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¡Greta Garbo cierra Cinemascope!

Barcelona pierde su última tienda consagrada a la fe cinéfila, pero no por la epidemia de alquileres abusivos, sino por una rara enfermedad de alergia al celuloide

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Carles Cols

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Cita otra vez en el tanatorio comercial de Barcelona. Debería haber ya un Sancho de Ávila para estas ocasiones, para que los vecinos despidan a las tiendas que definían la personalidad de la ciudad, con su cuarteto de música, su capellán laico que diga unas palabras amables y unos recordatorios bien impresos para familiares y amigos. Siempre se van los mejores, se dice en estos casos en el velatorio, y suele ser cierto. Está a punto de decir adiós Cinemascope, que salvo que alguien levante el dedo y diga lo contrario (ha sucedido, fe de errores al final) es la última tienda de la ciudad consagrada al placer cinéfilo, a la venta de viejos programas de mano, literatura sobre el séptimo arte, fotografías de actores y, claro, lo más imponente, los carteles de las películas, cuyos originales merecerían estar en un MoMA o como quieran llamar a un museo específico sobre esta materia. Cierra Cinemascope, en el 101 de Torrent de l’Olla, a finales de febrero, pero en un giro de guion inesperado, no lo hace por lo de casi siempre, o sea, por culpa de una subida desmedida del alquiler o porque vayan a abrir ahí otro Mercadona. La causa es otra. No se la pierdan.

Había antes media docena de tiendas así, pero Cinemascope se quedó un día como Charlton Heston en 'El último hombre vivo'

Cinemascope lleva un cuarto de siglo de sesión continua, aunque sea de forma nómada. Estuvo antes en la calle de Sepúlveda y después en la calle de la Perla. Morirá en Torrent de l’Olla, en el corazón de Gràcia. Hubo un tiempo en que este establecimiento tenía en Barcelona media docena de competidores, El Espectador, la Pantalla, Cinelandia…, pero, como ya antes ocurrió con las grandes salas de cine de Barcelona, aquellos templos con el sello arquitectónico de <strong>Antoni Bonamusa</strong>, estas tiendas entraron en el cuello de botella de la extinción y sin hacer ruido exhalaron un día un último suspiro. A su manera y desde hace más o menos 10 años, Cinemascope ha sido como Charlton Heston en ‘El último hombre vivo’, peliculón palomitero de 1971, que con ese título no necesita muchas más aclaraciones para saber de qué va la trama. Cinemascope estaba sola en Barcelona. La última tienda de cine viva. Al frente de ella ha estado siempre Joan Vall Karsunke, que a las horas fijadas ha levantado cada día la persiana igual que Heston cada día salía a recorrer las calles desiertas de Los Ángeles. Ha decidido que ya basta. Cuando termine este febrero bisiesto, se acabó.

The end. Títulos de crédito. Fin de la historia. “La gente ya no sabe quién era Greta Garbo”. Esa es la razón por la que cierra Cinemascope. Si fuera por culpa del casero, también se lloraría la pérdida de este establecimiento, pero que la causa que aduce Vall sea una suerte de epidemia de desgana cinéfila da que pensar.

¡Garbo ríe!

“¡Garbo habla!”. Así se publicitó el estreno ‘Anna Christie’ en 1930, pues con 25 años, aquella Nefertiti sueca era ya una leyenda del cine mudo y su primera incursión en el cine sonoro era un acontecimiento mundial. En 1939, la prensa, muy pilla, echó mano de ese mismo truco promocional cuando se estrenó ‘Ninotchka’, gran comedia, sublime en aquello que en Hollywood se conoce como el toque Lubitsch. “¡Garbo ríe!, titularon. Era, efectivamente, lo aún no visto en pantalla. La Garbo, en el papel de la comisaria rusa Ninotchka, permanece media película inexpresiva, hierática habría que decir. Melvin Douglas, exquisito en el papel de conde d’Algou, derrite aquel témpano de hielo con los cálidos placeres que proporciona el capitalismo. Los más rojeras críticos de cine siempre miraron de reojo películas como aquella, porque se ridiculizaba la fe soviética. Con ‘Uno, dos, tres’, de Billy Wilder y con un cartel promocional de Saul Bass, sucedió lo mismo. Pero como clásicos que eran, cuestiones políticas al margen, formaban parte de algo así como la memoria colectiva. Hoy solo son el recuerdo de unos cuantos, de una minoría. Pues eso, que vista la cosa, en el 2020 se puede afirmar que ¡Garbo cierra Cinemascope en Barcelona!

El dueño del negocio parece salido de una película neorrealista, pero que no les lleve a engaño, es un director

“Hay gente que dice que no le interesa Gregory Peck porque es cine de antes, muy viejo, pero lo mismo habría que decir entonces de Napoleón, que no merece la pena saber de él porque es del año del catapún”, explica Vall. Por si van ustedes a Cinemascope antes de que cierre, ahora que por el precio de un cartel a lo mejor se llevan dos, quedan avisados de que el dueño parece salido de una película del neorrealismo italiano, como un tendero que desde su mostrador asiste hastiado a cómo se desmorona el mundo, pero que no les lleve a engaño esa actuación. Ahí donde le ven es más que un cinéfilo, es el director de tres largometrajes visionables en Filmin, que se dice pronto.

Su hermano, Toni Vall, es responsable hasta el 13 de abril de la exposición que en el Palau Robert revive la leyenda local de Bocaccio, el templo de la Gauche Divine, y que merece la pena no perderse. La firma de otro hermano, Pere, la verán por ahí en algunos medios de comunicación adoradores del celuloide. Curiosa familia. Lo que aporta Joan a este microecosistema es, además de los años al frente de Cinemascope, esa mirada como cineasta de lo cotidiano barcelonés. En ‘L’home del metro’, su largometraje más conocido, retrata documentalmente a Ramon Julibert, cantante de ópera en los andenes del metro y algunos parques, pero no por necesidad, como tal vez piensen esos miles que alguna vez repararon en él, sino porque así su vida ha tenido más sentido. Lo que no lo tiene es este ir una y otra vez al tanatorio comercial de Barcelona a dar el pésame.

*Fe de errores

04/02/2020 - La fe de errores en la prensa suele ser una penitencia ingrata, pero no siempre. Excepcionalmente es un motivo de alegría. Esta sería una de esas excepciones. “Salvo que alguien levante el dedo y diga lo contrario es la última tienda de la ciudad consagrada al placer cinéfilo”, se afirmaba en la versión inicial de esta crónica. Alguien ha levantado el dedo. Reclama el título de última tienda de la ciudad Groucho & Yo, del número 6 de la calle de Premià, en Hostafrancs. Queda prometida una visita.