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La Divorcioneta contra el Apocalipsis

El abogado Alberto García explora el mercado de las crisis de pareja barcelonesas por si es necesaria su presencia y, ya de paso, invita a explorar en la 'deep hemeroteca', sección salvapatrias

Divorcioneta: más vale la felicidad a solas que la maldad compartida

Divorcioneta: más vale la felicidad a solas que la maldad compartida / periodico

Carles Cols

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Poca broma con La Divorcioneta, porque el día menos pensado Alberto García Cebrián, abogado con formación específica de derecho privado matrimonial y con titulación en materia de nulidad eclesiástica matrimonial por la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, llena el depósito y se presenta en Barcelona. No pasará inadvertida. La Divorcioneta es un bufete con cuatro ruedas y una más de recambio que ofrece divorcios a 150 euros por cada miembro de la pareja, más económico aún si no hay hijos de por medio. Entonces son solo 100 euros. No hay letra pequeña. El precio incluye los gastos de procurador, la minuta del letrado y hasta el IVA. Que el vehículo recorra las calles del extrarradio de Madrid con un altavoz en el techo, como si anunciara la llegada del circo a la ciudad, parecerá un chiste, pero la verdadera broma de mal gusto es repasar la historia de España y pensar en esos abogados que tal vez en 1981 se oponían católicamente a la ley del divorcio y que, aprobada la norma, amasaron fortunas con la desgracia ajena.

Del divorcio se avisó justo antes de su aprobación que era "una puerta abierta a la generación del mal"

El runrún del motor de La Divorcioneta es una perfecta música de fondo para sumergirse en el archivo documental. En la ‘deep’ hemeroteca, para ser más exactos. Lo que hay en la superficie es lo de siempre. Les sonará. El ejemplo tópico es Francisco Álvarez-Cascos, durante años el ‘rotweiller’ de José María Aznar, pero antes, como diputado de Alianza Popular, fiero opositor al divorcio. Suscribía la tesis de la Conferencia Episcopal Española de que la ley del divorcio a debate era “una puerta abierta a la generación del mal”. Los obispos, ya se sabe, logran que hasta el terror de Stephen King resulte amable. Aprobada la ley, Álvarez Cascos utilizó hasta tres veces aquella norma contra la que votó para divorciarse. Como un Sant Pedro, pero al revés.

En las capas más profundas de la hemeroteca, las páginas que ya amarillean son las de los intringulis de la aprobación de aquel texto legislativo, que pilotaba el ministro Francisco Fernández Ordóñez, un centrista con alma socialdemócrata, al que torpedeaban desde sus propias filas. Cuando su proyecto, entre condenas de la Iglesia y del propio papa Juan Pablo II, llegó al Senado, un grupo comandado por Miguel Herrero de Miñón trató de introducir en el texto lo que se llamó “la cláusula de la dureza”. Para divorciarse no solo había que acreditar previamente suficientes años de separación, sino que uno de los cónyuges tenía que ser culpable claro de la ruptura. Así se hacía en la península ya en tiempos de los visigodos, muy modernos para su época, que aceptaban el divorcio en caso de infidelidad o de que el hombre fuera un sodomita.

Un fin del mundo remolón

Estos recuerdos casi en blanco y negro vienen al caso para subrayar que aunque en el Congreso de los Diputados parezca que se reescribe a toda hora el Apocalipsis de San Juan (a veces por el divorcio, otras por el salario mínimo, por Venezuela, por Catalunya, por las víctimas de la guerra civil…), el fin del mundo, al menos en España, nunca llega. La prueba del nueve, en este caso, es La Divorcioneta. Su existencia es fruto de la reforma de la ley del divorcio que José Luis Rodríguez Zapatero llevó a cabo en el 2005. La Iglesia, como siempre, le puso nombre, pero esta vez sin chispa, sin ese acento Stephen King. La bautizaron como “la ley del divorcio exprés”, como si eso fuera ofensivo. Hasta hay trenes con ese apellido en la red ferroviaria española y nadie cree que sea pecado montarse en ellos. No se han echado cuentas, pero el divorcio exprés le arruinó las minutas a no pocos abogados y abrió la puerta a tipos imaginativos como Alberto García, que mira ya su agenda para realizar en un futuro próximo una incursión en Barcelona.

De los autores de La Divorcioneta llega ahora el seguro de matrimonio, el regalo perfecto, pagar la separación antes de la boda y no es broma

Dice, además, que vendrá con novedades bajo el brazo. Aún no sabe como lo publicitará, pero tal vez sea como en los estrenos cinematográficos. De los autores de La Divorcioneta, llega ahora el seguro matrimonial. La idea es simple. Por contextualizar primero, hay quien tiene ya pagado el funeral. Lo que propone Alberto va por ahí. Es el regalo perfecto para las despedidas de soltero o soltera, un seguro matrimonial que deja cerrado, incluso antes de la boda, el trámite del divorcio. Solo por si es necesario. Es como un artículo de broma, pero muy en serio. En caso de necesidad, se abre el sobre. 

Hace 40 años, que no es tanto, pues Indiana Jones ya iba por su segunda aventura en las pantallas, los más rotundos opositores a la ley del divorcio, Álvarez-Cascos, entre ellos, sostenían que “si el proyecto llegara a promulgarse tal y como esta formulado, quedaría seriamente comprometido el futuro de la familia en España y gravemente dañado el bien común de nuestra sociedad”. Los arúspices etruscos eran capaces de acertar mejor el futuro echando una mirada a las entrañas de un pollo.

Ahora, y eso le hace mucha gracia al abogado protagonista de esta historia, dicen los mismos agoreros eclesiásticos de entonces que el problema de fondo es que la gente se casa de cualquier manera. La culpa de que el 40% de los matrimonios termine en ruptura pasados solo cinco años se solucionaría, o eso creen, con cursillos prematrimoniales de dos o tres años de duración. Esa es la premisa de quien sostiene que “el pánico a la entrega total hace que se haya extendido el probar las relaciones sexuales antes de estar casados”. Solo recordar que el 80% de las bodas que se celebran en España son civiles. Y que desandar el camino sale barato.