie el prologuista del opúsculo de Gubern, nuestro común amigo Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya, quien heredó del autor su cargo en la universidad cuando Román se fue a Roma en 1993 para dirigir la sede local del Instituto Cervantes. Riambau introdujo a un personaje fundamental a la hora de conseguir que un ateo conspicuo como Gubern acabara formando parte de la comisión pontificia para celebrar el centenario del cine -concretamente, de la primera proyección de los hermanos Lumière en el París de 1895-, Enrique Planas, jesuita catalán que estaba al mando de la Filmoteca del Vaticano. Como dijo Gubern, "Todo empezó con mosén Planas, al que conocí en La Habana durante un congreso cinematográfico. Cuando se enteró de que vivía en Roma, me llamó para lo de la comisión, a sabiendas de que yo no era de la parroquia. Aunque no soy creyente, intuyo que los jesuitas de mi infancia me influyeron más de lo que creía, pues me sumé a la comisión celebratoria con cierto entusiasmo; más que nada, para ver cómo funcionaba por dentro el mundo de los curas".

Suena verosímil que su interés por la pornografía y por la Iglesia católica consista en sendas variantes de la perversión en general

Según Riambau, 'Un cinéfilo en el Vaticano' recuerda a un libro anterior de su autor cuya temática es, aparentemente, opuesta, 'La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas'. Suena verosímil, por lo que conozco a Román, que su interés por la pornografía y por la Iglesia católica consista en sendas variantes de la perversión en general (y no hace falta recurrir a las tendencias pedófilas de la clerigalla, que tanta pasta le ha costado a la institución a la hora de cerrar bocas). Román asegura tener en casa una 'snuffmovie', así que de perversiones sabe un rato. Cuando se incorporó a la comisión pontificia, descubrió que había que hacer tres listas de películas acogidas a tres conceptos: valores religiosos, valores humanos y valores artísticos. No tuvo mucha suerte con sus sugerencias, pero consiguió algunos éxitos. Se quedó con las ganas de ver al papa Karol Wojtyla, eso sí, porque este trasladó la audiencia prometida a la comisión a Arnold Schwarzenegger, alguien que contribuía más y mejor a la propagación de la fe cristiana en el mundo.

Esa misma noche me leí el librito de Román y pasé un rato estupendo. En sus poco más de cien páginas se mezcla una historia abreviada del cine religioso con una prosa autobiográfica muy amena, aunque algo melancólica a causa de la vejez. La presentación fue como una última clase magistral del profesor Gubern para su también envejecido alumno.